LA HABANA, Cuba. — Luego de la Declaración de la Asamblea de los Cineastas del pasado 15 de junio en protesta por la copia pirata del censurado documental de Juan Pin Vilar La Habana de Fito, que fue exhibida en la TV con la coletilla insidiosa de tres comisarios castristas, el régimen intenta hacer control de daños. Y parece estar consiguiéndolo, al menos con algunos de los firmantes.
En una reciente reunión, de la que fue excluido el realizador exiliado Ian Padrón, donde se reclamó fundamentalmente una Ley de Cine que ampare al cine independiente en Cuba, algunos realizadores, como Fernando Pérez y Jorge Luis Sánchez, de tan ambiguos que se pusieron, de tan conciliadores e ingenuos que se mostraron, parecieron estar dando marcha atrás a su postura inicial.
La reunión evidenció cuanto miedo, simulación e hipocresía hay aún en el sector artístico e intelectual, incluso entre los que se atreven a hacer reclamos al poder, pero no se atreven a coger el rábano por las hojas. Al final, con su actitud contestataria, que no es tal, sino mero conformismo revoltoso, terminan concediéndole el privilegio de la duda al régimen respecto a su voluntad liberalizadora. Al mostrar que son socialistas y que, aunque sean críticos, siguen estando “dentro de la revolución”, exoneran de culpas al régimen, lo validan y aceptan la posibilidad de perfeccionar el sistema con unos simples retoques y costuritas aquí o allá.
Ocurrió en 2007 cuando la presentación encomiástica en la televisión de dos connotados represores del Quinquenio Gris provocó la tormenta de los emails, y luego todo quedó en cacareo y catarsis. Volvió a ocurrir, peor aún, luego de la protesta frente al Ministerio de Cultura del 27 de noviembre de 2020 con los que aceptaron dialogar con el viceministro de Cultura Fernando Rojas y terminaron siendo manipulados, divididos, enfrentados unos con otros, mientras los más inconvenientes eran represaliados sin miramientos.
Ha transcurrido tiempo más que suficiente para que acabemos de entender que la culpa de las censuras y las exclusiones es totalmente congruente con la actitud intolerante de siempre del régimen castrista, que no está dispuesto a ceder y renunciar a esas prácticas, porque le va en ello la supervivencia.
¿Hasta cuándo vamos a estar hablando de “errores e incomprensiones” y culpando de ellos a “extremistas y burócratas” si sabemos que, por sí solos, sin la orden de arriba, esos tipos, por muchas ínfulas que tengan, no pueden decidir ni qué se va a servir en la mesa de su casa?
Todos sabemos que el origen de todos los males de la cultura cubana, absolutamente todos, pero especialmente las censuras y las exclusiones, provienen del discurso de Fidel Castro conocido como “Palabras a los Intelectuales”, que cumple por estos días 62 años. En aquel discurso, que fue el colofón de las tres reuniones con los intelectuales que sostuvo el Máximo Líder, literalmente con la pistola sobre la mesa, en la Biblioteca Nacional, durante tres fines de semana en junio de 1961, quedó decretado: “Todo dentro de la revolución; contra la revolución, ningún derecho”.
Si no hay valor para ir a la raíz del mal y llamar pan al pan y a los culpables por sus nombres, si se van a conformar con que algún gerifalte les pase la mano, les pida paciencia y que esperen el momento y el lugar oportuno para plantear sus inquietudes, ¿de qué vale seguir dialogando con las instituciones?
El Decreto 373, aprobado en 2020, es letra muerta, puro simulacro. La dictadura nunca aceptará la existencia de un cine verdaderamente independiente en Cuba. Ahora fue el documental de Juan Pin Vilar. Antes censuraron, entre otros, a Miguel Coyula, Carlos Lechuga, Juan Carlos Cremata, José Luis Aparicio, Fernando Fraguela, y clausuraron la Muestra Joven ICAIC.
Las censuras de hoy son la continuidad de lo que hizo el régimen en 1961, cuando prohibió el documental PM, de Orlando Jiménez Leal y de Sabá Cabrera Infante. Hay que ser muy ingenuos para suponer que el talante y la disposición de los mandamases hacia la libertad de creación artística han mejorado.
Allá los que quieran seguir apostando por el diálogo institucional. No nos engañemos: cuando aprueben una Ley de Cine en Cuba, si es que algún día la aprueban, lejos de garantizar derechos a los cineastas, será un engendro lleno de restricciones, advertencias y amenazas. Algo así como la Ley de Comunicación Social.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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