LA HABANA, Cuba.- El 19 de abril de 1961 fueron capturados unos 1500 combatientes de la brigada de asalto 2506 en la franja costera aledaña a la Ciénaga de Zapata. Abandonados a última hora por el indeciso John F. Kennedy, terminaron estigmatizados por el triunfador Fidel Castro con el epíteto de “mercenarios”. Desde entonces el calificativo acompaña a todos los opositores a la “revolución” que aún los Castro dicen defender.
Hace 55 años algo de lógica política acompañaba al líder revolucionario, deslumbrado por un Yuri Gagarin que, desde el cosmos, le había dado una vuelta completa a la tierra, en tanto se alistaban cohetes capaces de asestar golpes nucleares en escasos minutos al poderoso vecino del norte, enemigo inventado como necesidad del poder eterno que se forjaba en La Habana.
Fidel llamó mercenarios a los invasores, ciertamente armados y entrenados por una agencia del gobierno de Estados Unidos. Todos eran cubanos. Según datos de la enciclopedia nacional comunista ECURED, 89 de ellos murieron y 250 resultaron heridos durante los cruentos enfrentamientos con decenas de miles de soldados enviados en avalancha a la zona del conflicto.
Las tropas del “máximo líder” sumaron 156 bajas fatales en su afán por liquidar antes de 72 horas la invasión. Considerando la falta del prometido apoyo aéreo que nunca autorizó el desde entonces llamado presidente rosado de la Casa Blanca, estos estigmatizados mercenarios se batieron a conciencia.
La enciclopedia cubana comunista, ECURED, nos dice sobre la composición de los atacantes:
“En ella se encontraban: 194 exmilitares de la tiranía de Fulgencio Batista Zaldívar, 100 latifundistas, 24 grandes propietarios, 67 casatenientes, 112 grandes comerciantes, 35 magnates industriales, 179 personas de posición acomodada…” La suma asciende a 711 según la intencionada clasificación, faltando casi 800 combatientes, que nada acomodados o ricos serían, por tanto, andaba la brigada muy cerca de la media social cubana.
Eran evidentes contrarios al improvisado gobierno procomunista, súbitamente aliado a la Unión Soviética, copiando el modelo de socialismo allí implantado. Fidel Castro tenía entonces 35 años, apostó a lo que sería el mayor fracaso de la historia tres décadas después. Sin embargo, el estigma quedó, desde entonces cualquier disidente es simplemente calificado de “mercenario.”
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española nos ilustra:
Mercenario, ria. (Del lat. mercenarĭus). adj. Dicho de una tropa: Que por estipendio sirve en la guerra a un poder extranjero. || 2. Que percibe un salario por su trabajo o una paga por sus servicios. U. t.
No hay prueba alguna de que los miembros de la Brigada 2506 pelearon por dinero sin importarles la ideología, defendían la idea de restablecer la Constitución de 1940, inicialmente bandera reivindicatoria de los revolucionarios rebeldes contra Batista, posteriormente soslayada por el liderazgo dueño del nuevo poder.
Durante los juicios seguidos a los llamados mercenarios de Playa Girón, el gobierno cubano exigió una indemnización de 62 millones, 300 mil dólares. La batalla que sumó 245 víctimas fatales de cubanos por ambos bandos, terminó en negocio millonario propuesto por quienes acusaron a sus rivales de ser soldados de fortuna.
En cuanto a fomentar conflictos armados fuera de las fronteras nacionales, pagados con dinero público, la historia del liderazgo castrista es sobradamente holgada, así lo testimonió con justificada ira el entonces presidente salvadoreño Francisco Flores cuando Fidel Castro insinuara su complicidad con el intento de magnicidio en Panamá.
No era un caso aislado la participación castrista en la cruenta guerra civil de los salvadoreños, bastaría leer la abundante información que brinda el académico Juan F. Benemelis en su libro Las Guerras Secretas de Fidel Castro.
Razonando al estilo del gobernante cubano, una pléyade de mercenarios acompañan desde hace más de medio siglo al poder asentado en la Plaza de la Revolución de La Habana.
De cierto, el epíteto no deja de funcionar, está grabado en la memoria nacional a través de la enseñanza escolar, los discursos políticos y el monopolio informativo de los medios de difusión.
Ahora resulta que un grupo de obstinadas mujeres, vestidas de blanco, con una flor en calidad de única arma, son igualmente calificadas de “mercenarias”, en tanto suman semana tras semana innumerables horas de arresto arbitrario. Igual frase peyorativa acompaña a demás opositores, sin distinguir credo religioso, matiz político, color de la piel o cualquier otro detalle personal, inclusive los periodistas que ejercen la libertad de expresarse, derecho universal.
La conclusión es que, según la interpretación del diccionario, los hechos y la tradición histórica, todos somos elegibles para la condición de mercenarios o, mejor dicho, los hombres y mujeres capaces de decirle a otras personas precisamente lo que no desean escuchar, califican, lo dijo George Orwell, dentro del concepto llamado Libertad.