PINAR DEL RÍO, Cuba, marzo (173.203.82.38) – A veces cuando una persona es grosera con las demás, lo hace porque está nerviosa o insegura. Temprano salí de mi casa con la idea de recorrer el reparto donde vivo. En mis planes estaba visitar varios lugares en los que trabajan vendedores por cuenta propia.
Desde hace meses las autoridades autorizaron el trabajo por cuenta propia en algunos oficios; principalmente en el sector de los servicios a la población. Llegué a un sitio en el que venden pizzas y marqué en la fila. No me venía nada mal probar algo de alimento a esa hora de la mañana.
Cuando se acercaba mi turno llegó un mulato alto y delgado con un bolso al hombro
-Muéstreme los papeles del permiso para la venta –le dijo al dependiente.
El vendedor hizo una seña a una mujer que estaba al tanto del horno. Al rato llegó la señora con los papeles y se los mostró al hombre del bolso.
Después de revisarlos detenidamente, dijo:
-Creo que hay problema con estos documentos, amigo mío. No tienes aquí el recibo de pago de patente correspondiente a este mes.
-Todo este formalismo me molesta siempre –dijo disgustado el vendedor, un hombre entrado en años, gordo y de ojos claros.
-Si le molesta tiene doble trabajo, señor. Yo cumplo con mi deber y…
-Pon el horno una pizza especial –dijo el dependiente a la mujer.
Después se dirigió a los cinco que estábamos en la fila.
-Arriba, caminen rápido y cojan sus pizzas pagando, caballeros. El que no se apure se queda en eso.
-Pero esas pizzas ya están frías –protestó una dama delante de mí.
-Si no le gusta no se la coma, señora, ese es su problema y no el mío –respondió el inspector groseramente.
La mujer tomó la pizza y pagó, alejándose como alma que se lleva el diablo.
El mulato sonrió y miró a los que estábamos en cola. Al final, me aparté y decidí comerme lo mío en el mismo sitio, algo distante del mostrador improvisado.
-No hay quien entienda a la gente. Es mal agradecidas de nacimiento –dijo el cuentapropista al inspector. Ambos me miraron esperando que yo dijera algo, pero me mantuve callado con mi desayuno callejero.
Un rato después, la mujer sacaba el encargo especial del horno. El dependiente miró sonriendo al inspector, mientras le entregaba la pizza.
-Esta va por la casa, amigo. No pierda el camino y vuelva a visitarnos.
El inspector guardó la pizza en el bolso y se marchó. Entonces el gordo, con ojos de gato me dijo con un tono que no disimulaba la grosería.
-Amigo, si no va a tomar refresco o pedir algo más se puede ir. No me gusta tener gente en el mostrador haciendo sombra.
Me encogí de hombros y sin decir palabra me alejé, mientras escuchaba al gordo peleando con su empleada