LA HABANA, Cuba.- Cuando en 1903 declararon el danzón baile nacional por decreto, ya el son se había infiltrado en las venas de toda Cuba. Excluido de los grandes salones, relegado a espacios de menor lucimiento donde se reunía un público variopinto, se perfeccionó ampliando o modificando su formato sonoro, aportando una riqueza melódica inigualable y letras de refinado coqueteo, picaronas, dolorosas, hilarantes, amorosas.
El son es el alma de Cuba, más metido en ella que cualquier olor, sabor o ideología. Cultores ha tenido cientos, muchos de altísimo calibre, admirables y osados según la época en que les tocó hacer música. Indudablemente la lista de elegidos sería extensa; así que, por el momento, vamos con cinco que hicieron historia, dejando una huella indeleble en la memoria y el corazón de millones de cubanos, dondequiera que estén.
Trío Matamoros: Siro, Cueto y Miguel
Dos guitarras, claves, maracas y voces. Era todo lo que se necesitaba para ponerle sabor al montuno y darlo a conocer a nivel internacional. Melodías sencillas y cierta complejidad armónica fueron el mejor soporte para canciones que exudan cubanía, como los clásicos “La mujer de Antonio”, “Lágrimas negras” o “Son de la loma”. Un trío de cantantes y compositores que permaneció unido por treinta y cinco años, imprimiéndole al son una sonoridad distintiva, preludio de lo que vendría después.
Ignacio Piñeiro y su Septeto Nacional
Ignacio Piñeiro y su Septeto Nacional introdujeron una de las primeras modificaciones al formato instrumental del son. Bongoes, contrabajo y trompeta se incorporan para hacerlo más rítmico. El son adquirió soltura y contoneo que, aún discretos, escandalizaron a más de uno. El septeto fue un paso decisivo en el desarrollo del género, no solo desde los puntos de vista estilístico y tímbrico, sino pensando en el bailador, que se convirtió en una parte importante durante las presentaciones. El Septeto de Ignacio Piñeiro solía hacerse acompañar de una pareja de bailadores que mostraban los pasos y figuras.
Arsenio Rodríguez y el Conjunto
Tres trompetas, piano y tumbadora llegaron para darle mayor personalidad y riqueza armónica al son, tal como lo concebía el talentoso tresero nacido en Matanzas. Gran sonero donde los haya, dotado de un oído excepcional, devoto de las guarachas y los montunos, Arsenio hizo del conjunto un laboratorio de música cubana donde confluían todas las formas de hacer son tradicional, con aires danzoneros y amagos rítmicos que eventualmente derivarían hacia el mambo y el chachachá.
Benny Moré, “El Bárbaro del Ritmo”
Poco queda por decir del genio de Lajas (Cienfuegos), el sonero mayor, el que quería hacer música “como le sonaba en la cabeza”, y le sonaba a lo grande, con toda la fuerza de una jazz band. El Benny llevó el son a los grandes salones con su hermosa y potente voz donde cabían montunos, guarachas, boleros, mambos y chachachás. Llevó dentro de sí toda la música cubana de los años cincuenta. Sus sones, perfectos, tienen un ritmo tan sabroso y marcado que hoy, después de tanta salsa y timba, son bailados donde quiera que suenen.
Celia Cruz: la Reina de la Salsa
La mejor cantante en la historia del género. Bendecida con una voz ideal para interpretar la música popular; pero además con sandunga, carisma y una personalidad arrolladora, Celia es un ícono para los nacidos en la mayor de las Antillas. La dama “Azúcar” se hizo una estrella con la Sonora Matancera, pero su versatilidad como cantante le aseguró una carrera en solitario que, a pesar del atroz olvido en que intentó hundirla Fidel Castro tras su exilio en Estados Unidos, hoy es reconocida por todos los cubanos como patrimonio cultural de la nación.