LA HABANA, Cuba. ─ Allá por 1972, cuando estaba en su apogeo la prohibición de escuchar música en inglés, el idioma del enemigo, se vendió en Cuba un disco del cantante norteamericano Dean Reed hecho por la firma soviética Melodiya.
La grabación era pésima, apagada, neblinosa; los arreglos eran igualmente opacos y el cantante, lo mismo cuando interpretaba Unchained melody o algún viejo spiritual que el himno partisano italiano Bella Ciao, sonaba forzado e inconsistente.
Así y todo, el disco se vendió. Por malo que estuviese, era “música americana”. Y no había mucho que escoger entre las ofertas de Areito y Melodiya.
Como antes hicieron con Bárbara Dane, una poco conocida intérprete californiana de canciones protesta, Dean Reed era presentado en Cuba como un gran artista. Aseguraban que si no logró llegar más lejos fue porque en los Estados Unidos lo represaliaron por sus ideas políticas de izquierda, al extremo de tener que refugiarse en la República Democrática Alemana (la Alemania Oriental comunista).
La realidad era otra. A Dean Cyril Reed ─nacido en 1938 en Lakewood, Colorado─ la disquera Capitol, que lo fichó en 1958 y le grabó varios singles, había tratado de convertirlo en un ídolo juvenil, pero fracasó. Por doquier afloraban jóvenes bonitillos que tocaban la guitarra y se meneaban al compás del rock, y lo hacían mucho mejor que Reed, al que le faltaba gracia y voz.
En el rock and roll, el country y las baladas de amor, Dean Reed no pudo competir con Elvis Presley o Johnny Cash. Y ni remotamente, cuando le dio por el folk y la canción protesta, pudo competir con Bob Dylan.
Radicado en Chile, cantando en español, Dean Reed logró cierto éxito. En Argentina, además de presentarse en la TV, actuó en las películas Mi primera novia y Ritmo nuevo, vieja ola. Por esa época, influido por artistas latinoamericanos de izquierda con los que se relacionó estrechamente, como el cantautor chileno Víctor Jara, Dean Reed radicalizó sus visiones políticas.
En 1966, deportado de Argentina por el régimen militar del general Juan Carlos Onganía, fue a parar a Roma, donde probó suerte en los western espaguetis, pero no logró impresionar con sus dotes actorales.
En 1969, invitado por el Komsomol Leninista, viajó a la Unión Soviética, donde actuó en varias ciudades, grabó discos e hizo fuertes declaraciones en contra del gobierno norteamericano, lo que le costó que lo consideraran traidor a su país y le prohibieran regresar a los Estados Unidos.
Radicado desde 1970 en Berlín Oriental, “el Elvis Rojo”, como lo llamaban, se hizo famoso en los países comunistas de Europa del Este gracias a los discos que lanzó, además de con Melodiya, con la firma alemana Amiga y la checa Supraphon.
En la Unión Soviética, por su identificación con el comunismo, Dean Reed era reverenciado por los comisarios culturales del Kremlin, tanto como antes lo fue Paul Robeson. También fue popular en Chile hasta que lo prohibieron luego del derrocamiento del gobierno socialista de Salvador Allende.
En 1978 protagonizó El cantor, una película para la televisión germano-oriental basada en la vida de su amigo Víctor Jara, asesinado durante el golpe militar de septiembre de 1973. Ese fue el motivo principal por el que cuando Dean Reed viajó a Chile con pasaporte de turista, le impidieron actuar y lo expulsaron del país.
El cantante no pudo regresar a los Estados Unidos hasta principios de 1986. Pero, en ese viaje, lejos de mejorar la relación de Reed con su país, se deterioró más, debido al malestar causado por la postura prosoviética a ultranza que mantuvo al ser entrevistado en el programa 60 minutes, de la cadena CBS.
Dean Reed tuvo un final triste y misterioso. En junio de 1986 su cadáver fue hallado en un lago del distrito berlinés Dahme-Spreewald. La policía, que llevaba cinco días buscando a Reed, dijo que se había ahogado mientras nadaba, pero casi todos los que estaban contacto con el cantante, incluida su esposa, Renate Blume, basándose en lo deprimido que regresó de Estados Unidos, aseguraron que se suicidó.
Muchos sospecharon que Dean Reed había sido asesinado por la Stasi, la temida policía política germano-oriental. Decían que el cantante, que en 1976 aceptó convertirse en un agente de influencia que firmaba sus informes secretos como Víctor, había caído en desgracia con la aparato, que ya no confiaba en él, sospechaba que era un agente doble reclutado por la CIA y le había encargado a su esposa Renata Blume que lo vigilara.
Esa versión, que circuló insistentemente, cobra fuerza si se tiene en cuenta que Blume, la segunda de las esposas alemanas que tuvo Dean Reed –la primera fue la modelo Wiebke Dorndeck– admitió que, además de actriz, fue durante años informante de la Stasi.
Ni siquiera la apertura de los archivos del aparato alemán luego de la caída del régimen comunista en 1989 ha contribuido a esclarecer las circunstancias en que murió el llamado Elvis rojo.
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