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Cuba, una isla sin pescado ni sal

Pescado, Sal, Cuba

LA HABANA, Cuba. — “¿Aquí en Cuba no hay pescado?”,  me preguntaron asombrados luego de leer el menú de un restaurant dos turistas italianos a quienes guiaba por la Habana Vieja y que estaban antojados de comer pescado del trópico.

“Ni pescado ni sal”, fue mi respuesta. Y debido al poco español que sabían, lo más seguro es que se hayan quedado sin entender lo que traté de explicarles.

¡Si es que ni los mismos cubanos lo entendemos! Porque es insólito que teniendo Cuba 2 500 kilómetros de costa haya que importar la sal y el pescado.

Las pescaderías llamadas Mar y Tierra, cuando no tienen alimentos del mar, venden croquetas, picadillo y embutidos. El poco pescado que hay en esos lugares es casi siempre de agua dulce y de poca calidad, como la claria y la tenca, con muchas espinas y cuyo sabor no es grato al paladar.

Cuando hay pescado de mar es más caro. Por ejemplo, el kilogramo de macabí cuesta 235 pesos. El kilogramo de sardina, que es lo más barato, vale 225 pesos.

Hace poco, en la pescadería de La Lisa, cita en la avenida 51, vendieron pargo, a 900 pesos el kilogramo. La mayoría de las personas que entraban al sitio, miraban y se iban sin comprar, diciendo horrores.

No todas las pescaderías son abastecidas de modo parejo. Las hay que pocas veces son surtidas.

A finales de la década de 1970, el gobierno cubano compró en Argentina unas tiendas de estructura metálica con equipamiento para la venta de pescado. La mayoría de ellas ya no existe. Algunas las desarmaron y convirtieron en chatarra. Otras se usan como puestos de vender productos agrícolas o fueron convertidas en viviendas.

Antes de 1959 se podía adquirir pescado fresco en varios sitios de La Habana, sobre todo en poblaciones costeras como Cojímar y Santa Fe, o en el Mercado Único (Plaza de los Cuatro Caminos) y los supermercados Minimax.

También el pescado fresco lo traían de puertos cercanos a la capital, como Batabanó, Mariel y Santa Cruz del Norte. Y otros puertos del interior del país enviaban pescado a La Habana en camiones refrigerados.

Hoy lucen fantasmagóricos puertos pesqueros ayer tan activos como Batabanó (Mayabeque), La Coloma (Pinar del Río), Sagua La Grande y Caibarién (Villa Clara) y Manzanillo (Granma).

En los años 60 y 70, Cuba tuvo una flota de barcos pesqueros de gran tamaño que eran capaces de procesar la captura en el mar. Aquella flota garantizaba el pescado que se exportaba y el que consumíamos aquí. Pero los barcos se fueron deteriorando debido al excesivo uso y la falta de mantenimiento. Hubo que desactivarlos y no los reemplazaron.

Hoy, las langostas y los camarones se exportan. En Cuba solo se ven mariscos en algunos restaurantes (estatales o de cuentapropistas) para consumo de turistas que pagan con tarjetas en divisa o con precios inaccesibles para el cubano promedio.

En la isla caribeña existen leyes que imponen fuertes multas y hasta penas de prisión a los pescadores sin licencia que sean sorprendidos vendiendo sus presas. Ellos están obligados a venderle al Estado, al precio que este disponga.

En cuanto a la sal, también escasea y está racionada por la Libreta de Abastecimiento. Se supone que cada tres meses vendan un paquete de un kilogramo de sal por núcleo familiar, pero la cuota no viene a las bodegas con regularidad.

El precio oficial del paquete de sal es siete pesos. En el mercado negro oscila entre 100 y 200 pesos, pero cuesta trabajo encontrarla. Por ello, es común que entre vecinos se maneje aquello de “un poquito de sal que no tengo”.

La mayor salina de Cuba está en Guantánamo y tiene capacidad para abastecer a todo el país. Pero, según explican las autoridades, el equipamiento técnico para refinar la sal está en mal estado y no hay las piezas necesarias para las reparaciones por “culpa del bloqueo”. Y en las tiendas en moneda libremente convertible (MLC) la sal que se vende es importada y cara.

Agudiza la escasez el número de negocios de cuentapropistas que usan la sal para elaborar sus productos. Como en los mercados mayoristas no venden sal, los cuentapropistas, para no tener que pagarla en las tiendas en moneda libremente convertible, la compran por sacos en el mercado negro. Y esa sal que se vende en el mercado negro es, a su vez, la que roban en bodegas y almacenes.




