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En cuatro ruedas y con la barriga llena

LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -Si hace apenas año y medio o dos, la capital cubana mostraba comercios y cafeterías donde hasta las moscas se aburrían, y en las calles se podía bailar un danzón por el escaso tráfico de vehículos, hoy se ve que cierta animación ha regresado a la ciudad. El milagro se debe nada más que al comercio, denominado oficialmente “por cuenta propia”, una modalidad que el Estado autorizó para tratar de frenar la caída libre al fondo del abismo económico.

Según cifras oficiales, los trabajadores privados suman poco más de 330 mil, pero a juzgar por la presencia en la calle, los transportistas privados y los vendedores de comida y bebidas refrescantes, son la mayoría.

En el último cuatrimestre del año en curso en la capital cubana, los llamados “yipis” (jeeps) engrosaron el parque automotor en la transportación privada de pasajeros.  Junto con ellos, aparecieron las pequeñas cafeterías en portales, puertas de casa o locales reconstruidos. Se trata de pequeños negocitos que se nutren de la clientela local des barrio o de la cuadra.

En una ciudad tan extensa  de Norte a Sur y de Este a Oeste como La Habana, sin un eficiente servicio de transporte público, para la mayoría de la población trasladarse de un lugar a otro es más que una tragedia, una tortura diaria.

A aliviar esta tortura ayudan a los capitalinos los carros de alquiler privados. Fords, Plymouth, Dodges, Chevrolets, Buicks, Pontiacs y Jeeps, con más de medio siglo de uso, denominados popularmente “almendrones”, recorren la capital por el eje este-oeste, mientras  en el eje norte-sur proliferan competitivamente los yipis y las camionetas  Ford reequipadas por sus dueños con motores diesel  Mitsubishi, Toyota o Mercedes. Los precios del pasaje están entre los $10 pesos y los $ 20 en moneda nacional (50 centavos o un dólar, aproximadamente), según la distancia del recorrido. Cifra prohibitiva para muchos en la ciudad, si se tiene en cuenta que un profesional gana alrededor de 30 dólares mensuales.

Pero si hace dos años atrás, el número de choferes particulares dedicados a la transportación de pasajeros disminuía, después de la reapertura de concesión de las licencias por parte del Estado, se incrementó explosivamente la cantidad de ellos. Desde octubre de 2010 hasta la fecha 52 mil choferes obtuvieron licencia de operación de transporte de pasajeros en Cuba. Tanto es así, que ya se nota una cierta competencia entre taxistas en las avenidas y calzadas principales.

En cuanto a los vendedores de alimentos y bebidas, a pesar de lo rudimentario de las cafeterías, la variedad del menú es amplia y algunas cuentan con un equipamiento modesto, pero eficaz para cumplir su función.

Lo que conspira principalmente contra el crecimiento y desarrollo de la esfera privada en el comercio y el transporte son los altísimos impuestos que impone el gobierno y el alto costo de los insumos. Si el Estado fuera consecuente con su propia urgencia de elevar el rendimiento productivo del país y revitalizar la economía, debería al menos disminuir los impuestos para compensar, al menos parcialmente, por el alto costo de los suministros que no es capaz de venderles a precios mayoristas a los trabajadores por cuenta propia.

Sin duda alguna, la política de castigar las ganancias de los particulares con elevados impuestos, obedece todavía a la tradicional visión de centralización estatal que durante medio siglo el Estado totalitario cubano ha impuesto a nuestro pueblo.

Por otra parte, los trabajadores particulares pudieran, de inicio, constituir grupos de ayuda mutua entre ellos, identificar sus propios intereses y unirse para lograr sobrevivir económicamente y alcanzar éxito. Luego, vendría la posible formación de gremios, asociaciones, etc.; algo que tendrían que exigir al renuente Estado.

Mientras -y con este calor-, ahora nos es un poco más fácil a los habaneros andar sobre cuatro ruedas y con la barriga llena.




Erlinda y su mesa

LA HABANA, Cuba, julio (173.203.82.38) – Erlinda es una mujer laboriosa, y siempre le ha gustado trabajar por cuenta propia. No acepta tener jefe y mucho menos estar ocho horas encerrada estirando el tiempo. Durante años se levantaba muy temprano, para evitar a policías e inspectores, y salía con sus termos llenos de café para vender en los hospitales, pero dice que ahora después que lo ligaron con chícharos, el negocio se ha puesto  malo, porque al rato de colado, no hay dios que se tome aquello.

