LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -No creo que el presidente de Uruguay, José Mujica, le haya criticado a su homólogo cubano la falta de voluntad para abrir cauces legítimos e irreversibles hacia la libertad de expresión y asociación. Su presencia en la Isla, con el fin de tomar parte en los festejos por el 26 de julio, no auguraba vientos favorables para quienes le pidieron, quizás con cierta ingenuidad, un gesto imposible.
El hecho de que Mujica haya aceptado la invitación muestra sus viejas afiliaciones a las ortodoxias anticapitalistas, forjadas al calor de un marxismo que ha calado profundo en el pensamiento de un sector importante de la izquierda regional.
En el fondo, el estadista uruguayo no esconde su pasión por lo que va quedando de la revolución cubana. No se debe olvidar que una parte significativa de los votos que le proporcionaron su ascensión a la silla presidencial se lo debe a las fuerzas políticas más afines a nuestra dictadura.
El recibimiento que dio a un grupo de exiliados, en septiembre de 2010, tiene que ser visto como una maniobra colateral sin efectos prácticos y con un valor marginal en el plano político. Estaría de más afirmar que las líneas principales de la política exterior del gobierno uruguayo no contemplan un distanciamiento de la élite verde olivo.
Salvo escurridizas críticas y guiños en defensa de los valores democráticos, lo que se impone es la confabulación por medio del apoyo tácito o el abierto respaldo si las condiciones lo requieren. El papel de muchos gobernantes de los países latinoamericanos, durante la larga trayectoria del castrismo, ha sido abominable. Encontrar excepciones a la regla es una tarea extremadamente difícil.
Los márgenes para ejercer la fuerza bruta contra las voces discrepantes dentro de la Isla, en buena medida se deben a la pasividad y la tolerancia de gobiernos que no tienen escrúpulos en darle cabida a un régimen que niega la pluralidad de ideas y no se somete a una elecciones libres y competitivas desde su llegada al poder por las armas.
Si los gobiernos de derecha acentúan su prudencia frente a la dictadura más longeva del hemisferio occidental, ¿qué se puede esperar de la izquierda?
Ni a Mujica, ni al presidente de México, Pérez Nieto, ni al peruano Ollanta Humala, por solo mencionar algunas de las personalidades de la izquierda continental, que hasta ahora no se han sumado a las corrientes más radicales de esa ideología encabezadas por Cuba y Venezuela, les interesa denunciar las arbitrariedades que se cometen en detrimento de la integridad física y espiritual de de miles de cubanos.
Sin dudas, habrá que seguir soportando la insensibilidad de esa fauna que prefiere obviar los flagrantes abusos de su aliado. Ante esta sucesión de complicidades es imposible citar literalmente la máxima: Del lobo un pelo.