El pescado llegará (como el vasito de leche)

pescador, pescado, Cuba

LA HABANA, Cuba. – Convida a quitar las trabas a la pesca para que a la mesa del cubano llegue el pescado, después de años ausente, pero Díaz-Canel finge olvidar no solo que la gente aún espera por el vasito de leche que prometiera su antecesor, Raúl Castro, sino que, algo mucho más irónico, el único obstáculo para que el “milagro de los peces” suceda es que ellos dejen de enviar el ciento por ciento de las capturas al turismo y la exportación, además de eliminar de la ecuación al Ministerio del Interior y su policía política, que son quienes otorgan o niegan las licencias para el uso de embarcaciones pesqueras, grandes o ligeras, no exclusivamente en virtud del ejercicio de la pesca sino de la “probada lealtad” al régimen.

En Cuba, obtener una licencia para salir al mar a pescar (o recrearse) no es cuestión de voluntad o de tener vocación para hacerlo, y sabemos que al permiso le antecede un extenso proceso de verificaciones que, de terminar en aprobación, se mantendrá de manera periódica, como lapas pegadas al casco, durante toda la vida del pescador.

Y de recibir un no por respuesta, entonces deberá conformarse con lanzar el anzuelo desde tierra firme o probar suerte en ríos y presas, siempre que alguna empresa estatal no le reclame por el uso de las aguas (quizás destinadas al vacacionista extranjero) o que algún anciano militar, de esos a los que llaman “comandantes”, le haga saber mediante tiros al aire y avisos de “zona protegida” que la flora y la fauna del lugar le pertenecen a él y a su familia, es decir, a la Revolución y al socialismo.

Pero entrar al mar y agarrar los peces es más complicado. Nadie en Cuba puede alejarse más allá de un kilómetro de las costas si el régimen antes no aprueba que la persona le es fiel, y nadie que no esté bajo la sombra del poder puede subir a una embarcación, mucho menos fabricarla o comprarla, aun cuando haya nacido y vivido toda la vida allí donde rompen las olas del mar. 

Basta con echarle una ojeada a todo el cuerpo legal existente para darnos cuenta no solo de que muy pocos caminos nos conducen al mar (a no ser para huir a escondidas), sino que, para colmo de males, solo el régimen puede disponer de los peces y mariscos, en tanto son de su propiedad. De modo que pescar para vender, aunque sea a la más mínima escala y como sostén económico de una familia, es un delito cuando se hace sin permiso.

Más allá de las dificultades en el uso del mar para proveernos de alimentos, los cubanos “sin padrinos” y sin residencia permanente en el exterior, aun si tuvieran dólares en los bolsillos, solo deberán conformarse con pescar en el Malecón, tomarse fotos con los barcos y yates de fondo y jamás navegando en ellos, porque todos estamos bajo sospecha de una fuga.  

Incluso para subir a un velero deportivo cuando vamos a la playa, es obligatorio no solo registrar nuestros datos sino, además, hacerlo acompañados de una persona autorizada —precisamente por el Ministerio del Interior— para pilotar la embarcación. Así, pues, manitos a la espalda y nada de intentar la misma aventura del turista o del cubano emigrado a quienes sí se les permite traspasar la línea del horizonte. Nosotros, los ciudadanos de segunda, a pagar por oler el salitre y fingir en una foto que somos libres.

Pero incluso esa limitada permisibilidad de los últimos años fue prohibición total en los tiempos en que a Fidel Castro le gustaba salir a pasear en su yate a donde se le antojara, aun a sabiendas de cuán costosos resultaban sus antojos.

He escuchado de boca de varios pescadores que, durante los años 70 y 80, incluso bien entrados los 90, ellos sabían cuándo el dictador se iba de pesca o a bucear mar afuera porque entonces durante esos días se les prohibía usar las embarcaciones, aun cuando estuvieran en medio de alguna corrida de temporada. Esas jornadas de paro total se traducían en considerables pérdidas económicas para las cooperativas y, por carambola, en afectaciones salariales para los trabajadores. 

Por donde eligiera navegar Fidel Castro, quizás acompañado de alguno de esos personajes grises a los que llamaba “amigos” pero que en realidad manejaba a su antojo, ninguna otra embarcación podía estar en varias millas a la redonda, a no ser las de su guardia personal que días antes de llegar “El Jefe” se encargaba de “limpiar el perímetro”, para lo cual se ponía en alarma de combate a todo el Ejército.

Había zonas (y las continúa habiendo, aunque no con la misma extensión de antes), tanto al sur como al norte de la Isla, por donde nadie podía pasar por estar reservadas permanentemente para el uso de una élite militar, incluso cuando eran de las aguas más ricas en diversidad de especies comestibles.

Hoy esa élite, en gran parte por necesidad más que por voluntad, ha permitido ser reemplazada por el visitante extranjero que la sostiene económicamente, y en consecuencia unos cuantos pescados —no todos— han saltado de una mesa a la otra, sin pasar por la de nosotros.