Por eso decidió cambiar de oficio. Vendería maní, que es lo menos difícil de encontrar, y además, para estar más tranquila solicitaría una licencia, así no tendría que esconderse de inspectores ni policías.

Fue a la Oficina Nacional Tributaria (ONAT), realizó todos los trámites que le orientaron, y obtuvo una licencia de elaborador-vendedor de alimentos en el domicilio o de forma ambulatoria, como está catalogado este trabajo.

Pero como Erlinda no está jubilada, ya que nunca trabajó para el Estado, debía pagar 263 pesos trimestrales para la Seguridad Social, además de los ciento cincuenta mensuales de la licencia. Erlinda se sintió desanimada por el pago de la Seguridad Social, porque ya ella tiene cincuentainueve años, y no tendrá tiempo de acumular los veinte años, necesarios para jubilarse.

Aunque creía que le convenía sacar la licencia para no tener que jugarle cabeza a inspectores y policías, la cantidad de dinero que tenía que pagar no era nada alentadora.

Erlinda comenzó a vender en una parada de ómnibus, maní y coquitos acaramelados, que aumentarían sus ganancias. Un inspector se le acercó para decirle  que no podía vender en hospitales, ni en escuelas, ni en avenidas importantes; y para colmo, no podía quedarse en el mismo lugar, sino que tenía que moverse continuamente.

A pesar de las trabas y dificultades, Erlinda no se deja vencer tan fácilmente, y para resolver el problema de que tenía que moverse constantemente, se buscó una mesa, le puso ruedas y a vender. Ahora, mientras empuja sin cesar su mesa con ruedas para que no la multen los inspectores, se le oye pregonar: “¡Maní tostado, coquitos acaramelados, sorbetos, galleticas dulces, caramelos, boniatillo!”.

La mujer ya tiene una buena clientela de niños que conocen de memoria sus horarios, y la esperan entusiasmados, porque ella es una experta en el arte de vender.




Para movernos mejor

LA HABANA, Cuba, julio (173.203.82.38) – Se va imponiendo una nueva imagen en las terminales de ómnibus, debido al reciente otorgamiento de licencias de transportistas a personas con vehículos propios, según la resolución 399/2010 del Ministerio de Transporte. Hay menos congestión y más agilidad en los embarques.

Hasta hace poco estaba prohibido a los particulares operar vehículos de transporte en las terminales de ómnibus interprovinciales e intermunicipales, y de ferrocarriles, y en sus alrededores. Infringir la ley se castigaba con fuertes multas y hasta el decomiso de los vehículos. Durante décadas el gobierno se obstinó en no otorgar licencias.

Tampoco se permitía a los conductores de edad avanzada, no aptos para manejar, arrendar su vehículo.

Manuel Álvarez  cubre la ruta Pinar del Río-San Luis. No es dueño del camión de pasajeros que conduce, pero desde hace cinco meses está autorizado a operar en la Terminal de Pinar del Río. El propietario del camión paga impuestos por arrendárselo a Álvarez, quien a su vez tributa como trabajador por cuenta propia.

Antes de la legalización había choferes que trabajaban clandestinamente para no ser arrestados. Algunos se valían de intermediarios para conseguir pasajeros varados, ansiosos por viajar, que pasaban días en las terminales, durmiendo en sillas, en el piso, pendientes de la lista de espera.

No faltan los problemas con la policía, que detiene en las estaciones de trenes y ómnibus, y aún con mayor rigor en los aeropuertos, a choferes con vehículos particulares que llegan a dejar o recoger a familiares o amigos. Muchos en realidad no están en plan de negocios, pero la policía sospecha que son “piratas”, como les llaman a los transportistas sin licencia, no autorizados.

“Ya no hay tanto molote para coger el ómnibus. Se hace la fila ordenadamente gracias al incremento de carros particulares nos movemos mejor. El chofer privado compite ventajosamente con el servicio estatal, generalmente deficiente. No todos pueden pagar el precio que cobran los privados, en ocasiones hasta ochenta veces superior al del gobierno, pero es un respiro ante el grave  problema del transporte público”, dijo a este reportero Carmen Menéndez, cuando se disponía a subir a una camioneta en la Terminal del reparto Capri, rumbo a Pinar del Río.

