Cuba: la violencia sigue ganando terreno


LA HABANA, Cuba.- Tres días después de haberse producido una agresión con arma blanca en la escuela tecnológica de la construcción civil “Olo Pantoja”, sita en el municipio La Lisa, en la capital cubana, cuyo saldo resultó en el apuñalamiento de varios estudiantes, tanto la prensa oficial en su versión impresa como los medios informativos de radio y televisión del mismo monopolio estatal aún guardaban silencio sobre el incidente, que continúa circulando informalmente de boca en boca por los barrios de La Habana.
Como es habitual, la gravedad del hecho sumada al silencio de los medios de prensa al alcance del cubano de a pie destapó una avalancha de rumores cargados de especulaciones, infundios y exageraciones. “Hay dos muertos y veintipico heridos, uno de ellos grave”, aseguraba convencidísima una señora en medio de la cola de la farmacia de Carlos III, en pleno Centro Habana, mientras otros contertulios afirmaban conocer los hechos y hasta los enriquecían a más y mejor con datos de la más diversa índole: “Sí, eso fue un ajuste de cuentas… Era un asunto de dinero de drogas”, certificó un septuagenario de aspecto venerable. Otro sugería que todo se trataba de un asunto de infidelidad entre parejas y no faltó quien llegara con “la última”: “Esta mañana el que estaba grave se murió, que me lo dijo mi sobrina que es enfermera del hospital donde estaba ingresado”.
La misma escena, con repetidas porfías y múltiples versiones en torno a lo que ha devenido la comidilla de la semana, se repetía en el cercano Centro Comercial, en los corrillos del barrio, en la parada de ómnibus frente al Hospital de Emergencias (Freire de Andrade), en los agromercados y dondequiera que hubiese dos o más personas reunidas.
Por esta razón, los habaneros que miraban el noticiero estelar de las 8:00 pm del miércoles 19 de septiembre quedaron atónitos ante otra manifestación del rampante cinismo de la prensa oficial. El noticiero informaba que cuatro estudiantes de una escuela de EE UU habían sido baleados, lo cual –sin dudas– constituía una demostración de cómo continúan en aumento los niveles de violencia en ese país y con ello el sentimiento de inseguridad ciudadana entre los estadounidenses. El mensaje subliminal: estos hechos son propios de la decadente sociedad capitalista; en Cuba socialista no pasan estas cosas. Estamos a salvo.
Esta vez hasta los más ingenuos y desinformados televidentes debieron cuestionarse la desproporcionada “preocupación” de las autoridades de la Isla por la criminalidad en nuestro vecino del Norte y el sospechoso silencio sobre los brotes de crímenes violentos que parecen estarse haciendo frecuentes, no solo en la capital cubana, sino en varias provincias de Cuba, y que usualmente trascienden por dos vías: en forma de rumores populares o a través de la prensa independiente, que constituye cada vez con mayor fuerza un elemento de presión para la grisura y mediocridad del periodismo oficial.
Lentamente la gente ha comenzado a preguntarse cómo es posible que estemos más actualizados sobre los delitos que se cometen en el país “enemigo” y no se nos informe sobre los que suceden en nuestro propio patio.
Finalmente, y quizás apercibidos de su propia desfachatez, apenas en la mañana de este jueves 20 de septiembre la versión digital del periódico Granma reprodujo una nota, no exactamente de su propia redacción sino de la Dirección Provincial del Ministerio de Educación, de la cual lo más relevante parecía ser la afirmación de que todos los malhechores fueron detenidos y que este hecho no quedaría impune. Nota que, por demás, resultaba parcialmente mendaz al anunciar que recién se habían reanudado las clases en dicha escuela, cuando en realidad desde el lunes 17 de septiembre –fecha en que ocurrió el referido asalto– y hasta el momento actual, el centro ha permanecido cerrado. Cubadebate también publicó dicha nota.
Afortunadamente, si bien el suceso de la “Olo Pantoja” dispara las alertas en cuanto a los hechos de violencia que van ganando terreno en la sociedad cubana y levantan comentarios sobre la ausencia de seguridad en un centro docente al que un grupo de delincuentes pudo acceder tan libremente, al menos por esta vez no hubo que lamentar pérdidas de vidas humanas.
Y es este último elemento el que suscita mayores inquietudes en medio de la desinformación reinante. Dado que no se han dado a conocer los móviles de los criminales ni ha trascendido –y probablemente no trascenderá en el corto plazo– ningún detalle fidedigno y relevante sobre caso, no pocas familias han comenzado a manifestar cierta preocupación por la seguridad de sus hijos en edad escolar. ¿Qué tal si situaciones como ésta comienzan a producirse más frecuentemente y por cualquier motivo? ¿No sería oportuno establecer un sistema de guardias de seguridad en las escuelas?
A fin de cuentas, razonan algunos, todas las tiendas en divisas, los almacenes, muchos centros de trabajo y hasta los locales ocupados por las organizaciones políticas y del gobierno tienen custodios para garantizar la seguridad; ¿por qué no crear un cuerpo de guardianes específicamente para las escuelas, donde hasta ahora asumíamos que nuestros hijos estarían protegidos y a salvo? ¿Por qué no se establece al menos un reglamento que implante un perímetro de acceso restringido para impedir la entrada (y la salida) no autorizada en los centros docentes de todos los niveles de enseñanza?
Sin embargo, crear sistemas de vigilancia y cuerpos de seguridad en las escuelas cubanas, si bien podría ser una propuesta válida, no constituye por sí sola la solución. Ese sería un paliativo para evitar el efecto, pero no eliminaría las causas. Porque el punto es que –a contrapelo del silencio de los medios oficiales, empeñados en ocultarlo– en la Cuba actual se está marcando una sostenida tendencia a la violencia cuyo peligro mayor radica, entre otros factores, en la baja percepción de este fenómeno por parte de la opinión pública nacional debido a la casi total ausencia de información sobre los delitos y su frecuencia dentro del territorio nacional; y en la acumulación sostenida de un sentimiento de frustración general ante la pobreza permanente, las carencias materiales, el deterioro de los valores morales, la incertidumbre y la ausencia de perspectivas en una población que ha perdido las esperanzas de prosperar mediante el trabajo honrado.
Los sucesos del tecnológico “Olo Pantoja” son otro botón de muestra que se suma a otros, de tiempos recientes y tampoco divulgados en la prensa nacional. Pocos años atrás un maestro emergente mató a un estudiante de secundaria al lanzarle contra la cabeza una silla de hierro. Más recientemente se han producido otros delitos violentos como el asesinato totalmente injustificado de un joven músico roquero en la provincia de Camagüey, o la violación y asesinato de una joven inocente en la provincia de Cienfuegos, para no mencionar todos los casos de violencia doméstica que quedan guardados y sin procesar en los archivos de la Policía Nacional Revolucionaria, y otros que alcanzan relevancia solo a nivel local, en las remotas comunidades donde se producen.
Pero, más allá de la renuencia oficial a reconocer los hechos, es obvio que hace muchos años terminó la etapa rosa de la “revolución”, aquella que vivíamos décadas atrás, en lo que fue la edad de la inocencia, cuando andábamos de día o de noche por nuestras ciudades y caminos rurales y nos sentíamos confiados y seguros, cuando creíamos en el porvenir. Hoy el sentimiento que domina es el desencanto. Y nada es más peligroso y potencialmente violento que una sociedad que, de tanto perder, ha acabado perdiendo la fe en el porvenir.