LA HABANA, Cuba. — Uno de los muchos misterios del Partido Socialista Popular (PSP, comunista) es el porqué de la implacable marginación a la que fue sometido por sus camaradas César Vilar Figueredo, una de las principales figuras de dicho partido en las dos últimas décadas de la época republicana.
César Vilar no fue víctima del llamado proceso de la Microfracción (enero de 1968), la mayor represión anticomunista en toda la historia de Cuba, paradójicamente ocurrida bajo el régimen de Fidel Castro, porque ya había sido marginado desde mucho antes. En 1960, acusado de querer crear otro partido comunista paralelo al PSP, Blas Roca lo acusó públicamente de traición. Pero ya para ese entonces, Vilar llevaba seis años fuera del PSP, de donde lo habían expulsado en 1954.
Nacido en Manzanillo, hijo de padres humildes y comunistas, Vilar, de joven, trabajó como albañil. Con fuertes vínculos con la Unión Soviética (su hermano Enrique estudió en Moscú y murió en la Segunda Guerra Mundial combatiendo junto al Ejército Rojo), en 1944 fue electo senador y miembro de la Cámara de Representantes por el PSP.
Al ocurrir el ataque al Cuartel Moncada, César Vilar, aunque sin demasiado entusiasmo, compartió la posición del PSP, que desaprobó el ataque, afirmando que había sido una acción equivocada, desesperada, aventurera y putchista, que nada tenía que ver con el marxismo-leninismo y “los intereses de la clase obrera” y que había servido solo para que el régimen justificara la eliminación de las pocas libertades políticas que existían.
A pesar de esa posición, Lázaro Peña, Joaquín Ordoqui y otros miembros del PSP fueron arrestados y procesados como sospechosos de estar vinculados al ataque. Al ser juzgados, lograron demostrar su inocencia. Entonces, César Vilar los acusó de oportunistas por “haber negociado vergonzosamente” la libertad de Peña y Ordoqui y la absolución de Juan Marinello en vez de haber aprovechado el juicio para denunciar los malos tratos a que habían sido sometidos (incluso tres de los comunistas detenidos habían sido heridos de bala durante el arresto) y plantear sin ambigüedad la oposición de los comunistas al régimen de Batista.
Las afirmaciones de César Vilar de que “el juicio había constituido una derrota para el partido y que el responsable de ese error era toda la dirección del mismo” provocó una enconada polémica que culminaría el 25 de julio de 1954 con la expulsión de Vilar del PSP.
No sería hasta 1958 que la dirigencia del PSP, a través de Carlos Rafael Rodríguez, contactó con Fidel Castro y se decidió a dar su apoyo a la guerrilla.
Es llamativo el hecho de que al triunfo de la insurrección, Fidel Castro, antes que a César Vilar, que se había mostrado frontal contra la dictadura de Batista y favorable a la lucha armada, prefiriera acoger en el seno del régimen revolucionario a la cúpula del PSP, que pasó años oponiéndose a las tácticas insurreccionales y afirmando que “se podía quitar el poder a la burguesía de forma pacífica, siempre que las masas populares se hubiesen agrupado en torno a la clase obrera, obligando a los burgueses a someterse a la voluntad de los trabajadores”.
Muchos de los miembros del Movimiento 26 de Julio y del Directorio Estudiantil se mostraban recelosos y hostiles con los comunistas del PSP, pero Fidel Castro decidió utilizarlos y sacarles provecho para consolidar su poder absoluto. Y los viejos comunistas, como Blas Roca, Carlos Rafael Rodríguez y Lázaro Peña, abochornados por sus fallos, venidos a menos luego de haber asistido hasta las últimas horas del viejo régimen como testigos casi inactivos al triunfo del socialismo, se sometieron y se dejaron utilizar.
César Vilar, demasiado rebelde, le hubiera resultado incómodo a Fidel Castro. Por eso, hasta su muerte, en 1975, fue mantenido en el ostracismo.
En 2008, habló sobre todo esto su hija, Rita Vilar, en una entrevista con el historiador Newton Briones Montoto que este convertiría en el libro Una hija reivindica a su padre, publicado en 2016 por la Editorial Ruth. La lectura de dicho libro es útil para entender cómo los comunistas desechan sin miramientos a los que les han servido cuando ya no les convienen a sus intereses.
Después de todo, César Vilar tuvo suerte de que no lo asesinaran, como hicieron en 1948 con el líder sindical Sandalio Junco, que le disgustaba a la cúpula del PSP por sus veleidades con el trotskismo.
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