Hasta el presente se han otorgado más de 10 mil licencias para la transportación privada. Sobresale la capital, con más de 4 mil.

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Los oficios perdidos

LA HABANA, Cuba, junio (173.203.82.38) – Aunque las aperturas  permitidas por el gobierno a la economía privada alcanzan la cifra de 178 oficios, hay muchos de ellos que han desparecido, como los  vendedores  de anzuelos, plomadas, atarrayas, los fabricantes de  nasas y trampas para peces y mariscos, fabricantes de bicheros, flejes y otros artículos necesarios para la pesca, que los pescadores consideran ya desaparecidos.

Muchos de  los 178 oficios autorizados en  la nueva ley, ya no son compatibles con la realidad de la época -el ejemplo clásico es el  forrador de botones-, o se realizan de manera esporádica. En cambio, cafeterías y vendedores callejeros clasifican como los más reclamados por la población.

En los pueblos de pescadores, cuando  los  jóvenes  llegan a la edad  de extender la tradición  y hacerse a la mar,  se encuentran con que no hay fabricantes de anzuelos, carretes, plomadas, incluso del  acero trenzado que se utiliza para atrapar los peces grandes.

Además, tienen en su contra las  prohibiciones del gobierno sobre la pesca  en embarcaciones rústicas, debido a lo cual sufren hostigamiento y reciben multas. Las embarcaciones son confiscadas cuando son sorprendidos por los guardacostas.

Tampoco se encuentran  el mercado  los bicheros  y  las nasas. Los anzuelos existentes en el mercado, y el nylon son importados, y se venden  en las tiendas en divisa  a precios elevados. Lo mismo sucede con  las atarrayas, no hay, y también han desaparecido los tejedores que las tejían pacientemente en el portal de sus casas, haciendo verdaderas obras de arte.

La desaparición  de estos tradicionales oficios artesanales que, antes, además de constituir fuentes de empleo, satisfacían las  necesidades de los habitantes de las comunidades costeras, ha contribuido además a la triste realidad  de que en Cuba se haya prácticamente perdido  el  oficio de pescador.

Las carretillas que antes paseaban por  las calles repletas de grandes peces acabados de pescar, las sartas coloridas de rabirrubias, pargos, chernas, biajaibas; o las fondas donde se comía un buen filete de pescado fresco y el caldo de cabeza de aguja, solo existen ya en la memoria de los más viejos. ¿Volverán otra vez los peces perdidos?




Levantar cabeza

LA HABANA, Cuba, mayo (173.203.82.38) – En el año 2009, en una encuesta del Grupo Veritas, de investigaciones psicosociales, el 91 por ciento de los entrevistados quería más licencias para trabajar por cuenta propia. La mayoría de las personas en Cuba sólo conocen esa autorización para ejercer un trabajo, ignoran a las pequeñas y medianas empresas (PYMES), como organizaciones económicas productivas y de servicios.

La respuesta reflejaba la aspiración de los ciudadanos a tener el control de sus vidas. Tal vez por desconocimiento algunos creyeron que eran muchos los que pedían que se ampliaran las actividades. Posiblemente también estaban influenciados porque desde finales de la década de los años 60, el Estado ha controlado las actividades técnicas, productivas, de servicio y la vida en todos los aspectos. Emprender y desarrollar iniciativas propias era penalizado por la figura jurídica conocida como “actividades económicas ilícitas”.

De ahí que sea grato constatar, según el periódico Granma del sábado 21 de mayo, que, hasta el pasado 30 de abril, 309 mil 728 personas ejercían el trabajo por cuenta propia, y de ellas 221 mil 839 lo hacían con nuevas autorizaciones, otorgadas desde octubre del pasado año.

En La Habana, con 66 mil 905, es donde se encuentra mayor número de nuevas autorizaciones. Por eso han reaparecido pregoneros y pregones, con las más disimiles ofertas de productos del agro. También se siente en la ciudad el despliegue de ingeniosidad y creatividad en muchas instalaciones donde se venden alimentos. Diseño funcional, atractivas decoraciones y pintura a tono, resaltan los nombres de estos comercios, en contraste con los sucios y desabastecidos del Estado.

