MIAMI, Florida -Una encuesta es un estudio observacional en el que el investigador busca recopilar datos por medio de un cuestionario previamente diseñado, sin modificar el entorno ni controlar el proceso que está en observación.
El tema de las relaciones Cuba-Estados Unidos ha estado bajo el escrutinio de los encuestadores durante mucho tiempo. Hay una redundante obsesión entre los diseñadores de tales pesquisas, especialmente concentradas en el embargo y las restricciones económicas impuestas por Washington al régimen cubano.
En la mayoría de las encuestas de este tipo las preguntas se limitan a un categórico SI o NO, lo que significa que el interrogado no puede fundamentar su respuesta.
Recientemente se publicó una indagación financiada por el Grupo Trimpa, una entidad con sede en Denver que favorece “el cambio social”, y Open Society Foundations que fomenta causas de políticas públicas. Guillermo Grenier, profesor de sociología en la Universidad Internacional de la Florida quien ayudó a dirigir el estudio, señaló que “los resultados podrían llevar a la administración Obama a revisar la política de Estados Unidos hacia Cuba, favoreciendo los viajes y las actividades comerciales para ayudar al llamado emergente sector privado”.
Los promotores de estas encuestas evidentemente ignoran que Cuba ha estado sometida por más de medio siglo a un sistema de gobierno cuya filosofía consiste en controlar y decidir. Un sistema incapaz de entender los más elementales principios de la economía y las leyes del mercado, donde un ejército de burócratas impone sus dogmas a la sociedad y pone frenos al desarrollo de las iniciativas individuales.
No se puede hablar de “sector privado”, en el sentido estricto del término, en un país donde la economía está sometida a los caprichos de los centros del poder político y a los vaivenes ideológicos. Es imposible que la iniciativa privada alcance su pleno desarrollo cuando su principal competidor es el Estado el cual, además, le impone abusivos controles y restricciones de todo tipo.
Tampoco podemos pasar por alto que “los resultados podrían llevar a la administración Obama a revisar la política de Estados Unidos hacia Cuba”, según lo expresado por el señor Grenier. Es decir, enternecer al gobierno estadounidense y hacer que se sienta responsable por las tremendas miserias materiales y morales reinantes en Cuba.
No, señor Grenier, en Cuba no hay una incipiente sociedad civil. ¿Y sabes usted por que no puede haberla? Porque el 90 por ciento de la economía cubana está controlado por los militares, porque los poderes del Estado se concentran en una sola entidad política. No existe esa sublime sociedad civil porque las leyes, e incluso la propia constitución, son impunemente violadas de manera sistemática y el menor vestigio de oposición o disidencia es aplastado brutalmente.
Una sociedad civil, señor Genier, aun la más incipiente, requiere del prerrequisito de la democracia y de un conjunto de factores conceptuales, legales y éticos que posibiliten la diversidad entre ciudadanos y no entre cautivos del Estado. Ciudadanos que de manera individual o colectiva actúen para tomar decisiones en el ámbito público, totalmente autónomos de los intereses o estructuras gubernamentales.
¿Se puede hablar de sociedad civil en un país donde los ciudadanos no pueden actuar de manera independiente, restringidos por un orden legal excluyente y autoritario?
Obviamente el señor Grenier y sus asociados no han tenido acceso a la vigente constitución cubana, ni al Código Penal y mucho menos a la recientemente promulgada Ley de Inversión Extranjera o al Código de Trabajo.
La encuesta del Grupo Trimpa hace énfasis también en el tema de los viajes a Cuba. Es decir, el turismo como ingrediente del cambio. No conozco un solo país sometido a un régimen totalitario donde el turismo haya operado el milagro de la libertad y el rescate de los valores democráticos.
Como destino turístico en Cuba resaltan dos aspectos básicos. El primero se refiere a los turistas extranjeros, impulsados por la necesidad del entretenimiento y el placer. Muchos de ellos no ocultan sus simpatías hacia el régimen y consideran su presencia en la isla como una muestra de solidaridad. Del otro lado se alinean los turistas de la lujuria y el libertinaje a quienes les importa un comino la democracia, la libertad y los derechos humanos. Su visión de Cuba es la de un gran prostíbulo donde por un puñado de dólares pueden comprar caricias y besos. Y en el último lugar tenemos a los cubanos residentes en el exterior. Esta especie de turista – que en realidad no lo es – va a Cuba con el objetivo de ayudar a sus familiares y zarandear un tanto la añoranza. No quieren mezclarse en rollos políticos porque saben que pueden poner en peligro a su familia y comprometer futuros viajes.
Si el turismo poseyera el hechizo de la transformación política, en el mundo no existirían dictaduras ni dictadores.
De que le vale, por ejemplo, a un médico cubano saber que un colega domincano obtiene en una hora el equivalente a su remuneración mensual. Si se analiza a profundidad, a ese medico lo acosaría la idea de largase a la Republica Domiicana para ejercer allí se profesión. O que ganaría un ama de casa cubana al enterarse de que un robot puede liberarla de la limpieza de su hogar.
El pueblo de Cuba no necesita la presencia de calenturientos turistas ni de un puñado de vendedores ambulantes para despojarse de sus ataduras. Como tampoco necesita de encuestas amañadas para comprender la dimensión de su tragedia. Ese pueblo necesita independencia, estructuras legales que lo protejan y faciliten el desarrollo pleno de sus capacidades individuales.
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