Los cubanos fuimos obligados a vivir sin el mar y sin los peces, y durante demasiados años hemos vivido así, bajo ese temor a reclamar para nuestro libre uso lo que nunca debió ser propiedad de un clan familiar. Ahora esas ausencias, ese escamoteo, son costumbre y “normalidad” para muchos que se conforman con aceptar la distorsión surrealista de comprar “pollo por pescado”, algo así como recibir “gato por liebre”.

Pescados y mariscos desaparecieron de nuestras cocinas cuando alguien decidió que comerlos era privilegio de una casta y delito para quien se atreviera a esconderlos en el refrigerador. O cuando al “genio” de turno se le ocurrió que la flota de pesca valía más venderla como chatarra —junto con los centrales azucareros— que preservarla en caso de no poder mantenerla en activo. 

De modo que nuestro “apetito” por el pescado ausente es más una “voluntad política” que una fatalidad geográfica, en tanto la comida ha estado nadando en cardúmenes alrededor nuestro durante todos estos años pero los comunistas han preferido dejarla pasar de largo, aunque en dirección a sus despensas privadas. 

De modo que, sabiendo la historia de lo sucedido con nuestras cálidas aguas territoriales, hay sobrada burla en hacernos creer que muy pronto retornarán los frutos del mar a las cocinas humildes cuando ha pasado una década desde la promesa del vaso de leche y muchísimo tiempo más desde que el Gran Hermano nos prometiera convertirnos en el mayor productor mundial de carne de res, inundar de leche toda una laguna, cosechar más naranjas que Estados Unidos y más café que Colombia. 

Mientras digerimos la nueva promesa, los más ingenuos y fieles seguirán aquí, a la espera, con los ojos bien abiertos pero como pescados en tarima. 

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Polémica en Cuba por venta de pescado a 20 pesos la libra

Pescado jurel a la venta en carnicerías estatales (Foto Redes Sociales)

MIAMI, Estados Unidos. – La escasez de productos cárnicos y otros alimentos de primer orden ha puesto al régimen cubano a buscar alternativas a la situación. La última variante ha sido la puesta en venta de pescado jurel al desorbitado precio de 20 pesos por libra.

Se trata de una oferta de pescado “liberado” y “controlado” en oferta en carnicerías estatales cubanas y que ha sido la “comidilla” de las redes sociales durante los últimos días.

Aunque los medios oficiales no han hecho referencia al suceso, diversas fuentes confirman que los núcleos familiares que oscilen entre uno y tres integrantes pueden adquirir un solo pescado. Mientras, los que tengan de cuatro a seis personas, dos, y para siete o más comensales tocan tres pescados.

Las tablillas de los puntos de venta donde se ofrece el producto especifica que el producto vence a las 48 horas, por lo que parece que se distribuye sin la necesaria refrigeración, y que no se admiten reclamaciones.

La venta de pescado jurel ha generado numerosas críticas tanto entre la población como entre miembros de la sociedad civil cubana, que ven las nuevas medidas de urgencia como síntoma de mala gestión.

“La ineficiencia de Raúl Castro y Díaz-Canel la pagan los cubanos pasando hambre. Cuba posee más de 5 mil kilómetros de costas, pero a una familia cubana de tres personas solo se le permite comprar un único pescado al mes, y a un precio que muchos no pueden pagar”, publicó en Twitter la activista y opositora cubana Rosa María Payá.

El nuevo movimiento del régimen para intentar llevar pescado a las carnicerías certifica la crisis económica y alimentaria de la isla, agravada por los bajos salarios y el poco poder adquisitivo del cubano promedio.

Cabe señalar que el salario medio en Cuba para los empleados estatales apenas supera los 20 pesos convertibles (CUC) al mes, mientras que sectores vulnerables como el de los trabajadores jubilados viven con una pensión de 250 pesos, unos 10 CUC.




Y el pescado, ¿dónde está?

cuba peces pescado pescadería escasez alimentos

LA HABANA, Cuba.- La pensión de unos 8 dólares mensuales apenas le alcanza a Miguel para comprar en el mercado cuatro latas de atún. Cuestan entre 1.60 y 1.80 dólares cuando son de las pequeñas, de modo que hace años el anciano no prueba pescado enlatado.

Ni siquiera jurel o sardina, porque también los precios son demasiado altos en comparación con sus ingresos. Ni hablar del pescado congelado. Mucho menos del fresco.

Tampoco Miguel puede comprar en los llamados “Mercomar”, pertenecientes a la red minorista de comercio estatal, donde hace ya muchos años no se venden productos del mar. Así, del choteo popular han nacido los términos “Mercopresa” y hasta “Mercoclaria”.

Son los mercadillos a donde acude la población y por tanto no reciben otra cosa que no sea croquetas de subproductos y un par de géneros de agua dulce como las clarias, una plaga de pez gato proveniente de Asia y que ha exterminado numerosas especies autóctonas.