Sin suministrador mayorista, y con las draconianas condiciones que le impone la ley, los cuentapropistas se esfuerzan, sonrientes. Emanan eficiencia, calidad, buen trato, y expresan su agradecimiento al cliente por consumir en su negocio. Difieren del asalariado estatal por el sentido de pertenencia. Los motiva trabajar en lo suyo para lograr la independencia económica.

Este comportamiento emprendedor es propio de nuestra especie, de ahí que el sistema comunista no funcione, porque va en contra de la esencia humana. Nuestro pueblo se caracterizó por su proverbial espíritu emprendedor. Se cuenta que después de 1959, cuando empezaron a llegar los cubanos a Puerto Rico, los boricuas comentaban: “Cuando veas a un cubano barriendo la calle frente a tu establecimiento, preocúpate, porque el año que viene será el dueño”.




No todo lo que brilla es oro

LA HABANA, Cuba, abril (173.203.82.38) – Desde que Raúl Castro autorizara con bombos y platillos la iniciativa privada, muchos son los cubanos que han corrido a las oficinas del Ministerio de Trabajo a solicitar las licencias pertinentes para abrir cafeterías, restaurantes o cualquier pequeño negocio que los ayude a enfrentar, o a prepararse para, los inminentes despidos masivos, que elevarán el índice de desempleo a la estratósfera.

El pasado 25 de abril, el Noticiero Nacional de Televisión, en su emisión de la 1 de la tarde, se refirió en uno de sus segmentos a los avances de la actividad privada, que la gente llama comúnmente “cuentapropismo”.

Según el informativo, se han solicitado ya 187 mil licencias para abrir nuevos negocios o trabajar por cuenta propia. Entre las más solicitadas están las relacionadas con elaboración y venta de comidas rápidas, reparación de calzado y venta de bisutería.

Jorge, un zapatero remendón habanero que ofrece sus servicios en la calle Ayestarán, en el barrio del Cerro, me dijo: “A mí no me va tan mal, tengo clientela y todos los días gano alrededor de 80 o 90 pesos (unos 3.50 dólares)”. Pero se queja de que tiene que comprar en el mercado negro los productos que necesita para realizar su labor, ya que “no hay una tienda mayorista donde uno pueda abastecerse de lo que haga falta”.

Un matrimonio que abrió un timbiriche de comidas ligeras en Centro Habana explica: “Nos ilusionamos con la idea de un negocio privado y como mi esposo quedó cesante, probamos suerte con una cafetería, pero no nos ha ido bien, al punto que vamos a entregar la licencia porque no podemos seguir pagando el impuesto”.

Entre tanto, las calles de la Habana se han convertido en un gigantesco bazar donde se venden por todas partes artículos artesanales, ropa y todo tipo de cosas; algo bien recibido por la población. Aunque el gobierno ha prohibido a los particulares la venta de ropa traída del extranjero, se pueden encontrar en casi todos los negocitos privados confecciones de marcas reconocidas, a precios más bajos que los que se ven en las tiendas recaudadoras de divisas del Estado.

De igual manera, el Estado ha restringido la concentración de propiedad en manos de las personas para evitar el enriquecimiento individual; algo que choca con los planes para prosperar de Ramón, un chofer de bici taxi que pretende adquirir más de uno para rentarlos a otros que los trabajen.

“No se logra nada cuando atas la iniciativa, si yo les pago el impuesto por tres bici taxis, ¿Por qué no me dejan tener una cadena, o una empresa de bici taxis? ¿No ganamos todos en el negocio?” –se pregunta el soñador aspirante a capitalista.

Aunque es cierto que muchos han aprovechado la nueva apertura a la iniciativa privada y les está yendo relativamente bien, a pesar de las múltiples trabas y restricciones, también lo es que son numerosos los que, luego de la euforia inicial, han devuelto sus licencias al Estado ante la imposibilidad de que sus negocios sean rentables, debido a la aplastante burocracia, los leoninos impuestos y costos de las licencias y la falta de un mercado mayorista donde adquirir los suministros necesarios a precios que dejen un margen para obtener ganancias; que es en definitiva el objetivo primordial de cualquier empresa.

