MIAMI, Florida, junio, 173.203.82.38 -En una de sus últimas mini reflexiones el gobernante cubano Fidel Castro reveló una pincelada crítica sobre Deng Xiaoping, máximo líder de la República Popular China desde 1978 hasta casi el final de su vida en 1997. Afirma Castro que el propulsor del programa de reformas económicas en el gigante asiático cometió un “pequeño error”. El desliz radica en una vieja frase con la que el comunista chino se refirió a la isla caribeña en términos condenatorios: «Hay que castigar a Cuba». La inesperada cita se produce en un momento en que los gobiernos de ambos países mantienen un clima político marcado por las buenas relaciones.
De ser cierto aquel pronunciamiento del camarada Deng no sería una sorpresa de acuerdo al marco en que pudo haberse producido. Me remito al análisis hecho por el periodista independiente cubano Orlando Freire Santana quien en su artículo Una reflexión muy ambigua ubicó en tiempo y espacio el incidente traído a colación por el ex gobernante cubano. Es lógico que la expresión se produjera en medio de una coyuntura de enfrentamiento donde las posturas e intereses de Cuba y China se contraponían en los terrenos del conflicto angolano. Mientras el comunismo chino y su satélite norcoreano se colocaban al lado de Holden Roberto y Jonas Savimbi el de Cuba empeñaba todos sus recursos para apoyar al MPLA de Agostino Neto. No era el único punto de discrepancia entre ambas corrientes de una misma ideología, aunque sí el más candente.
La intervención africana no sería la única correría internacional en la que intentarían tomar un lugar destacado los mandamases del partido comunista chino que iniciaban entonces el proceso de transformaciones económicas. La frase aludida por Castro en su reflexión, reflejo de las ínfulas imperiales del país asiático coincide en un episodio ocurrido en enero de 1979, apenas un mes antes de producirse el ingreso de una importante fuerza militar china compuesta por cerca de 200 mil hombres en el territorio norte de Vietnam. Durante la visita que realizara a Estados Unidos, en el discurso de salutación al presidente Jimmy Carter, Deng Xiaoping manifestó a manera de sentencia que los niños que no hacen caso tenían que ser azotados. Una expresión que debió sonar chocante a los oídos norteamericanos por la alegoría utilizada por el visitante en alusión al plan agresor que evidentemente ya estaba en vías de ejecución. Como se puede apreciar Deng era un fuerte partidario de la doctrina del palo y Cuba no fue la excepción en su reclamo correctivo.
Casi un mes duró la aventura imperialista china en Vietnam. Los mandarines rojos la justificaban anteponiendo el peligro que representaba para su rol hegemónico en la zona la asociación soviética vietnamita. También apelaban a supuestos maltratos sufridos por minorías étnicas chinas radicadas en territorio del país vecino. En el trasfondo real se encontraba la acción lanzada por Hanói contra la Kampuchea de Pol Pot que puso fin al horror genocida respaldado por la China de Deng Xiaoping en un macabro proyecto aún en las sombras. De este error poco se habló en Cuba.
No fue la última falta a la cuenta del sabio Deng. Su otro gran error-horror- represivo se verificó con toda virulencia contra los estudiantes que se atrevieron a enfrentar el poder unipartidista para pedir reformas políticas y democráticas durante 1989. Las consecuencias de aquel castigo se mantienen latentes a más de dos décadas del suceso. Nadie conoce con exactitud lo ocurrido. El silencio en torno reafirma el terror que devino tras la represión militar con la que se logró amordazar hasta hoy el clamor democrático alzado en la plaza de Tianamen en aquella primavera china que no cuajó.
Entonces Castro no solo acalló el crimen sino que lo defendió haciéndose eco de la propaganda lanzada por el Partido Comunista bajo dirección del que un día pidiera castigarle. Los estudiantes chinos, como antaño ocurriera con los obreros polacos, los intelectuales checos o los ciudadanos alemanes fueron descaracterizados por los medios oficiales del castrismo como un grupo de asalariados del servicio de los intereses norteamericanos, provocadores y mercenarios al servicio de la CIA.
Y mientras Fidel Castro rememora con cierto tono rencoroso el desliz cometido por Deng Xiaoping al pedir un escarmiento contra Cuba, probablemente asumido por el ego del Comandante como un ataque personal, nada dice sobre el castigo desatado con el beneplácito del gobernante chino contra estudiantes y obreros en Beijing. En sus memorias el ex primer ministro Li Peng, conocido también como el “carnicero de Pekín” asevera que Deng Xiaoping apoyó el eventual derramamiento de sangre que costaría acabar con aquellas protestas y demandas. Se calcula que pudieron morir hasta dos mil personas. Según Li Peng el entonces líder comunista razonó de la siguiente manera: “…las medidas para la ley marcial tienen que ser de mano firme, y debemos minimizar los daños, pero tenemos que prepararnos para derramar un poco de sangre.”
Más de dos décadas después, Pekín sigue sin publicar una lista de muertos en la matanza de estudiantes ocurrida en Tianamen. Pero aquel error parece que no tiene importancia para el Comandante cubano. En la Isla poco se supo del suceso. Menos se vio la imagen icónica de un jovencito chino parado frente a un tanque al que trataba de impedir el avance con insistencia suicida. Un gesto heroico que quedó para la posteridad como evidencia de las malas entrañas de Deng Xiaoping, un dirigente comunista que cometió el error garrafal de defender y aplicar el castigo represivo contra quienes no se avenían a su política. Una falta que reprocha Castro al desaparecido dirigente chino pero que su régimen aplica con creces contra críticos y oponentes castigados sin piedad a lo largo de cinco décadas de dictadura.