También suele venderse la tenca de presa, de sabor poco agradable en comparación con los sabrosos pargos, chernas y mariscos que abundan en las costas cubanas pero que el gobierno solo pesca con destino al turismo, la exportación y al consumo en lugares especiales a los que solo una muy “selecta” parte de los cubanos puede acceder.

Se puede afirmar que, en Cuba, a pesar de ser un archipiélago rodeado de aguas plenas de frutos marinos, el pescado de mar y los mariscos son una comida exótica, rara e incluso más que prohibitiva por los altos precios.

Desde muy temprano el gobierno se hizo con la industria pesquera y prohibió la pesca y libre comercialización de numerosas especies por parte de los pescadores, no por una política de protección medioambiental sino por hacerse del control total de las riquezas que existen en la plataforma marina de Cuba.

Aquella Flota Cubana de Pesca que existió en las décadas de los años 70 y 80 del siglo pasado y que llegó a capturar cientos de toneladas de pescado al año, con buques procesadores que pasaban largas jornadas en el Atlántico, no logró reponerse a la crisis económica denominada “periodo especial”, consecuencia de la desaparición del socialismo en Europa del Este.

Habían terminado aquellos tiempos en que, si bien no se podía hablar de abundancia de pescados en los mercados, al menos era posible verlos y adquirirlos por un precio razonable, aunque los de mejor calidad jamás ni siquiera se acercaron a las pescaderías de barrio, un tipo de tienda especializada, hoy prácticamente inexistente en la isla.

La veintena de buques fue convertida en chatarra hacia finales de los años 90 y vendida como tal en el mercado internacional, aunque se mantuvieron en actividad las numerosas empresas exportadoras e importadoras que Cuba operaba dentro y fuera del territorio nacional pero con muy poco beneficio para el mercado interno, donde el pescado desapareció de la mesa del ciudadano de a pie que debió salir a buscarlo donde sea.

La carencia y la prohibición terminaron por instituir un mercado negro del cual se abastecen no solo los restaurantes y otros negocios similares, independientes o no, sino, además, hasta esos mismos funcionarios a los que les toca perseguir las ilegalidades.

No les queda otro remedio que aceptar la corrupción para poder comer, de lo contrario deberán irse al malecón a tirar el anzuelo, como hacen cientos de cubanos no solo tras los pescados perdidos sino para enfrentar la perpetua escasez de alimentos así como la pesadilla de los altos precios frente a los bajos salarios.

Y entonces, ¿el pescado a dónde se ha ido?, se preguntan todos en Cuba.

Según los datos publicados por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) las exportaciones de los productos de la pesca nunca se redujeron a cero ni en los peores tiempos. Por el contrario, mientras en el mercado interno los pescados desaparecían, la producción pesquera para la exportación, sobre todo de mariscos, mantuvo un buen crecimiento.

Más reciente, entre los años 2006 y 2011 se reportaron como ganancias unos 65.5 millones de pesos como promedio anual mientras que en la actualidad la cifra ya supera los 100 millones, quizás hasta con tendencia a alcanzar el monto de las exportaciones de tabaco y azúcar en los próximos años.

Tan solo en 2011 Cuba exportó poco más de 4 mil toneladas de pescado y mariscos frescos y congelados por un valor cercano a los 70 millones de dólares.

En contraste, el volumen de las importaciones de pescado congelado desde 2008 ha disminuido desde las 39 mil toneladas hasta poco más de 9 mil, en tanto la importación de los productos en conserva se redujo de 299 toneladas en 2008 a solo unas 20 en 2011, para lo cual el gobierno destinó 80 mil dólares, una cifra insignificante en comparación con los más de 900 mil dólares que había invertido apenas tres años antes.

Las consecuencias se verifican en el desabastecimiento que exhiben los comercios minoristas aun cuando en los mercados mayoristas estatales, al cual no tienen acceso los emprendedores independientes, desde 2008 registran existencias sobre las 60 toneladas métricas, de las cuales solo reportan como enviadas a la red minorista entre 27 y 20, comercializadas en divisas y con tendencia a la disminución.

El resto se supone que haya sido destinado al sector turístico o como reserva estatal puesto que no se ofrecen datos específicos en los registros oficiales.

A pesar de que la pesca y comercialización de las capturas pudiera ser una fuente de emprendimiento individual, que incluso aliviaría al Estado en los asuntos de la alimentación para los sectores menos favorecidos, así como para el aumento de la calidad de los componente de la dieta diaria, deficiencia señalada en reiteradas ocasiones por la Organización Mundial de la Salud, el gobierno mantiene invariables las restricciones a la pesca como actividad independiente, así como en el uso, compra, traspaso y construcción de embarcaciones, procesos regulados no por instituciones afines sino por el Ministerio del Interior.