“En lo que va de año se han devuelto miles de licencias” –me dijo, bajo condición de anonimato, un funcionario del Ministerio de Trabajo, en Centro Habana. “No tengo acceso a las estadísticas, de ahí que no te pueda dar la cifra exacta, pero te aseguro que son muchas”.

Parece que los del Noticiero tampoco tienen esa cifra, al menos no la divulgaron.

“No hay dinero, la gente en la calle compra solamente lo imprescindible, con tantos despidos y tanta incertidumbre respecto al tema de la actividad privada, la gente lo está pensando dos veces antes de abrir cualquier negocito. Aunque tengo amigos que han acondicionado las salas de sus casas para poner una cafetería y les ha salido relativamente bien, hay otros muchos que se arrepienten de haberlo hecho” –expresa Dimas López, junto a un negocio de artesanía en la calle 42.

Como en la década de los noventa, los cuentapropistas surgen por todo el país. Esta vez cuentan con la “garantía” de Raúl Castro, que prometió eliminar a los que intenten sabotear o frenar su labor.

Por el momento se avanza a paso de tortuga, la incertidumbre, las carencias, las necesidades, los impuestos y la burocracia ponen freno a la “actualización del modelo económico socialista cubano”. Son muchos los que piensan que esta rudimentaria, tímida y agobiada actividad privada no será capaz de absorber al millón y medio de trabajadores que el gobierno ya ha comenzado a dejar sin empleo. Otros son optimistas. Está por ver quienes tienen la razón.

Al pensar en la “nueva actividad privada”, viene a mi mente un viejo refrán: No todo lo que brilla es oro.

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Entrega de licencias

LA HABANA, Cuba, abril (173.203.82.38) – Esperanza González Berrueta, vecina del barrio Cruz Verde, municipio Cotorro, La Habana, entregó el 30 de marzo en la Dirección de Trabajo y Seguridad Social de su territorio, la licencia que la acreditaba para elaborar y vender alimentos a domicilio, obtenida a principio del mes.

Al cerrar la pequeña cafetería instalada en el balcón de su apartamento, esta mujer de 46 años retorna a la dinámica de su hogar, “abandonada a cambio de nada, pues el negocio no da, no recupera la inversión realizada –montar el fregadero, comprar termos, vasos y alimentos- y te asfixian con impuestos, y los inspectores encima de una, pidiéndote papeles por cada producto”.

Esperanza asegura que: Se trabajaba para la oficina municipal el trabajo, la cual no da nada pero exige cada mes el 10 por ciento de las ganancias, 200 pesos por el permiso de venta, 87 para la seguridad social y, al final del año, si reportaste más de 5 mil pesos, hay que entregar otro 10 %”.

La decepcionada vendedora advierte: “Si cuentas con un ayudante, tan necesario para adquirir mercancías y hacer gestiones, además de pagarle a él, pagas por él 450 pesos y la misma cantidad por el seguro social”.

Asegura que no le da la cuenta, pero reconoce que a otros les puede ir mejor con ofertas similares. “Depende del tránsito de personas y del poder adquisitivo de los vecinos; una cafetería al lado de una escuela secundaria, de un cruce de caminos, o de una fábrica sin comedor es una buena opción”.

Al igual que la vecina de Cruz Verde, decenas de trabajadores por cuenta propia entregan las licencias en los primeros tres meses. Una empleada de la misma oficina informó hace unos días que dicha entidad “entrega tres licencias al día y recoge 10, lo cual demuestra que los solicitantes no hacen un estudio de mercado, pues parten de la euforia y la necesidad”.

David, un barbero de 52 años que reside en la calle 222 del mismo reparto, advierte que el aumento del impuesto estatal es abusivo. “Pagaba 100 pesos por la licencia y me aumentaron a 500; me exigen, además, el pago de la Seguridad Social e incrementar el por ciento que declaro al mes. Si siguen aumentando tendré que entregar la licencia y sobrevivir con mi vieja clientela, sin recibir a los muchachones del barrio que pagan más por la complejidad del pelado”.

Cuenta que a los barberos que ejercen su profesión en locales del Estado les va peor. “Ellos pagan hasta 950 pesos al mes por la licencia, no reciben nada y compiten con quienes ejercemos en nuestras casas”.

La tendencia al alza se confirma, a su vez, contra los vendedores de discos de música y audiovisuales, quienes pagaban 80 pesos al mes y le subieron a 800, además de abonar el por ciento por las ventas y lo establecido para la Seguridad Social.




