MADRID, España. – El Gobierno cubano patinó clamorosamente ante las informaciones sobre la existencia de una posible base de espionaje chino en la Isla y acabó respondiendo a una “información inexacta”, en vez de aguardar a que la Casa Blanca se pronunciara oficialmente.
La precipitación de La Habana obedece a un factor histórico, a otro de urgencia y a su desesperación creciente: el peso específico y diferencial de las relaciones con Estados Unidos ―estancadas desde la represión desatada contra el aldabonazo popular del 11 de julio de 2021―, el miedo del tardocastrismo a que una acción hostil contra Washington acabe prolongando su permanencia en la lista de Estados que no cooperan en la lucha contra el terrorismo global y su agonía política y económica que provoca tener que hacerle swing a casi todo, sin medir adecuadamente las consecuencias.
Los devaneos del Palacio de la Revolución con Moscú, Pekín y Teherán tienen el propósito de tranquilizar a la oposición castrista (veteranos que formaron parte de sucesivos gobiernos de Fidel Castro) y trasladar a los cubanos la idea de que no están solos y cuentan con aliados importantes; pero la mayoría de la sacrificada población sabe que Moscú no cree en lágrimas, que los chinos han llenado la Isla de chatarra tecnológica de usar y tirar y ahora se llevan valiosos datos de Inteligencia; y que los iraníes agradecen el apoyo de La Habana, pero no regalan petróleo, sobre todo en esta época en que la invasión de Putin a Ucrania ha puesto su precio por las nubes.
El Gobierno cubano debió esperar a que la Casa Blanca evaluara la revelación de The Wall Street Journal (WSJ) y evitarse el ridículo de aparecer respondiendo a una “inexactitud”, como hizo el viceministro primero de Relaciones Exteriores, Carlos Fernández de Cossío, en una comparecencia pública improvisada y raramente ágil en el paso de buey cansado que caracteriza a la dictadura más vieja de Occidente.
Tras sendas declaraciones del portavoz del Consejo de Seguridad Nacional John Kirby asegurando que la nota del WSJ contenía “inexactitudes”, que el espionaje chino en Cuba data de 2019 y que las autoridades estadounidenses habían transmitido su “preocupación” al Gobierno de la Isla, La Habana enmudeció.
Obviamente, la revelación parecía más un mensaje de contención a Pekín, que ha multiplicado su presencia en América Latina ―incluida la militar― tras la decisión del entonces presidente estadounidense Donald Trump de abandonar unilateralmente el Tratado del Pacífico (circunstancia aprovechada por los chinos, con la connivencia de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC, pese a que sus normas establecen el rechazo a la presencia militar extranjera en la región).
La nota del WSJ apareció en vísperas de la aplazada visita a China del secretario de Estado estadounidense Antony Blinken, actualmente en Pekín, donde se ha entrevistado con Xi Jinping; pero el Gobierno cubano reaccionó como el popular sonero Ñico Saquito con su afamada canción “Adiós, compay gato”, cuya letra viene como anillo al dedo del patinazo tardocastrista.
La popular tonada dice: “El gato caza el ratón/ el ratón se come el queso/ el queso lo da la leche, la leche la da la vaca/ la vaca tiene dos tarros/ ¡ay, ay, lo mato…!”.
El Partido Comunista de Cuba, la dirección de Inteligencia y la Cancillería ―como la mayoría de las instituciones oficiales cubanas― han sufrido un acusado deterioro en contraste con antecesores ―incluido el padre del vicecanciller Fernández de Cossío― que sabían por dónde le entraba el agua al coco y crearon equipos de trabajo profesionales, como los de Estados Unidos (Inteligencia), Medio Oriente y Multilateral (MINREX) y América (Comité Central).
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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