LA HABANA, Cuba. – Otro edificio de La Habana convertido en escombros. ¿Cuál será el próximo? Y la pregunta sirve para estar pendientes de cualquiera de las tragedias que al parecer continuarán convirtiéndose en “habituales” en nuestro día a día: el nuevo derrumbe mortal, más jóvenes rescatistas fallecidos, más familias sin hogar, y todo eso en un país donde asaltos, broncas, asesinatos y feminicidios van en aumento en la misma proporción que crecen la pobreza, los abandonos institucionales, los experimentos económicos que empiezan, terminan y continúan dando “error” pero, sobre todo, en correspondencia con unos planes de construcción de más hoteles (sin una inversión en infraestructura de servicios básicos que los sustenten) y que por no pertinentes, por innecesarios, cada día se revelan más como “negocio” sucio y oscuro de probablemente algunos “cuellos de verdeolivo” empercudidos y aferrados al poder.
Otra estructura colapsada en La Habana Vieja que, cuando pasen los días y se nos olvide el mal momento, de seguro iniciará su camino no a la reconstrucción como edificio familiar sino al largo reposo, es decir, a integrar el extenso inventario de parcelas en la Cartera de Oportunidades para la inversión extranjera, a la espera de que algún empresario extranjero (o cubano residente en el exterior) se arriesgue a perder su dinero en este juego callejero de la “chapita” que es en realidad la economía del régimen cuando está necesitada de dinero, es decir, siempre.
¿Quién será la próxima víctima? Y aunque igual la pregunta sirve tanto para pensar en muertes por aplastamiento, en accidentados, como hasta en futuros empresarios y emprendedores seducidos y estafados, ahora solo pretende indagar por los miles de cubanos y cubanas que en estos días lluviosos, de ciclones por venir, de abandonos y “falta de recursos” se reconocen en peligro inminente y sin posibilidad alguna de remediar la situación.
Gente que despierta nerviosa en la mañana y que por las noches intenta en vano dormir pensando en que pudiera ser el último de sus días o, quizás con la “suerte” de haber salvado la vida, la última vez que tendrán un lugar propio al que llamar “hogar” aunque por años este haya sido declarado “inhabitable” por “peligro de derrumbe”.
Los derrumbes en La Habana son como un juego de azar, el más tétrico de todos los que jugamos por acá entre tantas adversidades.
Así, por ejemplo, la prensa extranjera acreditada en Cuba por lo general los ignora porque, al ser demasiados, dejaron de ser noticia de interés junto con la falta de pan, los apagones de electricidad y de internet, las farmacias vacías, los hospitales sin recursos, los basurales desbordados en las esquinas, los mercados desabastecidos, los baches en las calles, el mal estado de las carreteras, la ausencia de un verdadero sistema de transporte, la brigada especial de la Policía haciendo la ronda con palos y armas, los activistas políticos presos y así, haciéndose los de la “vista gorda” frente a las cosas que en realidad describen la verdadera gran tragedia de vivir en Cuba.
Pero (porque así lo han pactado) prefieren reportar la inauguración del más nuevo hotel o la participación de tal artista en un festival ridículo para pobres que se creen “ricos” porque viven de una remesa o porque tienen una “mipyme”.
Todos estos “enajenados” son conscientes de que, en última (y hasta en primera instancia), los derrumbes y tragedias que hemos lamentado en los últimos años son consecuencia directa (jamás indirecta) de abandonos, olvidos y complicidades acumulados que han surgido, en primer lugar, de destinar a la construcción de hoteles, a la realización de eventos, congresos, festivales y demás tonterías los recursos que debieran ir exclusivamente a enfrentar los graves problemas de vivienda (y de alimentación) que hacen tan insoportable la existencia de los cubanos.
Siguiendo incluso las estadísticas oficiales, pudiera decirse sin temor a exagerar, que por cada hotel que cada año se construye en Cuba hay más de un centenar de derrumbes de viviendas, entre totales y parciales, tan solo en La Habana, más otros centenares de familias que quedan sin hogar propio. Que por cada 100 turistas que se alojen en un hotel cubano habrá una vivienda que pase a ingresar la lista de vulnerables o en mal estado. Y todo en una relación proporcional que va en ascenso.
De modo que tanto un derrumbe como la construcción de un nuevo edificio en Cuba, sabiendo que en los últimos años solo se construye algo nuevo cuando se trata de un hotel, son noticias de miedo. Ambas tragedias van de la mano, aunque algunos se esfuercen por distinguirlas entre malas y buenas noticias.
Nuestros derrumbes —mortales o no—, y el fuerte contraste con las nuevas construcciones para el turismo— son la mejor representación de un infortunio que, por tanto, jamás debería ser confundido con el “color local” de una ciudad, de un país. Y quizás en cada pie de “foto linda” de La Habana que se publique por ahí debiera obligarse a dar cuenta al espectador del peligro que supone vivir en ese lugar que se cae a pedazos. Tan solo por una cuestión de respeto por el dolor de los que han perdido techo y familia, y por quienes viven con constante miedo a la muerte.
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