LA HABANA, Cuba. – El 2020 ha comenzado lleno de anhelos frustrados, rezumando fatigas del cuerpo y el alma, agudizando la indiferencia de todo un pueblo ante la letanía del esfuerzo sin otra finalidad que el sacrificio. Se vaticinan mayores miserias y represión; pero los cubanos siguen soltando amarras en sentido literal y figurado, cortando todas las conexiones con esa Revolución que un colega comparó, hace poco, con un caballo muerto.
En Estados Unidos es año de elecciones y en Cuba dicen que Raúl Castro se está muriendo. Con desesperación la cúpula reza, implora que no gane Donald Trump. Pide al cielo que el impeachment resulte, que algún demócrata se instale en la Casa Blanca y afloje este nudo que no nos deja respirar. Y digo “nos” porque todos los cubanos sufrimos esta circunstancia. Cada día hay menos comida y medicinas, el transporte empeora, el gas licuado no alcanza. Las mismas penurias de siempre, porque aunque los cínicos ministros de la dictadura vayan llorando de tribuna en tribuna, culpando a Trump por la contracción de la economía y la escasez que afecta al pueblo, los cubanos sabemos que antes de Trump la cosa estaba mala también.
Quizás había menos cola y más pollo; pero bien, lo que se dice bien, no hemos estado desde que se esfumaran los subsidios de la extinta Unión Soviética. Y tampoco entonces el panorama era idílico; pero como los mercados estaban abastecidos y el peso cubano tenía valor, la ausencia de los derechos civiles no se veía, no importaba.
Han cambiado las tornas y ahora el régimen tiene miedo. Los cubanos ponen cara de hastío cuando escuchan la palabra “bloqueo”, y se ríen de las inflamadas arengas escritas a toda prisa por viejos comunistas de barrio, sedientos del protagonismo que ostentaban en otras épocas. A estas alturas, ¿mítines en contra de qué?, se preguntan las personas, mudas ante los “vivas”, los “patria o muerte” y demás disparates. Saben que los actos de repudio se inventaron para expulsar de Cuba a quienes hoy los mantienen; así que un mínimo de sentido común los salva de hacer de nuevo el ridículo.
La dictadura está acorralada entre las medidas de la Casa Blanca, la improductividad inoculada por Fidel Castro a la economía, y el profundo rechazo que manifiesta la población, cada vez con menos disimulo. La distancia entre Estado y ciudadanía ha aumentado debido a la insolvencia de la crisis; pero también por causa de los sucesivos rechazos del régimen a reclamos populares, algunos de consabida urgencia, como la aprobación de leyes contra la Violencia de Género y a favor de la Protección Animal, a las que se han sumado diversas campañas en redes sociales por el regreso del actor Andy Vázquez al programa “Vivir del Cuento”. La sociedad civil propone incansablemente, solo para ver refutadas cada una de sus iniciativas.
A la necedad política se han sumado nuevos hechos violatorios de las garantías constitucionales, como el allanamiento a la vivienda de la periodista de Cibercuba, Iliana Hernández, y el acoso renovado al artista Luis Manuel Otero Alcántara. El inventario de aberraciones crece a diario, y me parece estupendo que se mantenga esa “continuidad” represiva que hace que los cubanos, cada uno desde su nivel de percepción, entiendan que si no se hace algo se perderá el país.
Después de sesenta años sacrificándose para enriquecer a un puñado de ladrones y sus descendientes, el pueblo de Cuba debería hacer un verdadero sacrificio por sí mismo. Ya que la idea del “Parón” no surgió de nuestra vergüenza, como debió ocurrir, al menos deberíamos intentar comprender la lógica de no permitir que nuestros familiares prolonguen, con el envío de remesas, la existencia de la dictadura que ayer los obligó a emigrar poniendo en peligro sus vidas, y hoy los califica de “mal nacidos por error”.
La sociedad cubana hierve con todas las válvulas cerradas. Se aproxima el 28 de enero y los Clandestinos merodean al abrigo de la noche, cerca de efigies hasta ayer ignoradas que han adquirido súbita notoriedad gracias al sentimentalismo fútil de algunos y las pataletas del oficialismo; como si la grandeza de José Martí cupiera en un molde de yeso reproducido en serie para adornar cada rincón del país.
El Apóstol está, o debería estar, en la dignidad de los cubanos. Parece incongruente que quienes no cuestionan la constante manipulación de su ideario, se golpeen el pecho por un poco de pintura roja sobre bustos solazados a una ideología espuria, con la cual el hombre que lo dio todo por la independencia de Cuba, jamás comulgó.
Algo se cuece y más vale estar atentos. Quizás Clandestinos no sea suficiente para derrocar la dictadura; pero con cada una de sus acciones se resiente la estructura del poder. Hay divisiones en la cúpula; el país no sale del atolladero y hasta la Letra del Año, a pesar de la censura, por primera vez anunció golpe de estado o invasión. Lo segundo no se lo cree nadie; pero un trancazo militar, aunque penoso, es probable, visto ya que Díaz-Canel no da la talla.
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