Los caprichos de Pupy

LA HABANA, Cuba, marzo (173.203.82.38) – Muchas personas no se explican qué ocurrió con el negocio de Miriam Cruz la pasada semana, en la localidad habanera de Managua. Ahora, cuando se estimula la creación de pequeñas empresas, la cafetería La Bendecida, de la señora Cruz, fue mandada a demoler por órdenes del gobierno municipal

“Hablé con Pupy en noviembre de 2007. El me autorizó, me dijo que no tenía problemas, y yo le creí” -afirma Miriam mientras varios de sus empleados y otros contratados trabajan derribando las estructuras de tubos de acero.

Gerardo Hernández, conocido como Pupy entre sus electores, es el jefe del Consejo Managua-Las Guásimas (gobierno de la zona), y diputado a la Asamblea Nacional. Su popularidad varía según de quien venga la opinión. Y las hay buenas y malas.

“Pagaba un impuesto de 300 pesos anuales al departamento de Planificación Física; y 400 pesos a la ONAT (Oficina Nacional de Asignaciones Tributarias). Eso, entre otros gastos de empleados y declaraciones juradas que se hacen a fines de año. Todo un dineral” –dijo Miriam, mientras repartía agua y café entre los trabajadores que la ayudaban a desmantelar su sueño y esfuerzo.

“Cuando comencé a trabajar aquí, esto estaba lleno de escombros. Saqué varias carretas de basura. Trabajamos mucho. He invertido varios miles de pesos y ahora tengo que irme. Eso no es justo” –comenta, nostálgica.

La pequeña empresaria, quien, además, es ciudadana española, aseguró que se presentó a principio de este mes en las oficinas de la ONAT para pagar la cantidad correspondiente del impuesto. Allí la estaban esperando varios funcionarios para comunicarla que tenía 72 horas para demolerlo todo.

“Yo puedo, si quiero, salir de Cuba ahora mismo y establecerme en otro lugar. Sin embargo quiero trabajar en mi país. Y mira lo que me hacen” –afirmó a esta reportera.

Los transeúntes se detenían en la intercepción de las calles Independencia y Esperanza, donde se encontraba la cafetería, pero no a degustar un pan con croqueta, dulces, arroz frito o un bistec de cerdo a la parrilla, sino para ver cómo se rompían las paredes, los pisos y los mostradores. Las miradas y las expresiones de los antiguos clientes, delataban el descontento y la desaprobación de aquel desastre.

Una anciana muda, asidua asistente al establecimiento, se detuvo, llevó una de sus manos a la boca, y preguntó a su manera, sin palabras, pero todos la entendieron: “Y ahora ¿dónde voy a comer?”.

Con el cierre de la cafetería, doce trabajadores quedaron sin empleo. Sin embargo, algunos que parecen bien informados, aseguran que en ese sitio las autoridades quieren ubicar a varios cuentapropistas ambulantes, que venden sus productos en diversos lugares del barrio. Otros creen que se trata de un capricho de Pupy. “Eso es porque él no tiene necesidad de una cafetería” –comentan.

Apenas transcurridos unos días después de la demolición, el lugar vuelve a estar sucio y oscuro, como estaba antes de que Miriam Cruz instalara su negocio.

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Gente nerviosa

PINAR DEL RÍO,  Cuba, marzo (173.203.82.38) –  A veces cuando una persona es grosera con las demás, lo hace porque está nerviosa o insegura. Temprano salí de mi casa con la idea de recorrer el  reparto donde vivo. En mis planes estaba visitar varios lugares en los que trabajan vendedores por cuenta propia.

Desde hace meses las autoridades autorizaron el trabajo por cuenta propia en algunos oficios; principalmente en el sector de los servicios a la población. Llegué a un sitio en el que venden pizzas y marqué en la fila. No me venía nada mal probar algo de alimento a esa hora de la mañana.

Cuando se acercaba mi turno llegó un mulato alto y delgado con un bolso al hombro

-Muéstreme los papeles del permiso para la venta –le dijo al dependiente.

El vendedor hizo una seña a una mujer que estaba al tanto del horno. Al rato llegó la señora con los papeles y se los mostró al hombre del bolso.

