LA HABANA, Cuba. – Ayer se dio a conocer la noticia del lamentable fallecimiento del destacado cineasta cubano Juan Padrón, creador del icónico personaje del coronel mambí Elpidio Valdés y de otros muchos que alcanzaron merecida relevancia en el mundo de los dibujos animados.
Tuve ocasión de palpar el notable impacto alcanzado por la obra de este ilustre compatriota en circunstancia aciagas para mi persona y en lugares insospechados. Me refiero a las dos temporadas en las que tuve la desgracia de ser hospedado por cuenta del régimen castrista en islas del “Archipiélago DGP” (Dirección General de Prisiones).
Siguiendo una regla implantada desde hace décadas por los comunistas en esos parajes tan poco recomendables, quienes nos encontrábamos allí por motivos políticos teníamos que convivir con reclusos comunes de toda especie. Se trata de una forma deliberada que tienen los miembros de esa secta para incrementar los padecimientos de los cautivos de conciencia.
Pues bien: entre esos compatriotas tan problemáticos con lo que cohabitábamos (ladrones en su mayoría, pero también algún que otro asesino o violador), me llamaba poderosamente la atención el tremendo interés que despertaban en ellos los “muñequitos” de Elpidio Valdés. Los habían visto tantas veces que algunos se los sabían de memoria y, mientras se desarrollaba la acción, no era raro que repitieran íntegramente los diálogos.
Claro que el régimen de La Habana procura manipular los sentimientos patrióticos que pueda despertar el carismático coronel mambí. Igual hacen con la figura de Martí, que han convertido nada menos que en “autor intelectual” de la terrible matanza entre cubanos que fue el asalto al cuartel Moncada. La propaganda oficialista pretende identificar a ambos personajes (el real y el de ficción) con lo que ellos llaman “la Revolución”.
Pero por encima de cualquier manipulación, esa obra artística tiene sus valores intrínsecos, que serán los que perdurarán. Y es justamente por esa trascendencia que tienen las creaciones de Padrón, que no puedo menos que lamentar una excepción que constituye una mancha innecesaria en su ejecutoria. Me refiero al largometraje “Elpidio Valdés contra dólar y cañón”, que acaba de ser repuesto por la Televisión Cubana.
Si algo caracteriza la saga del simpático coronel del Ejército Libertador es que, en general, en ellas aparece reflejada de forma amena, sí, pero también veraz, la epopeya que libraron nuestros ascendientes para liberar a Cuba del yugo colonial español.
Pero he aquí que, de buenas a primera, ¡aparece Elpidio Valdés aliado con los españoles para luchar contra “los yanquis”! Es de ese modo que Estados Unidos, el país que, como regla, más cooperó y se solidarizó con el esfuerzo independentista cubano, aquel cuya prensa condenó con más virulencia la Reconcentración ejecutada por el genocida Weyler, se transforma en el enemigo a derrotar. ¡Habrase visto desvergüenza mayor!
Por supuesto que esa mixtificación histórica no es casual. Ella encaja de modo perfecto en la “misión de la vida” del fundador de la dinastía castrista, que él mismo, antes de su trepa al poder, confesó en carta a su confidenta Celia Sánchez: la de “luchar contra los norteamericanos”.
Es así como la política y su hermana bastarda —la politiquería— distorsionan y contaminan la obra de un artista memorable como lo es sin dudas Juan Padrón. Y da pena tener que constatar que él, en el caso que cito, se plegó a los designios del poder y al hacerlo, prostituyó su creación más digna de no caer en el olvido.
El gran cineasta fue —pues— una víctima más de ese leviatán llamado “Revolución”. Claro que en medida mucho menor que los fusilados y sus parientes. O que quienes guardaron injusta prisión durante decenios. O los ahogados en el Estrecho de la Florida. O los millones que se vieron condenados a una vida entera de miseria y carestía.
En el caso específico de Padrón, él ayudó a su propia manipulación. Lo hizo al prestarse a dar su nombre al bodrio mentiroso concebido por los burócratas del Departamento Ideológico del Comité Central, al aparecer como autor de “Elpidio Valdés contra dólar y cañón”.
Recordemos, en este contexto, las palabras del poeta Nicolás Guillén al rememorar a sus ancestros esclavos: “Yo no tengo vergüenza; que la tenga el amo”. En homenaje al gran cineasta que acaba de fallecer (y sin olvidar su parte de culpa), creo que sería justo que hiciésemos una paráfrasis de esos versos memorables: “Yo no tengo vergüenza; que la tengan los castristas”.
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