Una víctima
más (II)
Héctor Maseda, Grupo de Trabajo Decoro
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Para Fredesvinda los sufrimientos
apenas comenzaban. Faltaban aún las persecuciones, detenciones e
interrogatorios que debió soportar a la policía política de
Castro. La prisión de su padre la convenció de que del régimen
nada bueno podía esperar. Pero no fue hasta que a la familia le
confiscaron todos sus bienes por negarse a fomentar el vicio en el país
que comprendió la verdadera naturaleza inhumana de este gobierno
totalitario.
La familia Hernández dedicaba los domingos por la mañana a sus
prácticas religiosas. Era usual verlos junto a otros vecinos en el templo
del barrio Los Quemados, en aquella localidad villaclareña.
"Frecuentemente -nos refiere ella, operativos de la Seguridad del
Estado interrumpían los oficios religiosos y apresaban a las personas que
se encontraban en el interior del local donde nos reuníamos los Testigos
de Jehová. A los hombres, mujeres, niños y ancianos nos obligaban
a caminar alrededor de 12 km. hasta el municipio de Manicaragua para
interrogarnos. Los oficiales se desplazaban cómodamente en autos.
Recuerdo cómo los militares me hacían preguntas que yo no sabía
responder. No los entendía, pero me daban mucho miedo. Yo lloraba y
clamaba por la presencia de mis padres. Apenas tenía 9 años de
edad. La amenaza era la misma: si mantienes esa actitud antipatriótica, a
tu papá lo vamos a meter preso por un buen tiempo. A las diez u once de
la noche nos soltaban. Nos tenían todo el día sin comer ni tomar
agua. Después debíamos caminar los mismos 12 km. de regreso hasta
nuestros hogares, por carreteras oscuras, cargando niños de brazos con
hambre y sueño. Esta escena se repetía semana tras semana".
En 1965 el régimen cubano cerró el salón de culto de
Los Quemados, en un intento por impedir que continuaran los miembros de esta
organización con sus reuniones y prédicas espirituales. "No
lograron sus propósitos -recuerda Fredes. Asumimos la nueva situación
como otra prueba de fe religiosa. Los domingos, alrededor de cien personas, en
su mayoría ancianos, mujeres y niños, salíamos en
peregrinación desde nuestras viviendas hasta Manicaragua. Ningún
transporte nos paraba. Los choferes no hacían nada para recogernos. Más
tarde supimos, por ellos mismos, que los militares se lo habían
prohibido, pues les decían que los Testigos de Jehová constituíamos
los enemigos jurados de la revolución".
"Ese mismo año, Alberto Hernández Morales, mi padre, fue
condenado a 9 meses en la cárcel Nieves Morejón, de Sancti Spíritus,
porque mi hermano menor, de 7 años de edad, se negaba a saludar la
bandera y cantar el Himno Nacional en la escuela. En pocas ocasiones pudimos ver
a mi papá. La dirección de la prisión se las ingeniaba para
que la visita no tuviera éxito. Unas veces no dejaban a mi madre entrar
en la penitenciaría. En otras, le decían que estaba suspendido el
encuentro. Lo cierto es que en sólo un par de oportunidades pusimos
hablar con él unas horas".
Cuando Hernández Morales cumplió su condena, la policía
política continuó hostigándolo casi a diario. La copa se
rebozó al forzarlo a que cultivara tabaco en sus tierras.
"En 1970 -señala Fredes-, funcionarios del Ministerio de la
Agricultura y del Ministerio del Interior se presentaron en mi casa para hablar
con mi padre. Le exigieron que sembrara tabaco en las tres caballerías
(40 hectáreas) de tierra que poseíamos. Mi papá se negó
a ello argumentado que el cultivo que le pedían era dañino para la
salud del hombre y que, además, iba contra las enseñanzas bíblicas
que condenan el vicio. De inmediato nos intervinieron la finca, los animales y
demás bienes que poseíamos. Mi mamá le rogó a los
militares que al menos nos dejaran una vaca para alimentar con su leche a mi
hermanita, de tres meses de nacida. Un oficial respondió que no podían
dejarnos ni un grano de arroz. A mi padre se lo llevaron preso y lo condenaron a
nueve meses de trabajos forzados en la granja Los Molinos. Lo acusaron de
atentar contra la economía del país. así de sencillo fue
todo. Mi madre y sus tres menores hijos quedamos en la miseria. A partir de ese
instante sobrevivimos gracias a la ayuda que nos ofrecieron parientes y amigos.
Casi nada podía hacer mi padre desde la cárcel. Le pagaban muy
poco por cortar marabú.
Sorpresivamente a Fredes se le aguaron los ojos. Había atrapado en su
memoria uno de los peores pasajes de su infancia. "Yo recuerdo como si
fuera en estos momentos la pregunta que le hizo mi papá a los militares
antes de ser conducido por ellos a prisión:
- Díganme, señores militares, ¿en qué ley se
apoyan ustedes para actuar de este modo tan arbitrario?
La respuesta no se hizo esperar. El oficial que estaba al frente del
operativo sacó su pistola, le colocó una bala en la recámara
y se la puso e la cabeza a mi viejo, al tiempo que le decía:
- En este país la ley la hacemos nosotros.
Una víctima más (I) / Héctor
Maseda / Grupo Decoro
Los pueblos cautivos (I) / Héctor
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Los pueblos cautivos (II) / Héctor
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Los pueblos cautivos (III y
Final) / Héctor Maseda / Grupo Decoro
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