Ariel Prieto: “Disfruté al ciento por ciento la pelota que jugué en Cuba”

El pitcher, que llegó a marcar 100 mph en Cuba y 97 en Grandes Ligas, también considera que los peloteros cubanos de MLB no deberían representar al equipo Cuba. “Si se está de este lado seguramente es por alguna razón”.
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LA HABANA, Cuba.- El día que Ariel Prieto marcó 161 kilómetros por hora en los radares de la Serie Nacional, la noticia se regó como la pólvora. ¡La Isla de la Juventud, un equipo “chiquito”, tenía al lanzador más rápido de Cuba!

Jardinero reconvertido en pitcher, al inicio daba tantas bolas que hubo quien lo apodó Moncho (por aquello del ‘Gitano del Bolero’), pero él supo vestir de sacrificios el talento para salir del bache. Entonces, con un mejor dominio de la zona, se convirtió en un tipo duro.

Nadie quería tenerlo enfrente. Se hacía difícil encarar a un hombre que combinaba rectas supersónicas con sliders y una curva pronunciada, de esas que van de 12 a seis en el reloj. Sin embargo, las puertas del Team Cuba se le cerraban como bóvedas de banco.

Si lo excluían por simpatías personales o suspicacias de índole política, no se sabrá jamás. Durante décadas, la historia de la pelota nacional ha sido escrita con la tinta del misterio, y no existen razones para creer que alguna vez se desclasificarán ciertos archivos.

Así que el ninguneo acabó minando las ilusiones del muchacho que soñaba brillar con las cuatro letras en el pecho, y he aquí que una mañana se conoció que Ariel había tomado las de Villadiego. Luego —¡orgullo cubano!— nos enteramos de que lanzaba en Grandes Ligas, y más tarde, una vez colgado el guante, que oficiaba como entrenador.

Hoy, alejado de los diamantes, lo sentamos en nuestra butaca virtual de entrevistados.

—Si naciste en La Habana, ¿por qué jugaste para la Isla?

—Yo nací en La Habana, pero cuando terminé un técnico medio en Playa me iba a agarrar el Servicio Militar y allá me dieron el chance de ir a luchar un puesto en el equipo. Resultó que me cambiaron de jardinero a pitcher y logré incluirme en la selección.

El pitcher, que llegó a marcar 100 mph en la Isla y 97 en Grandes Ligas, también considera que los peloteros cubanos de MLB no deberían representar al equipo Cuba. “Si se está de este lado seguramente es por alguna razón”.

—¿Cuáles crees que eran tus mayores virtudes y debilidades como lanzador?

—Mi mayor virtud como lanzador fue que nunca me di por vencido. Probé mucho la derrota pero inclusive sufriendo reveses sentía que ganaba. Tenía mucha fortaleza mental para ser parte de victorias del equipo. En cuanto a las debilidades, por un tiempo tuve serios problemas con el control, y también me tomó bastante esfuerzo hacerme a la idea del cambio de jugador de posición a lanzador.

—¿Qué recomendaciones específicas seguiste para trabajar en tu control?

—Ahí lo fundamental es que gracias a Dios mandaron a José Manuel Cortina para la Isla. Él trabajó conmigo incansablemente porque sabía que yo tenía un brazo potente pero descontrolado. Mi mecánica era inconsistente, con mucho desbalance, y Cortina me entrenó para mantener la estabilidad, soltar la bola en el mismo lugar y otras cosas muy importantes para un pitcher. A él le agradezco lo que hice como lanzador. Y no solo yo: fuimos muchos los que nos beneficiamos de su conocimiento. Cortina ha sido uno de los mejores entrenadores que ha tenido Cuba.

—En Cuba llegaste a marcar 100 mph y en Japón, algo similar. ¿Cuál fue tu tope de velocidad en Grandes Ligas?

—Alguna vez marqué 97 mph, pero oscilaba entre 94 y 96.

—¿En cuántas ocasiones consideras que fuiste injustamente excluido del equipo nacional?

—Eso es pasado y ya lo superé. Pero fueron varias. Sobre todo en 1992, que por X o por Y me dejaron fuera del equipo olímpico. Yo me molesté, reclamé y nada.

—¿Es cierto que ibas a ‘quedarte’ en 1987 en Minnesota, pero la muerte de un familiar te lo impidió?

—Eso quizás yo lo dije en algún lugar pero no creo que fuera tan así. Puede ser que lo hubiera pensado pero no sé si me habría decidido. Tenía 21 años y no quería dejar a mis abuelos atrás. Pero claro, eso es una cajita de sorpresas: tal vez me hubieran embullado y habría dado el paso. A lo que se refiere esa historia es a unas competencias universitarias que hubo en Minnesota y un tío mío iba a ir a verme, pero desgraciadamente falleció poco después de arribar yo a Estados Unidos.

—Alguien comentó en redes sociales que a veces fingiste lesiones para no jugar…

—Para nada. Eso solo lo hice cuando ya estaba a punto de salir del país. Me caí de una bicicleta y me encasqueté un yeso en el brazo para aparecerme así en el Latino.

—¿Cómo fue tu salida del país?

