LA HABANA, Cuba. – Entre pagar el transporte para ir y regresar del trabajo, más el almuerzo, Odette llegó a gastar más de lo que ingresaba como salario. “Los últimos meses solo trabajé para poder ir al trabajo”, dice quien hasta noviembre del año pasado se desempeñó como ingeniera civil de una empresa constructora de La Habana.
Y continúa diciendo: “Ni siquiera me alcanzaba para comprar ropa y comida. Hubo un mes que hasta vinieron a cortarme la luz porque de verdad no tenía ni un peso. Yo he pasado hambre. Yo tuve días que no paraba de llorar porque no puede ser posible que habiendo estudiado y trabajado toda mi vida yo pase hambre. Marlon [su hijo de apenas 15 años, que aún estudia] se defiende por ahí vendiendo cosas y me ayuda, pero trabajar aquí en Cuba es una locura, no tiene sentido, se supone que sea yo quien lo mantenga. Prefiero quedarme en la casa y luchar desde aquí”.
Ahora Odette se dedica, desde su hogar, a vender cualquier tipo de mercancía de contrabando, “lo que le cae”, y de vez en cuando a lavar ropa de cama para un hostal privado. “Gano solo un poquito más que antes pero al menos no tengo que moverme de aquí”, concluye.
Cuando en diciembre de 2020, con la reforma salarial, parecía que su nuevo sueldo de médico le alcanzaría para vivir con algo de dignidad, Frank apartó la idea de dejar la Medicina para trabajar como taxista privado, pero muy pronto se vio obligado a retomar el plan, al comprobar que, aun con el aumento, su vida había empeorado, así como las condiciones de trabajo.
“Antes de graduarme, viendo el trabajo que pasaban mis profesores, las pésimas condiciones en los hospitales, la gente muriendo sin uno poder hacer nada, pensé en dejar la Medicina pero, para no molestar al viejo, seguí”, dice Frank. “Esa fue la peor decisión porque no hay trabajo más esclavo en Cuba que Salud Pública; te tratan como basura y así mismo te pagan. El médico en Cuba es como un mendigo, vive del regalito [de los pacientes], de que te manden a una misión [contrato para integrar las brigadas médicas en el extranjero], y todo el tiempo bajar la cabeza, porque si la levantas un poquito te pasa como a mí. Aguanté y aguanté porque primero vino la subida de salario, y después dije ‘Si salgo a una misión me quedo’, pero todo empeoró, ni el salario alcanzó ni la misión llegó, así que agarré el carro del viejo y me puse a botear [trabajar como taxista]”.
Tanto Odette como Frank son apenas dos ejemplos de un éxodo laboral masivo que ahora mismo está ocurriendo en la totalidad de las empresas e instituciones cubanas, y que incluso, a diferencia de años anteriores, se extiende y afecta a un sector no estatal que, apenas cinco años atrás podía darse el lujo de seleccionar a sus empleados debido al creciente número de fuerza laboral que migraba desde el sector estatal buscando mejorías.
“Antes [de 2019] se hablaba de una migración desde el sector estatal al no estatal, los trabajadores [estatales], incluso profesionales, se cambiaban a trabajos que nada tenían que ver con su perfil profesional”, explica Ana Rosa García, especialista en Recursos Humanos de una empresa estatal perteneciente al Ministerio de Comercio Interior. “La tendencia fue tan alarmante que se reguló ese movimiento con limitaciones de plazas para los negocios no estatales y hasta con amenazas de anulación de títulos a muchos profesionales (…); aun así la gente se iba, ni siquiera regresaban a recoger el expediente laboral. Al diablo las sanciones. En aquel momento perdimos un 20% de los trabajadores, pero tan solo en los últimos seis meses hemos perdido el 60%. Solo se han quedado los más viejos que están esperando la jubilación, pero todos los jóvenes, sin excepción, se han ido, y lo peor es que o se han ido del país o han preferido quedarse en sus casas. (…) El éxodo se ha extendido al sector no estatal porque ni siquiera los salarios allí alcanzan para enfrentar esta nueva realidad en que los precios suben descontroladamente por día, en que no hay transporte, no hay gas para cocinar, los apagones, se vive de cola en cola para poder comer, y se gana más dinero estando en la casa que saliendo a trabajar”.
“Algunos han emigrado pero lo más asombroso es que la mayoría está en sus casas”, dice Evelio, dueño de un par de bar-restaurantes en La Habana en los cuales llegó a dar empleo, ya de modo regular o irregular, a cerca de un centenar de personas, pero hoy apenas logra arreglárselas con la mitad.
Y prosigue Evelio: “Sí, los hay que se fueron [del país] pero esos son los menos. Hay trabajadores míos que se han ido porque me han dicho que no les cuadra el salario con la realidad que viven, que ganan más grabando memorias [copiando películas y series pirateadas] en sus casas o vendiendo cosas en el portal de sus casas. (…) Yo pagaba buenos salarios pero hoy no es nada para como están las cosas. Últimamente, un trabajador aquí dura un mes, tal vez dos. Los hay que me han trabajado una noche y al otro día no vuelven. Y es que ya casi nadie deja propinas, o lo que dejan no sirve para nada cuando un refresco vale 200 pesos en cualquier lugar. He tratado de no cerrar, a pesar de que cada día es más difícil mantenerse abierto, porque de momento amanezco sin cocinero, sin dependientes”.
