LA HABANA, Cuba. — Recuerdo que en mi niñez, cuando mi madre quería confeccionar alguna ropa, siempre acudía a los numerosos almacenes situados en la calle Muralla, que era adonde iban las personas de menos recursos económicos de La Habana para comprar telas.
Los almacenes de Muralla estaban repletos de grandes rollos de tejidos, exhibidos en mostradores y estibas que llegaban casi al techo de dichos locales. Esos comercios surtían a otras tiendas de la capital y del país, y hacían ventas minoristas a muchos clientes. Las costureras y sastres eran clientela fija. Adquirían telas para elaborar vestuarios a sus marchantes, que en muchas ocasiones copiaban los modelos vistos en las grandes tiendas.Las amas de casa con máquinas de coser propias hacían algo parecido.
Aparte de los tejidos, existían varios almacenes con artículos de ferreterías, víveres, efectos electrodomésticos, etc. Había hasta una imprenta, Molina y Compañía, que editó obras de autores con gran renombre.
El establecimiento de mayor importancia era la firma Humara y Lastra S en C, ubicado en los números 405 y 407 de Muralla. Era el distribuidor exclusivo en Cuba de los equipos eléctricos RCA Víctor. También exportaba la producción discográfica de esta gran compañía, cuyo extenso catálogo incluía música nacional e internacional, con figuras muy populares como Benny Moré, la orquesta Aragón y Elvis Presley, entre muchos más.
Las viviendas en los altos de estos comercios eran la mayoría antiguas, aunque tenían buen estado de conservación.
En Muralla había también bares, cafeterías y bodegas. El nombre de la calle se debe a la muralla que rodeaba a la ciudad para protegerla de corsarios y piratas. Se denominó también De Ricla, por un gobernador que hubo en la colonia, y Alcantarilla por una que existió en la esquina de Compostela.
Muralla comienza en la calle San Pedro, frente a los muelles de la Aduana del Puerto y concluye en la esquina de Egido-Monserrate. Presenta una curiosidad: se inicia en una especie de túnel que atraviesa por debajo el edificio que ocupara en tiempos republicanos la Cámara de Representantes, hoy sede del gobierno municipal.
Hace pocos días transité por esta vía de la capital y de todo lo descrito en los primeros párrafos nada encontré. Solo el nombre en sus señalamientos. La mayoría de los edificios están muy deteriorados, excepto algunos pocos más modernos.
Pude constatar que en las 12 cuadras que tiene la calle Muralla, alrededor de una docena de inmuebles han sido demolidos. De los populares almacenes de género que identificaban a esta calle, no queda ninguno. Tampoco existe Humara y Lastra. Muy pocos almacenes dedicados a otros ramos están abiertos. En aquellos espacios de sus grandes tiendas hay pequeños comercios que venden objetos y animales para la práctica de la santería, algunos talleres para reparar autos y cuentapropistas con variadas ofertas de alimentos u otros artículos. Amplias áreas de los inmensos locales están desaprovechadas.
En los altos de estos comercios, aquellas grandes casas se han convertido en ciudadelas habitadas hoy por numerosos inquilinos, divididas en cuartos, y barbacoas añadidas que debilitan las viejas construcciones y frecuentemente originan derrumbes y a veces, la muerte de sus moradores. Medio escondidos en las entradas de las escaleras, decenas de vendedores proponen su mercancía a los transeúntes.
La calle y las estrechas aceras están sucias y en bastante mal estado, lo que dificulta transitar por ellas. Pero cuando pasamos la esquina de la calle Cuba en dirección al puerto parece que entramos en otra ciudad. Todas las casas están en buen estado, con las fachadas pintadas y restauradas, especialmente las que rodean a la Plaza Vieja, que están impecables.
Las dos mansiones de este tramo, correspondientes a Muralla, la del Conde Jaruco y su descendiente la Condesa de Merlin, y la del primer historiador de la ciudad, José Martín Félix de Arrate, son joyas comparadas con el resto de las casas existentes al principio de esta calle.
En la cuadra siguiente hay otra vivienda muy antigua, reconstruida en su totalidad, y es la que fuera primera Casa de Beneficencia de Cuba, con una bien señalizada tarja y el torno en donde depositaban a los expósitos.
Si esos inmuebles están tan bien conservados es porque forman parte de la zona restaurada por el desaparecido historiador Eusebio Leal. Cuando por allí pasean los turistas extranjeros o los conducen sus guías, no ven el enorme desastre que existe en el resto de La Habana. Como solo vieron esta pequeña zona, hablan después en sus países sobre las maravillas de la capital cubana.
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