MIAMI, Estados Unidos.- Uruguay parece no tener suerte con aquellos a quien da refugio. Al menos es lo que reflejan diferentes experiencias, ocurridas en distintos tiempos y bajo diversas circunstancias.
Una de ellas ocurrió en 1999, cuando la república oriental acogió un grupo de cubanos estancados en la base naval de Guantánamo, quienes no recibían el visto bueno por la parte norteamericana para entrar como refugiados a Estados Unidos. Montevideo les abrió las puertas y a poco comenzaron los problemas.
A pesar del reconocimiento que los isleños dieron del trato recibido en tierras uruguayas, sus demandas para recibir la visa estadounidense no dejaron de hacerse sentir. Estas fueron acompañadas de un ayuno colectivo y de una encadenada masiva a la verja de la embajada del país norteño en el país sudamericano.
Según testimonio de una conocida uruguaya, el espectáculo resultó harto grotesco para una sociedad que había visto como los refugiados recibían la ayuda imprescindible para su inserción, que muchos nacionales no percibían teniendo necesidad. Pero al final se impuso el deseo de los emigrantes en su objetivo aparente de reunificación familiar y la sensación de que no existen otras tierras de libertades más allá de los límites de Miami.
La historia se repitió al cabo de los años con familias sirias asentadas en Uruguay, una de las pocas naciones que ha aceptado dar espacio a quienes huyen de los infortunios de la guerra y la muerte en el Medio Oriente. Las protestas en esta ocasión se producen por cuestiones culturales, religiosas o lingüística. Las quejas proliferaron pero sin llegar a la privación alimenticia.
El último episodio se ha producido con otro grupo de protegidos. Se trata de la huelga de hambre protagonizada por Abu Wa´el Dhiab, uno de los seis exprisioneros de Guantánamo que llegaron a Uruguay por un acto humanitario del entonces gobierno de José Mujica (el exmandatario dice que en realidad el gesto fue para obtener como reciprocidad de la parte norteamericana la compra de un cargamento de naranjas). Abu no fue el único problema del grupo. En el 2015 cinco de ellos montaron una acampada frente a la sede norteamericana pidiendo que la parte uruguaya diera más asistencia a sus necesidades. Hubo otros problemas: matrimonio con nacionales siguiendo el rito islámico dejando a un lado el casamiento civil exigido por las leyes del país, acusaciones de violencia doméstica, juicios por ese motivo, etc. El colmo lo puso el propio Dhiab al expresar en las redes sus simpatías por Al Qaeda. Este es el ambiente que precedió la huelga de hambre del exprisionero islamista que Estados Unidos mantenía en la base naval en territorio cubano (nuevamente Guantánamo en el foco del problema).
La demanda de Dhiab se fundamentaba en el reintegro a cualquier territorio musulmán, preferentemente Turquía, para reunirse con sus familiares residentes en ese país. La pregunta que se desprende es si el huelguista había pedido que sus parientes cercanos fueran reubicados en tierras sudamericanas. La respuesta del gobierno de Tabaré Vázquez despeja la interrogante: Uruguay no puede hacer milagros para que países del entorno árabe abrieran las puertas a uno de los suyos a quien ellos (Qatar, Turquía o Líbano) niegan la entrada o los otros decidan correr el destino del expatriado en tierras remotas.
Tras casi un mes de privarse de alimentación sólida, el huelguista decidió ir por más sumando la ausencia de líquidos a su dieta. Imposible que pudiera durar mucho. Ya lo había prescrito el ducho Panagulis en Un Hombre, la obra que escribiera Oriana Falacci sobre el célebre luchador antidictatorial griego. Apenas once días pudo aguantar el ayuno extremo. Las autoridades sanitarias uruguayas procedieron a darle ayuda médica en ese momento para dejarle nuevamente en libertad de reiniciar el auto castigo. Hasta la fecha, Abu Wa´el Dhiab parece haber desistido en su propósito de atraer la atención sobre su caso siguiendo el camino de Mahatma Gandhi, de quien ha hecho su modelo.
Olvidaba Abu que el líder indio vivió una coyuntura diferente. Sus ayunos duraron cuando más 24 días y los últimos más bien fueron hechos contra sus propios seguidores para que estos cesaran las luchas fratricidas entre ellos. Como le adoraban, terminaban cediendo. No fue el caso de los diez irlandeses que pretendieron presionar por hambre a la Dama de Hierro. Sus vidas se fueron apagando ante la mirada impasible de las autoridades inglesas. Y es que si Gandhi hubiera coincidido en estos tiempos tal vez su táctica de hambrunas auto infligidas hubieran servido de poco. No fueron vacías las reflexiones de Mandela en su libro autobiográfico sobre la inconveniencia de estas huelgas para lograr objetivos, sobre todo cuando estos son poco realizables, están fuera de las manos de quienes tuvieran la buena voluntad para resolverlos o simplemente quedan a merced de los que no tiene interés alguno en que se solucionen.
Otro aspecto a destacar es la poca credibilidad que estos constantes y prolongados ayunos dejan en el sabor de los que pudieran sensibilizarse ante el hecho. En especial desde que las noticias trajeron el caso de la india Irom Sharmila, quien resolvió finalizar una extensa huelga de hambre que duró la friolera de casi dieseis años y que según la activista iniciara para exigir que las fuerzas militares de su país cesaran una pretendida acción brutal continuada o la vigencia de una ley que suspende muchas protecciones a los derechos humanos en zonas en conflictos en la nación india. Un listón muy difícil de igualar y que tal vez fue tenido en cuenta por Abu para suspender una lucha contra la ingesta de comida y agua que casi le llevó a reunirse con sus ancestros y no con los parientes con los que reclama reunirse.