Tan descomunales son las cifras del éxodo laboral que hasta la prensa oficial se ha visto obligada a tratar el tema en varias ocasiones, aunque luego de que las principales figuras del régimen reconocieran públicamente la gravedad del asunto, en especial cuando ha afectado seriamente al sector energético donde se cuentan por miles las bajas registradas por causa de los bajos salarios y las malas condiciones laborales. Si en 2021 el éxodo de trabajadores alcanzó la cifra de 6612, ya para septiembre de 2022 las bajas ascendían a más de 8000.
“¿Quién quiere exponerse a la muerte por 2000 o 3000 pesos cuando un pomo de aceite cuesta 1000?”, dice Armando, trabajador de la Empresa Eléctrica que recientemente pidió la baja para sentarse en su casa, a la espera de “cualquier trabajito que caiga”.
“No te dan botas, no te dan nada extra”, continúa Armando. “Es fuego todo el día, ir para las provincias y quedarte en un albergue malísimo y con una comida horrible, yo sí no iba a poner otro muerto. De mi brigada no quedó nadie. Después de lo de Pinar del Río [afectaciones por el huracán Ian en septiembre de 2022] todo el mundo se fue echando. En los ocho años que trabajé allí me salió una úlcera, mi mujer parió y no tuve ni para comprar un culero. Todo se lo mandó mi cuñada de Italia. Mucho diploma y mucho discursito pero con eso mis hijos no comen. Ahora estoy en mi casa y me las voy arreglando hasta que me pueda ir. Esto no lo arregla nadie”.
Hoy, a la carencia de mano de obra no escapa ni siquiera el turismo, quizás el sector laboral más codiciado por los cubanos y cubanas antes de la pandemia de COVID-19, pero que, de acuerdo con fuentes del propio Ministerio de Turismo (MINTUR), consultadas por CubaNet, ha obligado a captar trabajadores fuera de sus propios centros de formación y capacitación profesional, ya que ni en las bolsas de empleo.
“Se suponía que había una reserva pero ni eso. Cuando llamas te dicen que ya no están en Cuba o que ya no quieren la plaza”, admite un funcionario del MINTUR bajo condición de anonimato. “Me han dicho que hasta en la Zona del Mariel está pasando lo mismo, al principio tremendo embullo pero ahora hay miles de plazas vacías. Nunca pensé que pasaría algo así, mucho menos en turismo. Aquí se sabe que la gente pagaba cientos de dólares por una plaza, hoy no hay personal para cubrir las instalaciones hoteleras. Hay trabajadores que prestan servicio simultáneamente en varios hoteles. Falta personal de limpieza, de mantenimiento, en oficinas. Casi siempre es una sola persona para la limpieza de cientos de habitaciones. Las quejas no paran. En las cocinas también falta personal, y personal bien calificado. Así es en todas las áreas”.
Por su parte, Gonzalo, trabajador administrativo de un hotel de la estatal Gran Caribe, también reconoce que, teniendo en cuenta tan solo la experiencia que ha tenido en su empresa, pudieran contarse por miles las bajas en el sector, siendo estos dos primeros meses de 2023 los más críticos desde que en 2020 comenzaran las primeras señales del éxodo.
“Pensamos que la temporada alta revertiría la tendencia pero no fue así”, dice Gonzalo. “Esa estabilidad de hace cinco años atrás se esfumó. De aquí nadie se iba. Ahora entran 100 trabajadores y ese mismo día salen 120. Como nunca. Ya no queda casi nadie de cuando yo comencé aquí hace 20 años. Antes hacíamos colas en las bolsas de empleo, esperábamos meses, años, para que nos llamaran; hoy somos nosotros los que casi tenemos que salir a la calle a contratar al que pase (…). Muchos piden la baja para irse del país pero me los he encontrado en sus casas. Yo hasta he pensado en hacer lo mismo. Me cuesta más venir a trabajar que lo que gano estando aquí”.
Más allá de las cifras oficiales, siempre muy distantes de la realidad palpable en las calles, se advierte en nuestro día a día que son más los cubanos y cubanas en edad laboral que no están vinculados a un empleo de manera oficial y regular, así como que la inmensa mayoría, aun poseyendo algún tipo de ocupación laboral legal, obtiene sus ingresos más importantes ya por las remesas, o ya por vías informales, ilegales e irregulares, en tanto los salarios son extremadamente bajos así como las condiciones laborales pudieran clasificar entre las peores del mundo, más si a la precariedad de la falta de recursos se unen las presiones y represiones políticas que el régimen ejerce desde las administraciones y los sindicatos.
De modo que para muchos quedarse en casa no es optar por la “vagancia” sino el resultado de haber andado por ese callejón sin salida que es cualquier empleo en Cuba pagado en una moneda nacional sin valor. Cuba es hoy el país donde cualquier sujeto parado en una esquina, sentado en un portal, aparentemente sin hacer nada, tiene más probabilidades de comer y sobrevivir que aquel empeñado en ganar un salario que se evapora antes de llegar al bolsillo.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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