La Habana, Cuba-.“Croquetas y van bien, que esto está peor que el Período Especial”, asegura Hilda Martiatu, que no quiere saber de fiestas ni expectativas para el año 2023 que se halla a las puertas.
Con una mezcla de nostalgia y disgusto, la señora recuerda la crisis de la década de 1990, una época en que también la carne de cerdo se puso difícil, pero el arroz y los frijoles eran costeables con el salario. Había plátano macho y burro, yuca, ensalada, y en su humilde hogar ella y sus hijos tuvieron pescado de mar para la Noche Buena y el 31 de diciembre de 1994.
“Ahora búscalo (el pescado), que no lo vas a encontrar, y si lo encuentras, ¡agárrate!”, concluye y se aleja; pero vuelve sobre sus pasos y le cuenta a esta servidora que en el agro de Sol y Habana quisieron cobrarle 60 pesos por un solo pimiento, que vendió el ron y los cigarros que le dieron por la bodega, pero va a guardar esos pesitos para enero, “que viene caliente”.
Como tantos cubanos, Hilda ya tiene su pensamiento puesto en lo que vendrá, porque sabe que no es bueno, que nada indica que Cuba volverá a los tiempos en que se podía comprar pollo y yogurt en la Plaza de Carlos III -cola mediante, por supuesto-, sin tener que enseñar la libreta de abastecimiento y el carné de identidad.
El estado refuerza las medidas de racionamiento. Durante todo el año no ha habido carne de cerdo, pero en estos días se han habilitado establecimientos estatales para venderle algunas porciones a la población.
“Tres días haciendo la cola, rectificando el turno a las ocho de la mañana y ocho de la noche, para al final comprar una paleta que es más hueso que otra cosa”, lamenta Olga García. También explica a Cubanet que si no la compraba se iba a quedar sin nada.
“Me costó 5350 pesos y la carne que le pude sacar no alcanza para el 24 y el 31, así que pa’ Noche Buena lo que toca es pollo (…) La compré por miedo, porque no es fácil hacer tantas horas de cola y salir con las manos vacías (…) Los perniles buenos ya venían con nombre y apellido, se los llevaban a la cara, y para nosotros paletas y costillares con tremendo grasero”.
En las colas para comprar carne de cerdo abundan personas de pocos recursos que tienen muchos deseos de comer algo distinto al pollo, las salchichas o el picadillo mixto que han estado comiendo durante todo el año. Otros hacen el esfuerzo para no romper con la tradición del cerdito asado el 31 de diciembre; pero son muchos los que consideran que no vale la pena machacarse tanto por un pedazo de carne que casi nunca es fresca, y a veces trae hasta mal olor.
En el punto de venta sito en Zanja y Belascoain sacaron manteca de cerdo en rama, a 165 pesos la libra, y era impresionante la cantidad de personas que se agolpaba en el enrejado para tratar de escoger los trozos que tuvieran algún filito de carne. Aquellas bandas de pellejo maloliente que probablemente se convertirían en chicharrones o manteca líquida para cocinar y ahorrar el aceite de soya racionado, constituía la generosa oferta de un gobierno que no ha sido capaz de proveer carne para el consumo de la población.
“La venta de cerdo por el Estado ha sacado lo peor de la gente. No importa si son vecinos o amigos del barrio (…) Este año ha sido peor. A la gente le ha crecido una cosa mala por dentro que sale a la menor provocación. Yo no quiero estar cerca de eso, es una tristeza este país”, comenta Jorge Amado Portela.
Esa “cosa mala” a la que se refiere el jubilado, es resultado de la “resistencia creativa” promovida por Miguel Díaz-Canel y la autoflagelación de tragar en seco ante tantas humillaciones. El enojo, el hambre y la impotencia de los cubanos es algo muy duro de ver, sobre todo durante estos días que se suponían de alivio, pero han añadido más presión sobre las familias que llegan extenuadas al final de un año colmado de maltratos y frustraciones.
Jorge Amado reconoce que en su casa la carne para el 24 y el 31 de diciembre se compró con anticipación. Sus hijos y sobrinos que viven fuera de Cuba se encargaron de adquirirla donde nunca falta, porque se paga en dólares: Supermarket 23.
“Este año se fueron los dos sobrinos que quedaban aquí. Se fueron por Nicaragua con su familia y llegaron todos. Están bien (…) Aquí solo quedamos los viejos, así que nos da igual que haya o no haya carne, aunque ellos nos hayan mandado de todo. Cada año la mesa familiar se hace más pequeña, y cuando uno extraña tanto se le quitan las ganas de comer”.
Jorge Amado deja de hablar bruscamente y sus ojos se humedecen. La tristeza de una nación más rota que nunca se expresa en su silencio y en un breve soliloquio consigo mismo, como si intentara apaciguar sentimientos que no puede manifestar de viva voz. Cuba se ha vuelto hostil para todos, pero inclemente para los viejos.
En una feria del parque Trillo, en Centro Habana, se aglomeran quienes no pueden permitirse siquiera echar un vistazo a los agromercados de oferta y demanda. Sobre las tarimas y sarapes improvisados se inclinan cabezas cubiertas de canas tratando de elegir los ejemplares más aceptables entre una mercancía que tampoco es barata.
Un amable vendedor se enfrenta al incómodo trance de quitar varios tomates de la balanza para ajustar el peso al presupuesto de una anciana. Noventa pesos, cinco tomates verdosos, y la señora se marcha conforme porque “algo es algo”. En esa feria, un poco menos costosa en comparación con agros y carretillas, la libra de pimiento se vendía a 100 pesos, la de frijol negro a 170, la de tomate a 70, un mazo pequeño de cebollas también a 70, y una ristra de ajos diminutos a 350 pesos. Solo faltaba un cartel que advirtiera: “no apto para jubilados”.
Así transcurren estos días que acentúan la sensación de pobreza, soledad y desamparo que embarga a la mayoría de los cubanos. Tristezas de fin de año que no desaparecerán en la medianoche del 31 de diciembre, sino que esperarán las miserias de enero para solazarse con ellas y caer, con esa fuerza más, sobre las espaldas de un pueblo vencido.
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