Una isla donde comer pescado es un lujo

FOTO/Jorge Luis BAÑOS HERNANDEZ
Si sorprenden al pescador vendiendo pescado, se complica con fuerte multa, pérdida de licencia, y decomiso de artes de pesca

LA HABANA, Cuba. — El pescado, convertido en alimento de lujo, que  pocos pueden pagar, se vende en tiendas dolarizadas a precios exorbitantes. O por pescadores furtivos, a dólar la libra.

El gobierno pesca mar afuera con flotillas –también algunos particulares con sus chalupas- pero las capturas se destinan al consumo por turistas en restaurantes y hoteles de lujo y a la exportación.

Escasez y precios contrastan con la condición insular de Cuba y su anterior riqueza marina, hoy arrasada.

Tropas Guarda Fronteras al norte de la provincia Matanzas abordaron una lancha y ocuparon 796 colas de langosta, dos caguamas y un carey (quelonios en veda permanente), ocho picúas, dos pulpos, dos caracoles trompetas y seis kilogramos de peces de baja talla. Las capturas fueron decomisadas, los infractores multados y la embarcación incautada.

Una de tantas rapiñas marinas con consecuente degradación de mares y costas, ocasionalmente denunciadas con intención de frenar con castigos el arrasamiento por pescadores profesionales, deportivos o furtivos que exceden en capturas, apresan especies vedadas, o sin llegar a la adultez reproductiva, para obtener ganancias estimuladas por tanta necesidad de alimento.

pescadores en gomas
Pescadores en gomas de camión

“Ni quienes vivimos al lado del mar, podemos comer pescado, aunque existe una base y cooperativa de pesca. Hasta los pescadores, controlados por la Cooperativa, tienen que vender las capturas al gobierno a precios muy bajos. Solo les autorizan pocas libras para el consumo familiar. Si sorprenden al pescador vendiendo pescado a cualquier ciudadano se complica con fuerte multa, pérdida de licencia,   decomiso de artes de pesca y embarcación, queda sin sustento familiar. La Cooperativa tampoco vende. Ni la pescadería, siempre estatal. Ocasionalmente pescado de presa que no gusta. Pescado del mar, langosta, camarones tienen por destino al turista y la exportación. Los del patio quedamos siempre con los deseos de comer pescado”, cuenta Ibán Guerra, fotógrafo residente en Boca de Jaruco, al norte de la provincia Mayabeque.

Orlando Lauger, Amaury Fernández y Jorge Luis Godales, pescadores de Guanabo, pueblo al este de La Habana, opinan:

“Tendremos que devolver nuestras licencias de pesca. Pasamos horas buceando y no cogemos nada, o casi nada. El mar está saqueado. Mucha basura y ocasionales manchas de sardinas”.

Horacio Marrero, residente en Bajurayabo, barrio de Guanabo, cree tener la respuesta:

“Las embarcaciones estatales de pesca en mar abierto lo agarran todo. Casi no escapan peces que podamos pescar en la orilla. Tampoco en ríos. Desde niño pescaba en el río, lleno de biajacas, camarones de ley, rana-toros. Hoy solo un hilito de agua contaminada, sin vida. También pescaba en la costa y llevaba pescados para la comida. Ahora ni entretenimiento, ni pescado. No se pesca”.

©
Pescador de orilla

Continúa Guarda Fronteras: “Trasmallos, redes y paños del largo de 1, 475, 918 colas de langosta, 46 kilogramos de caguama, doce kilogramos de carey, diez cobos y 37 kilogramos de otras especies consideradas tóxicas para el consumo humano se enumeran entre las incautaciones por miembros de Guarda Fronteras en los últimos meses al norte de Matanzas (…) Algunos pescadores no tienen conciencia de la captura de ciertas especies como el pez loro, que mantiene vivo los corales y brinda oxígeno (…) Otras violaciones que se cometen en el litoral son  extracción de arena en líneas costeras y áreas protegidas, buceo irresponsable por sobrecargas en áreas marinas protegidas, vertimiento de basuras, afectación a los manglares por tala ilegal y daño a los corales por embarcaciones” (*).

“La conservación de los ecosistemas y de especies de la flora y la fauna es un propósito que no puede desligarse de la comunidad, el Estado y los especialistas”, se dice en un suplemento del diario Juventud Rebelde .

Tampoco desligarse, sin resolverlo, del agudo,  preocupante, problema de la alimentación del pueblo.

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Pargos y chernas solo para turistas

Gladys pargo-relleno
El pargo era el pescado preferido de los cubanos. En la foto receta de pargo relleno (archivo)

LA HABANA, Cuba. — Cuando comenzaron los comentarios de que en diciembre venderían por la libreta de racionamiento un libra del correspondiente pescado (en lugar de sustituirlo por pollo, como ocurre desde hace años), la gran mayoría se mostraban escépticos, mientras otros creían que se trataba de una burla.

