LAS TUNAS, Cuba. — Descosido significa roto, desgarrado, pero también es expresión de inconexo, de incongruente, de contradictorio… y no puede calificarse sino como arrancado de su contexto histórico el alegato pronunciado por el viceministro de Relaciones Exteriores del régimen, Carlos Fernández de Cossío, cuando, en las conversaciones promovidas por el presidente de México (Andrés Manuel López Obrador) para tratar la actual crisis migratoria en la región, fue incongruente con los hechos al culpar al gobierno de Estados Unidos por el éxodo de los cubanos hacia territorio norteamericano.
El viceministro Fernández de Cossío achaca el ininterrumpido éxodo a factores “artificiales” promovidos por sucesivas administraciones estadounidenses: el embargo, la Ley de Ajuste Cubano (CAA, por sus siglas en inglés) y el testimonio de miedo creíble como primer paso en el proceso de asilo político, donde, para obtener el estatus de asilado, en muchas ocasiones al dilatarse el juicio por más de un año, esto propicia a los cubanos obtener la residencia permanente en Estados Unidos por la Ley de Ajuste, sin necesidad de presentarse en la Corte. Todo ese proceder jurídico funciona así, son leyes votadas por el Congreso estadounidense y como tal se cumplen. Pero aun así, peca de descosido el alegato de Cossío.
Ante cualquier reflexión jurídica, las palabras del viceministro están urgidas de una recalificación histórica. La huida de los cubanos del castrismo data desde el mismo 1959. Ese éxodo no se ha detenido hasta el día de hoy.
Los primeros que huyeron por decenas y cientos, fueron militares y políticos, temerosos de enfrentar —como en realidad sucedió con los que fueron capturados— largas condenas de cárcel o el pelotón de fusilamiento, condenados por “tribunales revolucionarios” en juicios sumarísimos por su vinculación a crímenes probados o presuntos durante la dictadura de Fulgencio Batista. A esa oleada de partidarios de la dictadura y sus familiares, ya para finales de 1959 y principio de los años sesenta, se unieron cientos de familias de las clases adineradas y media, que, sin pensar que se iban para siempre, fueron a pasar “una temporada” en Estados Unidos hasta ver en qué terminaba la revolución.
Y luego de los militares, los políticos y la burguesía y la clase media comenzaron a huir del castrismo que ya era comunismo, también empezaron a irse profesionales, empleados, obreros y campesinos, casi todos opositores al régimen y objeto de búsqueda y captura por haber participado en actividades juzgadas como delitos “contrarrevolucionarios”, sancionados muchos de ellos con pena de muerte. Es en ese contexto de violencia política por parte del Estado castrocomunista contra la población civil, que el 2 de noviembre de 1966 (en pocos días se cumplirán 57 años) el Congreso de los Estados Unidos adoptó la Ley de Ajuste Cubano, en congruencia con las excepcionales condiciones sociopolíticas que vivía —y hoy vive en circunstancias agravadas— la nación cubana.
Todas esas personas que huyeron de Cuba durante el año 1959 y la década del sesenta, más los prisioneros políticos liberados por cumplimiento de sanción o excarcelados por el régimen debido a gestiones de buena voluntad de personalidades del mundo, o por acciones oportunistas de “libertadores” a quienes Fidel Castro solía “regalar” presos, constituyen lo que se ha conceptuado por periodistas, historiadores, sociólogos y juristas como el “exilio histórico”, y no fue promovido por las administraciones de Eisenhower, Kennedy o Johnson, sino por el entonces primer ministro Fidel Castro, quien, tan temprano como en febrero de 1959, hizo reformular la Constitución de 1940 en la llamada “Ley Fundamental”, que limitó o completamente conculcó derechos políticos, civiles, económicos y sociales, permitiéndole gobernar por decretos sin más autoridad que la de sí mismo, durante 17 años, hasta promulgarse la llamada “Constitución de 1976”, cuando ya la nación se había convertido en diáspora por leyes que eliminaron en Cuba la propiedad urbana, rural, industrial, comercial y la opinión pública.
¿Es que acaso olvido Fernández de Cossío que no existía Ley de Ajuste Cubano cuando, un año antes de promulgarse, en octubre de 1965, se produjo la primera gran estampida de cubanos huyendo en masa hacia Estados Unidos por el puerto de Camarioca? ¿Y también olvidó que desde el siglo XIX, en los albores de la nación, ya fueron a establecerse colonias de cubanos en Tampa y Cayo Hueso, buscando derechos civiles negados por el colonialismo español?
Como en pleno siglo XXI el Partido Comunista de Cuba (PCC) prohíbe a los cubanos organizar partidos políticos y fundar periódicos… ¿También olvidó el viceministro Fernández de Cossío que José Martí, que vivió la mayor parte de su corta pero fecunda vida en Estados Unidos, fue allí donde no le permitieron trasiegos de armas, pero sí pudo difundir sus ideas políticas, organizar el Partido Revolucionario Cubano y publicar el periódico Patria?
No se culpe al gobierno de los Estados Unidos por el desastre nacional de Cuba. La calamidad que supuestamente en nombre de la justicia social hizo misérrimos a todos los cubanos tiene nombres y apellidos. Quien hizo huir a los cubanos de su país, promulgando leyes espurias como las de “reforma” agraria, vivienda, educación, propiedad extranjera y nacional, comercio de importación y exportación y la constitución toda, erigiéndose en ley del PCC en lugar de ley de todos y con todos, fue Fidel Castro, esa tarea de destrucción la continuó su hermano Raúl Castro, y hoy, Miguel Díaz-Canel prosigue tan innoble misión entre hoteles suntuosos para turistas pudientes, ruinas de las viviendas de los cubanos que se desmoronan y las espinas de marabú que hacen ociosos nuestros campos y de paso rasgan el discurso de Cossío.
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