LA HABANA, Cuba. — La insistencia de los principales dirigentes del régimen para que los jóvenes realicen sus proyectos de vida en Cuba no es más que un acto de cinismo.
Esos dirigentes saben de la inviabilidad de poder realizar un proyecto de vida en un país con una economía de rompecabeza cada vez más difícil de armar, una inflación galopante, apagones de varias horas, un transporte público del Medioevo, un sistema hidráulico que mata de hambre y sed, un sistema de salud pública de supervivencia y una higiene de letrina y vertedero.
Con sus hijos a buen recaudo en el exterior, esos dirigentes pretenden que, en medio del caos que originaron con sus políticas desastrosas, los hijos de los cubanos de a pie realicen sus proyectos de vida.
Marino Murillo, el súpereconomista que diseñó la Tarea Ordenamiento y que luego de que esta fracasara lo enviaron a dirigir TabaCuba, está seguro de que el futuro se encuentra detrás de los mostradores de las mypimes y en el mugido de un buey que tira por un terraplén de una carreta cargada de pasajeros. Piensa que de los eternos baches y de los escombros de los edificios derrumbados emergerá, como por arte de magia, la solución de los problemas del país. Entonces, ¿por qué la hija del compañero Murillo se fue a vivir a Tampa?
¿Cómo es posible que Ramiro Valdés, un comandante de la revolución, uno de los promotores de la resistencia creativa, de las potencialidades del casabe y la cáscara de boniato y de la importancia del uso de la coa aborigen para la agricultura cubana, permitió que sus hijos, como dijera Rubén Darío, se fueran para no volver?
Es tanta la doblez del discurso oficial, tanta la demagogia y la hipocresía, que ya no convence a nadie.
Los jóvenes cubanos no creen en promesas falsas ni soportan que les sigan pintando un futuro de prosperidad que saben no llegará mientras dure este régimen. Por eso se siguen yendo, como sea y adonde sea. No quieren que se frustren sus vidas, como pasó con la de sus padres y abuelos, que se quedaron con sus sueños guardados en gavetas con telarañas y los diplomas, con cagadas de moscas, colgados en la pared.
No quieren repetir las historias demenciales de sus progenitores: ingenieros vendiendo cucuruchos de maní o rositas de maíz en un parque; profesores universitarios, licenciados en matemática o química, que se ganan la vida haciendo de payasos en fiestas infantiles; médicos y sicólogos que se ganan la vida como barberos, camareros de cuchitriles, cargando maletas en un hotel o revendiendo la cuota de cigarros que le asignan por la libreta de abastecimiento.
¿Cómo no van a querer irse del país esos jóvenes que no hallan opciones aquí cuando se enteran que se fueron los peloteros Lourdes Gurriel, Víctor Mesa y Lázaro Vargas, con toda su parentela y hasta el gato? ¿Cómo no van a preguntarse qué rayos hacen ellos en Cuba cuando cada día se enteran por las redes sociales que “se quedó afuera” otro deportista, incluso algunos campeones; otro actor, otra actriz, otro músico, incluso ganadores del Premio de la Cultura Nacional o del Grammy Latino? ¡Si se van hasta los hijos de los dirigentes, pese a todas las prebendas de que gozan!
Pero los dirigentes de la continuidad, que siguen engordando gracias a la resistencia creativa, los sacrificios y la impotencia de muchos y el oportunismo de quienes aplauden y se hunden más en la porquería, no dejan de moralizar y acudir hasta al chantaje para que los jóvenes realicen sus proyectos de vida en Cuba.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.