Yo, por mi parte, no lo creí hasta que salió publicado en el periódico Tribuna de La Habana, en la sección de la distribución de productos de la Empresa Provincial de Comercio de la provincia: “Pescado congelado, 1 libra con cabeza y cola para todos los consumidores”.

La ración de jurel (pez del Pacífico y el Mediterraneo), para 2 personas (Foto GL)

“Parece que las cosas empezaron a mejorar”, comentó irónicamente un hombre al salir de la carnicería, después de una cola de 3 horas para comprar un jurel que pesaba 1 libra (Estas largas colas se deben a que hace algún tiempo, ante el inminente peligro de derrumbe de algunas bodegas y carnicerías, los consumidores han sido reagrupados). Sin embargo, otros compradores no tuvieron tanta suerte como él, pues el carnicero, para completar el peso, picaba el pescado por la mitad longitudinalmente, lo cual provocaba más de una protesta.

También por estos días empezaron a vender jurel liberado a 25 pesos la libra (1 CUC) en algunas pescaderías de la capital. En el caso de Lawton, donde ya no existen estos establecimientos, lo ofertaban en el bar Xonia (Dolores y 16). El comentario de la población era que estaba muy caro, además de que no estaba fresco.

Revista Mar y Pesca 316, junio 1999 (Foto GL)

A pesar de que nuestra isla posee una amplia zona pesquera, hace muchos años que los cubanos apenas tenemos acceso al pescado de mar, pues la pesca individual está virtualmente prohibida. Hoy, en las pocas pescaderías que quedan en la capital, solo se venden especies de agua dulce, fundamentalmente claria y tenca, que saben a tierra. Por la poca aceptación que tenía el picadillo de estas especies, desde hace algún tiempo lo venden saborizado, pero aun así hasta los gatos lo rechazan.

En la revista Mar y Pesca número 408 de junio de 2014, página 38, aparece la siguiente propaganda: “COPMAR, distribución de productos alimenticios para la canasta básica, Educación, Salud y otros sectores priorizados” (ver foto). Les mostré la página a varios vecinos y conocidos, pero todos coincidieron en que no recordaban haber visto ni mucho menos comprado alguno de ellos en la carnicería. Unos pocos, eso sí, reconocieron una o dos latas de sardinas o atún, pero de la shopping, según dijeron.

Desde mucho antes de las intervenciones realizadas durante la llamada ofensiva revolucionaria, el usufructo de nuestros mares y zonas pesqueras (como el del resto de los recursos del país) fue monopolizado por el gobierno comunista, que comercializa los frutos del mar hacia Europa, Asia y Canadá a través de la compañía exportadora Caribex SA (una sociedad mercantil privada).

Revista Mar y Pesca no. 408, junio de 2014 (Foto GL)

Según la Mar y Pesca de febrero de 1999, por medio de la entidad Pesca Caribe se abastece al turismo a través de las cadenas hoteleras y restaurantes, y a los mercados de todo el país que operen con divisas, y desde septiembre de 1998 también se vende, en la piscina del aeropuerto José Martí, langostas vivas para los turistas a un precio de 25 dólares el kilogramo. El slogan publicitario estampado en el envase es: “Viaje con su reina con el máximo de calidad y garantía”.

Es importante aclarar que ya desde antes de 1959 existía en nuestro país una industria nacional de mariscos y pescados (Mariscos del Caribe, SA), que tenía plantas procesadoras en Isla de Pinos (actual Isla de la Juventud), Surgidero de Batabanó y La Coloma. Según la enciclopedia Libro de Cuba (Edición Conmemorativa del Centenario de la Independencia, 1902-1952, pág. 778), Mariscos del Caribe contaba con una flota pesquera compuesta por barcos de 30 y 50 toneladas construidos en Cuba y por cubanos. Pero su principal diferencia con nuestra realidad actual reside en que dicha empresa no solo exportaba, sino que fue capaz de satisfacer la demanda de la población cubana incluso durante los duros años de la Segunda Guerra Mundial.




Infobae: Los cubanos no comen pescado

pesca-cuba-3A cada habitante de esta tierra, cuando se entera de que soy cubano, se le ocurre preguntar: “¿Qué comen en Cuba?” A lo que segundos después, quizá por ver mi cara descolocada, y a modo de recomponer las cosas me dicen: “Seguro que comen mucho pescado, ¿no? jijiji”, y los veo encoger los hombros como diciendo: “Parece que lo insulté al cubano y pescado es una mala palabra”.

El problema no es responder fácilmente “no, apenas se come pescado”. Lo dificil es explicar al que pregunta, por qué en una isla la gente no come ni pescado, ni mariscos, ni langosta, ni cuanto bicho marino existe. Amigos, en Cuba no se come pescado, porque lo que hay en el mar son peces y al pescado, hay que pescarlo. Y ahí es donde entra el Castro Comunismo a funcionar.

