LA HABANA, Cuba. — “¿Qué queda del cine cubano?”, pregunta el hijo de un amigo mientras evita pisar un charco de agua de fosa, frente a las ruinas del Cine Duplex, en la populosa calle San Rafael, en Centro Habana.
—“Poco. Pero nada en la vida es en blanco y negro”, contesta el padre, en pose reflexiva, mordiéndose los labios, la cabeza gacha.
La creación del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC) el 24 de marzo de 1959 fue un acontecimiento positivo en lo social, cultural y estético para la nación cubana. Constituyó un impulso oficial al arte cinematográfico, a la protección de las salas de cine, a la seguridad de los artistas y a la inversión de los bancos en la industria del cine. Pero no todo es lo que parece. Detrás de eso vino el robo de las salas de cines a sus propietarios, la decantación de las obras en función de los intereses del Gobierno, y la más cruda censura artística y estética.
La represión contra el arte cubano comenzó en 1961, con la censura al documental PM, que intentó reflejar la vida nocturna en la zona de la Playa de Marianao. El error de los realizadores del documental fue pensar que a los ñángaras pudiera gustarles que se mostrara que el pueblo podía preferir la vaciladera a vestir de miliciano y cavar trincheras.
La censura se impuso por la intención de los comunistas de controlar la creación e imponerle códigos artísticos e ideológicos.
Importantes represores de esa época y hasta su muerte fueron Alfredo Guevara, Julio García Espinosa y Santiago Álvarez, quienes manejaron tesis estéticas como el realismo socialista soviético y el cine imperfecto.
Lo que con tales tesis lograron esos comisarios, que llevaban vidas de lujo a costa del erario estatal, fue hacer “un cine anti-público”, como lo califica Yeyo Mandarria, que en aquella época, ya que no exhibían películas norteamericanas, prefería las franco-italianas, españolas o japonesas.
El documentalismo y el Noticiero ICAIC Latinoamericano sufrieron el encuadramiento de ideólogos y panfleteros. Santiago Álvarez, imitador mediocre de la alemana Leni Riefenstahl, no logró hacer un material a la altura de El triunfo de la Voluntad, pero sí muchos tan monotemáticos y serviles al poder que se comparan al Giornale Luce de la Italia fascista, el Die Deustsche Wochenshau de los nazis o el No-Do del franquismo.
Luego de la creación del ICAIC, el gobierno expropió teatros y cines. Comenzó entonces la lenta y dramática decadencia de las salas de proyección del país. Se perdieron, primero, los anuncios lumínicos; luego los carteles y las amables acomodadoras.
En La Habana, de las más de 358 salas y 90 000 butacas que había en 1958 hoy quedan menos de 20 salas y 10 000 butacas.
Entre 1959 y 1969 fue la década de oro del cine cubano hecho por el ICAIC, marcado por la experimentación y la búsqueda de patrones de identidad por parte de directores como Tomás Gutiérrez Alea y Humberto Solá en películas como Memorias del subdesarrollo y Lucía. Luego vino la debacle de las décadas de 1970 y 1980, marcada por los filmes de espías del G2, las comedias fáciles y la omnipresente retorica castrista.
Hubo discriminación ideológica contra muchos directores, artistas y fotógrafos conocidos por sus triunfos internacionales, pero peor fue la discriminación contra muchos otros que fueron por el tiempo y la falta de registro en la que se escudaron los burócratas de la cultura.
Cine independiente: el nuevo cine cubano
El director Tomas Piard fue el que cortó la cinta del cine independiente en Cuba. Aunque el ICAIC intentó absorberlo a posteriori, la semilla que sembró dejó frutos.
Gracias a un nuevo pensamiento, y a las modernas tecnologías que abarataron los costos de producción, las obras del cine independiente se han impuesto, aunque con desiguales resultados.
Dos organizaciones supuestamente independientes del gobierno, la Asociación Hermanos Sainz y la Asociación Nacional de Videoastas, intentaron encorsetar a los cineastas en la muestra de Cine Joven, pero al final se ha impuesto un nuevo cine cubano, al tanto de las nuevas tendencias estéticas y de una profunda vocación social y política, y para el cual el ICAIC solo significa una barrera de contención.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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