Después de revisarlos detenidamente, dijo:

-Creo que hay problema con estos documentos, amigo mío. No tienes aquí el recibo de pago de patente correspondiente a este mes.

-Todo este formalismo me molesta siempre –dijo disgustado el vendedor, un hombre entrado en años, gordo y de ojos claros.

-Si le molesta tiene doble trabajo, señor. Yo cumplo con mi deber y…

-Pon el horno una pizza especial –dijo el dependiente a la mujer.

Después se dirigió a los cinco que estábamos en la fila.

-Arriba, caminen rápido y cojan sus pizzas pagando, caballeros. El que no se apure se queda en eso.

-Pero esas pizzas ya están frías –protestó una dama delante de mí.

-Si no le gusta no se la coma, señora, ese es su problema y no el mío –respondió el inspector groseramente.

La mujer tomó la pizza y pagó, alejándose como alma que se lleva el diablo.

El mulato sonrió y miró a los que estábamos en cola. Al final, me aparté y decidí comerme lo mío en el mismo sitio, algo distante del mostrador improvisado.

-No hay quien entienda a la gente. Es mal agradecidas de nacimiento –dijo el cuentapropista  al inspector. Ambos me miraron esperando que yo dijera algo, pero me mantuve callado con mi desayuno callejero.

Un rato después, la mujer sacaba el encargo especial  del horno. El dependiente miró sonriendo al inspector, mientras le entregaba la pizza.

-Esta va por la casa, amigo. No pierda el camino y vuelva a visitarnos.

El inspector guardó la pizza en el bolso y se marchó. Entonces el gordo, con ojos de gato me dijo con un tono que no disimulaba la grosería.

-Amigo, si no va a tomar refresco o pedir algo más se puede ir. No me gusta tener gente en el mostrador haciendo sombra.

Me encogí de hombros y sin decir palabra me alejé, mientras escuchaba al gordo peleando con su empleada




Maritza la manicura

Una "cuentapropista" en su negocio "Instituto de Belleza". Manicuri.

Una "cuentapropista" en su negocio "Instituto de Belleza, Ensueño". Manicuri.
Una "cuentapropista" en su negocio "Instituto de Belleza, Ensueño". Manicuri.

LA HABANA, Cuba, marzo (173.203.82.38) – Me arreglo las uñas en casa de Maritza, manicura desde hace no sé cuánto tiempo. Y cuando una es cliente de alguien durante tantos sábados termina conociendo algunas pesadillas de la persona que la atiende. Ella sabe que escribo, y de vez en cuando me regala alguna de sus historias. De todas, esta es una de las que más le preocupa.

Maritza perdió el sueño el martes pasado cuando le llegó a la casa un inspector para cuestionar la legalidad de su negocio. Aunque lleva años haciendo lo mismo no tiene un local rentado, ni empleados, ni ha pasado un curso de cosmética que avale sus conocimientos. Tampoco es que prefiera pintar uñas y limpiar calcañales, es que ese trabajo le proporciona una entrada de dinero honesta y sin presiones. Al menos así fue hasta hace un tiempo.

Las cuentas le daban porque, como no tenía a quién rendirlas, la pintura o la acetona que utilizaba las compraba en la bolsa negra. Ahora, con el nuevo “reajuste económico”, tiene que oficializar su status y pagar mensualmente 200 pesos, y otros 87 de seguro social (esta es la tarifa más baja), y el 10% del ingreso diario. A eso se le agrega la avalancha de inspectores que pide sobornos o impone multas por supuestas ilegalidades.

Maritza se pregunta: ¿Y qué me queda para la casa? Porque aun no existe una tienda donde pueda comprar al por mayor, en su condición de “pequeña empresaria”. “Tampoco –dice- creo que vayan a tener ese tipo de consideraciones. Aquí no se hace nada para bien de la gente”.

La buena noticia, según la oficina recaudadora, es que con esos impuestos ella va a tener derechos que antes no tenía: licencia de maternidad, vacaciones, seguro  médico  y jubilación. Cosas con las que no podía soñar.

Maritza no puede renunciar a su trabajo, porque hasta ahora con su clientela fija ha ganado el dinero para comer. Su preocupación es cómo va a combinar sus pequeñas ganancias con el pago de tantos impuestos, licencias y sobornos; si el arroz “liberado” está a ocho pesos la libra.