A mi me fascinaba pescar en el mar, pero logré hacerlo recién entrado en los 18 años, puesto que los menores de edad tenían prohibido subir cualquier cosa que flotara en el mar. También había otras razones, el puerto más cercano me quedaba lejos, unos 35 Km., distancia imposible para ir de aventura. Luego por supuesto no tenia cordel acorde, el más largo que poseía era de unos 20 metros por lo que me servía solo para el río, o a algún charco cercano.

Llegada mi mayoría de edad tuve la gran suerte de que mi padre, médico cirujano, tuviera un paciente. El padre de este paciente tenía un hermano, Albertico, y éste a su vez tenía un barco*. En agradecimiento nos invitó a pescar en alta mar, unas 2 millas de la orilla, pues más allá, podría interpretarse como salida ilegal del país.

Por supuesto que deben inferir que construir un bote o barco de madera estaba prohibido, si no yo me hubiera hecho el mío… Bueno, no. ¿Con qué madera?. La prohibición era por la sospecha de que lo utilizarás para irte a EEUU, “a pasar hambre y pasar trabajo”. Después, si tienes la suerte de que lo construyes a escondidas, y ya no te pueden detener, debes pedir un permiso para incluirlo en el “Registro Oficial”. Si, así como lo entiende, registrar cada balsa, chalupa, o elemento que flote, aun teniendo éste tracción animal, o sea, a remos. Teniendo ya el bote y el permiso de uso, cosa que puede llevarle unos 15 años**, debes pedir un “Permiso de Salida”. Esto es, si el bote lo sueltas de la orilla, ahí ya usted tiene que pedir un permiso, aunque se aleje unos 200 metros de la costa.

El bote en cuestión ya está construido, tiene el registro, y el permiso de soltar amarras. ¿Listo? ¡No! Ahora, cada una de las personas que suben al bote, tienen que pasar a pedir el “permiso de embarque”. ¿Fácil no? Si fuera fácil, cualquiera podría a pedir el permiso de embarque, pero la realidad, es que para optar por el permiso de embarque, previamente necesita el “Carnet de Pesca” otorgado por el Ministerio del Interior (Minint), luego de años de investigación, y renovable anualmente. Como usualmente te lo niegan, mi padre nuevamente, le realizó una operación de tiroides a una señora que resultó ser la madre de un jerarca del Minint, y por medio de éste, obtuvimos el “Carnet de Pesca” en trámite expeditivo, 6 meses.

Terminada toda la burocracia, volvemos al barco de Albertico, que a esta altura ya era amigo, pues habían pasado dos años desde su inicial invitación. Era un barco de madera de unos 5 metros de largo, ¡con motor! Si, porque él tenia el “permiso de tener motor” desde antes de 1959, creo. Ya el bote no era el mismo, ni el motor, ni nada, pero tenía ese papel. Estábamos Albertico, Leonelsito, que oficiaba de pescador asistente, mi padre y yo subidos con el permiso de soltar amarras, el carnet de pesca de cada uno, el permiso de salida de los guarda fronteras, y a punto de salir. Eran aproximadamente las 9 de la mañana.

Mi padre y yo, habíamos gastado toda la gasolina del mes para ir a la costa ese día. Previamente pasamos por una fábrica de hielo, donde una semana antes habíamos pedido una plancha de hielo, con el objetivo de conservar el pescado, pues la idea era estar dos noches en “alta mar”. Albertico, nos habia recalcado que aunque apareciera una tormenta de “tres pares de c…”, debíamos seguir sin tocar puerto, si no teníamos que tramitar todos los permisos nuevamente. Yo me imaginaba un huracán con olas de 10 metros, pero eso si, ¡tocar tierra jamas! Era más fácil soportar una tormenta que pedir los permisos nuevamente.

Así las cosas, al momento de partir, ¡el bote no arrancaba! Llegaron las 12 del medio día, las 3 de la tarde. A esa hora, eran unas 20 personas alrededor de nuestro bote opinando sobre que el motor estaba ahogado, el petróleo del motor, etc. ¡Uy! lo olvidaba, el petróleo para el barco. Ese lo “conseguía” mi padre con otro paciente que era militar, así que Leonelsito, que ya de asistente de pesca era mecánico, decía: “Oye, el petróleo no puede ser porque este lo trajo el médico y es del bueno, del que usan los tanques de guerra”. Bueno, para no cansarlos, finalmente pasadas las 5pm, logramos sustituir una “bujía” causante del fallo y partimos.

