MIAMI, Estados Unidos.- La actuación de Cuba en las finalizadas Olimpiadas de Río no fue del todo mala. La nación caribeña quedó esta vez en el puesto 18 con un total de once medallas, seis de ellas de oro. Aunque más alejada de aquel puesto que antes acostumbraba ocupar, el sitio resulta digno tomando en cuenta que países con mayor cantidad de población y recursos quedaron nuevamente a la zaga y que la delegación cubana en esta ocasión disminuyó el número de sus integrantes a 120.
Pero el nombre de Cuba también resonó en las noticias, esta vez desde pabellones ajenos. Estados Unidos, Colombia, España, Italia o Azerbaiyán alzaron sus banderas con una medalla o lugar obtenido con la competencia de un cubano radicado en esos países. A pesar de la alegría que levantaron en muchos corazones, esos resultados provocaron la acritud en algunos comentarios. En realidad muy pocos y desajustados.
Uno de ellos fue la expresión utilizada por el comentarista Randy Alonso en el programa Mesa Redonda, calificando al atleta Orlando Ortega de excubano. El calificativo encendió pasiones en toda la extensa diáspora de la Isla. La presea plateada lograda por el corredor de 110 con vallas que ayudó a España a mejorar su récord en el medallero olímpico, orgullo para los nacidos en la Mayor de las Antillas, no fue la única.
El boxeador Lorenzo Sotomayor (sobrino de Javier Sotomayor), nacionalizado en Azerbaiyán e ídolo en esa nación centroasiática, quedó en el puesto segundo de su división, llegando a vencer en el combate al compatriota que representaba a Cuba. Debió saber mal en los círculos que conciben esto como una traición a la patria, olvidando el verdadero espíritu que anima a los juegos deportivos más antiguos de la Humanidad. Algo que no impide el sentido de pertenencia y que provoca reacciones como las expresadas por Sotomayor tras su triunfo: “En la pelea anterior tuve sentimientos encontrados, enfrenté a un coterráneo”
Otro valor de marca nacional destacado fue el jugador de voleibol italiano Osmany Juantorena. El sobrino del legendario corredor Alberto Juantorena (que ni excubano ni exsobrino) llamó la atención de los medios que trasmitían los juegos por la efectividad de sus saques, bloqueo y remates, junto al ruso Iván Zaitsev. A la admiración de los comentarios se unía siempre la identificación del deportista con sus raíces. Sin excepción se destacaba tanto el origen del cubano y su parentesco con el otrora campeón de las pistas. Doble complacencia por igual para todos los nacidos en la Isla.
En el caso de Colombia, la actuación calificada de espectacular por parte de sus pugilistas se debe en gran medida al cubano Rafael Iznaga, entrenador del equipo. Lo mismo ocurre con su compatriota Pedro Roque, en la misma especialidad pero en este caso de Azerbaiyán. Y para completar el cuadro no podía pasarse por alto la calidad del gimnasta norteamericano Danell Leyva, matancero de nacimiento, hijo de cubanos que huyeron a Estados Unidos. Su madre y padrastro eran gimnastas en la Isla. Este último ha sido el entrenador de Danell, que aunque llegó muy pequeño a tierras norteamericanas, reconoce sus raíces cubanas.
La desdichada frase de Randy, quien ahora parece fungir como funcionario de emigración, levanta la justa indignación de millones de cubanos que sin importar el lugar donde radiquen, sienten el triunfo de los suyos como propio. Para ellos cualquiera que lo haga será uno más del grupo. Jamás un ex. Ha sido así desde siempre con todos los que han escrito desde el exterior páginas de gloria para el mundo y para Cuba. Comenzando por Félix Varela, José María Heredia o el mismo José Martí. Ocurre igual con Celia Cruz en Estados Unidos, Guillermo Cabrera Infante en Londres, Vicente Valdés o la Lupe en Puerto Rico, Xiomara Alfaro (La Alondra de Cuba) en Chile, la pintura de Wilfredo Lam o los puños del Kid Chocolate en París y New York, Antonio Machín en España y tantas actuaciones anónimas de compatriotas desperdigados por el planeta en diversas funciones como médicos, maestros, deportistas y emprendedores.
Pero la expresión “randilesca” no ha sido la única ―ni, por cierto, la más ofensiva― esta vez. La peor viene de España, en palabras del actor Willy Toledo, escritas contra el cubano nacionalizado español que ganó la plata para el país ibérico. Toledo publicó en las redes un comentario en el que llama “gusano” al cubano y “se caga” literalmente siete veces en la medalla ganada por el atleta.
Ortega se quedó en España en el 2013 y allí desarrolló su talento competitivo. Nieto de Cristina Hechevarría, campeona Panamericana en 1967 y olímpica en México 68, el joven optó por radicarse en un país que no es enemigo ni ajeno, del que se han hecho ciudadanos miles de cubanos radicados en la Isla (cuarto país en número de personas en reclamar la ciudadanía española). La medalla ganada por él no es para el PP o el PSOE, no tiene un color ideológico y pertenece por tanto a todo el pueblo de España. ¿Por qué ligar entonces este suceso a razones de racismo, capitalismo explotador y otras idioteces?
Ocurre que el señor Toledo sí se identifica con un color político y hasta se ha dicho que vive en Cuba. Asumiendo todo el bagaje con el que cargan los ciudadanos de a pie en la Isla, solo entonces tendrá moral para criticar a quienes buscan una vida mejor, logros y el destacarse con honestidad gracias a su talento cuando sienta sus sufrimientos. Como en 1986 hiciera el propio Toledo cuando se fue a Estados Unidos para profundizar en sus estudios de actuación.
Después de todo parece que los comunistas de extrema olvidan aquellos enunciados de su ideología que postulaban el término universal del concepto patria. El internacionalismo trata de eso. Y en el caso cubano, los que levantan las banderas martianas sin tener en cuenta aquellas ideas del Apóstol que resumían a la palabra hombre todos los derechos, razas, nacionalidades y religiones y sobre todo aquel bello concepto de “patria es humanidad”, donde no caben las exclusiones de un ex ni los calificativos apátridas y denigrantes contra quien renuncie a reducciones de fronteras para hacerse ciudadano universal.