MADRID, España.- El antiguo Palacio de Aldama, ubicado en la calle Amistad entre Reina y Estrella, frente a lo que fuera el Campo de Marte, hoy Parque de la Fraternidad, es considerado por algunos entendidos la obra arquitectónica más valiosa erigida en La Habana durante el siglo XIX, por otros como el edificio representativo del neoclásico en Cuba y el más bello de los residenciales de esa centuria en la capital.
Construido en 1840, proyectado por el arquitecto e ingeniero Manuel José Carrerá para el hacendado vizcaino D. Domingo de Aldama, con dos fachadas y un majestuoso y altísimo portal de columnas de orden dórico, devino importante centro de actividades sociales de la aristocracia habanera.
El arquitecto y profesor de la Universidad de La Habana, Joaquín E. Weiss, en La arquitectura cubana del siglo XIX, lo califica de: “La más importante de las mansiones urbanas del siglo XIX y de todos los tiempos en Cuba”. Detalla que comprendía en realidad dos casas, la mayor, haciendo esquina a la calzada de la Reina, habitada por D. Domingo; mientras que la contigua, esquina a la calle de Estrella, destinada a su hija Dña. Rosa de Aldama, y su yerno D. Domingo del Monte (1804-1853, escritor y animador literario y cultural).
Luego describe: “La escalera principal, construida de mármol de Carrara en bloques enterizos, forma una atrevida bóveda plana (…). La decoración interior es verdaderamente palaciega: techos artesonados con pinturas pompeyanas; frisos con motivos delicadamente modelados; pisos de mármol de una gran variedad de diseños y colores; lámpara de cristal (ˈarañasˈ) de extraordinaria elaboración (…) el edificio contenía un magnífico mobiliario, cuadros, esculturas y otras obras de arte de los más célebres maestros europeos”.
Pero el Palacio fue asaltado y saqueado en enero de 1869, en represalia porque su propietario de entonces, Miguel de Aldama y Alfonso —hijo de Domingo— era reconocido enemigo de España. Se apropiaron o destrozaron vajillas, lámparas, cristales, libros, objetos de arte de todo tipo; encendieron una hoguera en el Campo de Marte donde ardieron muebles tallados y tapices orientales.
Los Aldama se hallaban en su finca de Matanzas, donde recibieron la noticia y la amenaza de que la hacienda correría la misma suerte. Por lo que abandonaron la Isla y sus propiedades fueron confiscadas. En Nueva York, Miguel Aldama puso al servicio de sus ideas lo que quedaba de su inmensa fortuna y falleció en la pobreza en 1888.
En épocas posteriores el Palacio tuvo otras funciones como la de fábrica de tabacos La Corona y la de inmueble de la compañía británica The Havana Cigar and Tabaco Factories Limited. Recibió varias remodelaciones y en la década de los cuarenta del siglo XX el entonces presidente de la República Carlos Prío Socarrás declaró al Palacio de Aldama Monumento Nacional.
A finales de los años sesenta e inicios de los setenta se hizo una nueva intervención constructiva para su rescate. Y en 1974 se convirtió en sede del Instituto de Historia del Movimiento Comunista y la Revolución Socialista de Cuba, devenido Instituto de Historia de Cuba en 1987, el cual aún continúa allí pese a las deplorables condiciones que padece la edificación desde hace no pocos años, en los que ha ido deteriorándose progresivamente; lo que ha obligado a que solo se pueda entrar por Reina y a la prohibición de acceso a varias áreas dentro de la instalación.
Leonardo Padura en La novela de mi vida le dedica varias páginas y describe su parte delantera como podía verla cualquier transeúnte a finales del pasado siglo XX e inicios de este: “La visión del solar contiguo, devenido basurero, y los personajes que se arracimaban a la sobra de los frontones y portales del edificio: vendedores de velas estropajos, estampitas de santos y bolsas de nailon; indigentes y limosneros, armados algunos con perros reales e imágenes de San Lázaro destinadas a conmover a los paseantes; boteros dispuestos a alquilar sus autos hacia cualquier destino de La Habana; traficantes de tabaco y ron a la caza de algún turista, y hasta una cartomántica, en plena faena, con su vaso de agua como testimonio de sus adivinaciones”.
“¿Te imaginas que Aldama o Del Monte vieran para lo que han quedado sus portales?”, pregunta un personaje a otro.
Sin embargo, al menos todavía existían sus portales, aunque con aquellos “adornos”. ¿Qué dirían si los vieran ahora, apuntalados, tapiados y clausurados, prestos a derrumbarse de un momento a otro?
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