Luego de unos 20 minutos de navegar por el río, hacia la desembocadura, llegamos al punto de control militar Guarda Fronteras. Allí se chequeaba que todo estuviera en regla.  ¿Qué pasó?, pues sale el guardia y dice: “El puesto cierra a las 6pm, y están pasados, no podemos autorizar la salida”. Se nos hizo la noche intentando convencer al capitán del puesto, entre otras cosas de que no teníamos intención absoluta de irnos para los EEUU. Cerca ya de las 7pm, regresamos río arriba. Lo que quedaba del hielo lo repartimos para no desperdiciarlo. Así, camino a Santa Clara, donde vivíamos, el carro dejaba un hilo de agua, como queriendo marcar el camino, para intentarlo en otro momento. Pero, compadre, después de pasar todo eso, ¿a quién le quedan ganas de comer pescado?

Nota: Dada la naturaleza del relato, rayano en lo inverosímil, debo aclarar que la historia es real y parte de una vivencia personal; nadie me lo contó.




Pescado de corral

LA HABANA, Cuba, julio (173.203.82.38) – A pesar de que Cuba es una isla, hace años que los cubanos comemos poco pescado; y no es sólo por lo difícil que se hace conseguirlo.

Además de caros, los productos que vende en la cadena de venta libre Mercomar, no son agradables al paladar. Entre las propuestas de estas pescaderías está la “masa para croquetas de tenca”, con verdadero sabor a tierra. Lo mismo sucede con el picadillo del mismo pescado. A veces, como oferta especial, venden pulpa de langosta, al astronómico precio de 34 pesos el kilogramo.

En la década del ochenta, cuando abrieron por toda la ciudad unas pescaderías pre fabricadas (contenedores adaptados) importadas de Argentina, se pensó que lo mejor del mar estaría incluido en nuestro menú. Pero el sueño duró lo que el clásico merengue a la puerta del colegio. A duras penas las surtían, y no les daban ningún tipo de mantenimiento. Las neveras, las vidrieras de exhibición, y los sistemas de aire acondicionado, se descompusieron en un dos por tres y hoy las pocas que quedan en pie son un desagradable amasijo de hierros oxidados, donde quizás se puede conseguir huevos por la libreta de racionamiento o alguna que otra vianda, cuando aparecen.

Mario, un viejo pescador aficionado, me dijo: “Soy de Caibarién, y allá comíamos mucho pescado. Por eso, cuando empezó a faltar me hice de mis avíos y salí a pescar. Al principio iba con un amigo que tenía un botecito, pero en una ocasión nos pescó la policía a nosotros y nos confiscó el bote y los avíos de pesca, además de que le impusieron una multa al amigo. Aquí hasta pescar es un delito”.

El otro día, en la pescadería de la Virgen del Camino, mientras esperaba el camión que  traía el pescado, un hombre comentó que quería comprar carnada para irse de pesca con su hijo. “Somos corcheros –dijo-, así nos dicen a los que salimos a pescar sin permiso. Es un riesgo, hago lo que sea por comerme un buen pescado. Por estos días corre el pargo sanjuanero, y con paciencia siempre alguno cae”.

Hace algunos años vendían pescado por la libreta de racionamiento. Ahora, como no hay, sustituyen una libra de pescado por media de pollo. Los cubanos, con el habitual sentido del humor que nos ha permitido sobrevivir, nos avisamos unos a otros cuando llega el pollo, gritando a voz en cuello: “¡Llegó el pescado de corral”.




La segunda promesa de Chávez

LA HABANA, Cuba, diciembre (173.203.82.38) – Aquí hay gato encerrado. O Hugo Chávez, el Presidente que pretende ser vitalicio leyó mi crónica titulada Chávez no tiene sardinas, publicada el pasado noviembre en CubaNet, o adivinó el pensamiento de la esposa de Israel, mi vecino, cuando la señora  recordó la promesa incumplida de Chávez de enviar latas de sardinas a las familias cubanas, en 2006.

Según un cable de la Agencia EFE fechado en Caracas, el mandatario inauguró la empresa mixta socialista cubano-venezolana Pescalba. ¡Qué obsesión con la primera luz del día!

Según la información, la empresa consta de dos buques. Uno de ellos fabricado en la desmoronada URSS en 1988 y restaurado en marzo pasado por técnicos de Venezuela.

Según Chávez, los dos buques pescarán jurel en el Océano Pacífico, pero los cubanos no estamos muy seguros de que una parte de su captura llegue a nuestras costas. Sobre todo porque el embajador cubano, Rogelio Polanco, declaró que Bolívar y Martí (así se nombran los buques), “se unen en esa alianza para ir a pescar juntos por la alimentación de este pueblo”. Como no especificó a qué pueblo se refería, es de suponer que se trate de Venezuela, al decir “este”.

De todas formas, como los cubanos de a pie son optimistas, ya están en condiciones de esperar el jurel que venderán por la cartilla de racionamiento.

De inmediato le di la noticia a la esposa de mi vecino, y puso tal cara de asombro, que es prácticamente imposible comunicar a los lectores lo que piensa la esposa de Israel de esta segunda promesa de Chávez, el primer socio comercial de Cuba.