LA HABANA, Cuba. – Quieren hacer pasar el 20 de octubre como “jornada de celebración” pero en realidad debería ser un día de pesar o luto por la cultura cubana, por lo que va quedando dentro de Cuba de algo que, da la impresión, se han empeñado en destruir a fuerza de ideologización, censuras, castigos, éxodos y, sobre todo, de entronizamiento de la mediocridad.
Han sido más de 60 años de exclusiones, silenciamientos, retractaciones, quema de libros y mutilaciones, de exilios e “insilios” forzosos, de premios a los serviles y de castigos a los rebeldes, de modo que si alguna cultura han creado ha sido la del miedo, la de la cobardía, la de hacerles creer a una turba de fantoches ajenos a la creación y la virtud que el arte es “más auténtico” solo cuando es más obediente, cuando se acepta, incluso desde la apatía o la indiferencia, ese dañino pacto de silencio de la dictadura que los vuelve cómplices de todo atropello.
Basta con observar quiénes son los “artistas” mimados por las instituciones culturales del régimen, quiénes son sus funcionarios en todos los niveles, de qué van sus obras y baboseos políticos, sus oportunismos (y cómo les crece la barriga en medio de tanta hambre), para darnos cuenta del daño causado y, hasta pudiéramos decir, del crimen cometido.
Fue precisamente en el Ministerio de Cultura donde, durante las sonadas protestas de noviembre de 2020, mejor se pudo comprobar para qué sirven esos tipos grises, obsoletos, que muy mal se les da la “pinta de culturosos” pero muy bien saben cumplir las órdenes de las fuerzas represivas, elaborar listas negras, tender emboscadas y, sobre todo, arrebatar teléfonos.
Si después de aquellos días, de golpizas y gases lacrimógenos, todavía queda alguno con dudas sobre lo que en realidad es la cultura cubana dentro de Cuba, esa que el régimen llama a celebrar cuando es consciente del cadáver en que la ha convertido, es solo porque se finge tonto para disimular cuán cobarde o secuaz es en realidad.
Hoy no es posible celebrar cuando somos en realidad un país en fuga, en proceso de escapada, y con todos los que huyen, en ese viaje que posiblemente sea de no retorno, hay una cultura que se escapa con la intención de ponerse a salvo.
Lo que va quedando aquí solo son restos y fantasmas, ruinas semejantes a las de esos edificios que caen para sepultar a quienes los habitan, gente prisionera entre los temores a no tener un lugar donde vivir y la certeza de en cualquier momento perecer sepultados bajo paredes y techos. Se sabe que lo más sensato es huir, pero igual se sabe que hay quienes no pueden hacerlo, así como están los que, consciente de la culpa o el pesar que cargan sobre los hombros, han decidido quedarse a saldar sus deudas, sobre todo con ellos mismos.
Porque así es la cultura cubana en Cuba, un edificio inhabitable que constantemente nos amenaza de muerte, aun cuando (con el puñal escondido) se hable de diálogo e inclusión, de tolerancia y libertad de creación. Una estructura que ya no sirve para cobijarse y que hoy se ha convertido en el asesino potencial, y por tanto se está mejor fuera que adentro, mejor a la distancia que en las cercanías.
El mejor ejemplo de que la Isla es un terreno hostil para la cultura está en observar a los que se han marchado. A los buenos y a los malos. Observar cómo unos y otros, una vez fuera de Cuba, terminan encontrando sus verdaderos lugares. El talento que fue apagado por la fuerza y la injusticia, por la censura y la envidia, florecerá, brillará mucho más que antes; mientras que el mediocre se hundirá, a la corta o la larga, cuando la vida y la verdad lo coloquen en el lugar que le corresponde.
Así la gran suerte es esa: que una ideología o fuerza política, a pesar de sus perversas intenciones, no puede secuestrar y apropiarse de la cultura aunque sí desvirtuarla, fracturarla. Quizás una dictadura pueda crear algo semejante pero falso, algo ridículo que sirva al mediocre para creerse que es artista o escritor precisamente por la poca abundancia de estos en esos espacios de, digamos, “simulación cultural”.
Pero en realidad una “cultura nacional” no necesita de un espacio nacional, físico, para existir. Incluso a veces la distancia, forzada o no, puede ser el elemento de crisol indispensable para que alcance su esplendor. Y en eso de las distancias que hacen florecer y solidificar un legado intangible, la cultura cubana, que en buena medida es una cultura en el exilio, estaría quizás entre los mejores ejemplos.
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