—Después del año 1993 no integré más equipos en Cuba. Hicieron cuatro selecciones, hasta una universitaria, y yo no fui. Entonces tomé la decisión de que no jugaría más pelota en el país y opté por emigrar. La que era mi pareja en esa época tenía a su papá en Estados Unidos y él nos sacó legalmente. Me dieron la visa en el 95 y partí sin la idea de jugar, aunque si aparecía algo lo iba a intentar. Y así fue.

—¿Fue decisivo René Arocha en tu inserción en las Ligas Mayores, o piensas que eso iba a ocurrir de todos modos?

—Que René estuviera en Grandes Ligas fue clave para muchos cubanos. Él me puso en contacto con su agente y ese fue el comienzo. Yo tenía en mente que si lograba meterme a jugar en algún lugarcito, podría llegar a las Mayores. Pero no tenía los contactos hasta que apareció René.

—Tu paso por las Grandes Ligas no fue un camino de rosas. ¿Te quedaba grande aquel béisbol o arrastrabas muchos problemas físicos?

—No me quedaba grande; yo siento que tenía para pitchear allí. Pero tuve muchas lesiones, una detrás de otra. Por ejemplo, viví una crisis grande con el hombro: al principio creí que sería una tendinitis u otra bobería y por el camino aquello se fue agravando debido a una conjugación de factores. La sufrí en mi primer año, posteriormente me operé, y cuando me recuperaba se me lesionó el codo y tuve que someterme a la Tommy John. Sin embargo, en esas condiciones luché y logré jugar seis temporadas en el mejor béisbol del mundo.

—En Oakland te diste el gustazo de coincidir con personajes como Mark McGwire, José Canseco, Rickey Henderson y Dennis Eckersley…

—Esos tipos son leyendas. Peloteros super elite. Me ayudaron mucho principalmente con el idioma, porque al llegar yo no hablaba nada de inglés. Los batazos que daban McGwire y Canseco eran increíbles, Eckersley fue un caballo en el montículo y Henderson… había que ver la facilidad que tenía para sacar la base por bolas y robarse la base. Y también tuve el privilegio de compartir clubhouse con otros caballos como Dave Stewart, Ron Darling y Rubén Sierra, así como con el manager Tony La Russa.

Cuba, Ariel Prieto
Yoenis Céspedes y Ariel Prieto. (Foto: Cortesía)

—¿Hasta qué punto cambiaron tus sistemas de entrenamiento y condiciones de vida al llegar a la MLB?

—El cambio de condiciones de vida es grande, pero el de entrenamiento no tanto. Ellos no te caen arriba para que entrenes; la dedicación y el interés tienen que ser tuyos. En el período de descanso te dan un programa para que te alistes de cara al Spring Training, y cumplirlo va por ti. Las condiciones ya son otra cosa: los estadios, los spikes, los guantes… todo eso te da mucha más comodidad. Pero te digo, yo a veces entrenaba más duro en Cuba. Aquí si no te unes con otros no te preparas tan fuerte y créeme que lo necesitas, porque la temporada es muy larga.

—¿Qué aptitudes vieron en ti para contratarte como entrenador?

—Yo estuve 11 años como entrenador, seis de ellos en Grandes Ligas. Lo que a ellos les llamó la atención es que vieron que cada vez que me lesionaba, al pasar por las Menores ayudaba mucho a los muchachos —sobre todo latinos— a acondicionarse a aquel béisbol, a aquel país y a relacionarse con el idioma. Recuerdo que mientras estaba terminando mi carrera en Venezuela, me llamaron para decirme que una vez que terminara mi etapa de jugador activo tenían trabajo para mí en Oakland. Aunque vale apuntar que no he sido el único entrenador cubano en estos años. Hay que citar el caso de Euclides Rojas, que todavía está en la MLB (actualmente con Detroit) y ha desarrollado una carrera hermosa, y también a otros como Hansel Izquierdo y Michael Tejera.

—¿Por qué dejaste de trabajar en el béisbol?

—Dejé de trabajar en el béisbol porque necesitaba estar más tiempo de descanso y con la familia. Encima, vino la COVID, y a partir de ahí parece que me acostumbré a estar en la casa. Cuando eso terminó, me quedé tranquilo aquí y dejé de ponerle interés a las opciones de trabajo que tenía.

—¿Qué opinión tienes de la pelota que jugaste en Cuba?

—El béisbol de Grandes Ligas es formidable, único. Estás peleando para llegar y ganarte tu dinero. Pero te digo algo, yo disfruté al ciento por ciento la pelota que jugué en Cuba. En esa época pensaba incluso que no me hacía falta ir a las Mayores porque estaba jugando en uno de los mejores campeonatos del mundo. Jugar en Cuba fue un sueño, y luego entrar a la MLB, también.

—¿Estás de acuerdo con que los peloteros cubanos de MLB representen al equipo Cuba de la federación nacional?

—No, porque ellos no juegan el béisbol de allá sino el de aquí. No tienen por qué representar a Cuba. Son cubanos y a uno le gusta vestir el uniforme de su país, pero si se vive acá y se está de este lado seguramente es por alguna razón.

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