LA HABANA, Cuba. – Nadie recuerda cuántas veces se ha levantado el piso del Boulevard de San Rafael. Las reparaciones se hacen eternas y el escepticismo se vuelve una constante entre la gente y los trabajadores de las obras.
“No solo es el polvo, la bulla y la locura, sino los cambios constantes de planes”, denuncia una de las cuentapropistas que ha rentado lo que antes fuera un mercado industrial-artesanal donde se vendió por mucho tiempo ropa reciclada.
Según cuenta la mujer, todos los miércoles visita la zona algún funcionario del partido anunciando la construcción de varias obras sin que a nadie le quede claro cuál es la idea concebida para ese espacio público.
“No sé si con las reformas sobremos nosotros también”, explica la cuentapropista, quien asegura que hay temor entre los trabajadores que ocupan esas tiendas que, supuestamente, se convertirán en restaurantes o locales que se prevé desaparezcan.
Según se dice, en el parque Fe del Valle, donde están ubicadas las antenas para la wifi, cortaron casi todos los árboles y la caída de un tronco provocó la muerte de un adolescente el año pasado.
“Ahora aquí no hay quien esté. La concretera sonando; la conexión cada vez más mala, aunque viene menos gente; el Sol insoportable; los pulidores del piso que no sé qué pulen si hay tremendo huecos todavía”, comenta una usuaria de Internet a quien le resulta imposible comprar un paquete de datos.
“Tengo que morir en la wifi”, asegura.
En el Boulevard de San Rafael “los pulidores” hacen su trabajo aun cuando quedan pendientes arreglos de mayor importancia, de ahí a que muchos critiquen la incoherencia en el orden de las reparaciones, mientras que otros alegan la posibilidad de que se esté “lavando dinero” a costa de las obras.
“Empecé a trabajar aquí en el 2005 y desde entonces se ha levantado el piso 6 veces” cuenta una trabajadora del Centro Cultural Literario Habana. “Creo que ahora sí le haremos honor a nuestro nombre”, dice la mujer, quien reveló, orgullosa, que en el primer piso del local se habilitará un café literario; en el mezanine la librería; en el tercero, que antes estaba en desuso, promoción del centro provincial del libro; y en la azotea, un mirador”.
Pese a la ilusión por el proyecto, la mujer no sabe si formará parte del mismo.
Dicen algunos que, de las seis veces “que se ha levantado el piso”, las tres últimas han sido en un año y nunca se le ha dado un acabado a la obra.
Pusieron y quitaron mesetas con plantas, bancos para sentarse, adoquines. No se sabe en qué va a terminar esto, si es que por fin lo terminan y no les da por levantar el piso de nuevo cuando parezca”, dice un caminante.
En la esquina Amistad, al lado de los antiguos cines Rex y Duplex, habrá un restaurante de lujo “porque dicen que los extranjeros se quejan de que no tienen a dónde ir”, anuncia uno de los trabajadores de la construcción, quien, instintivamente, señala quiénes serán los beneficiados por las modificaciones de una de las calles más populares de la Habana. Lo mismo dicen que sucederá con el Bazar Francés.
Frente a esa misma esquina, una vendedora de ropa tiene miedo de que les cierren el negocio. “El dueño está haciendo la fuerza porque nosotros lo que vendemos es ropa y tú sabes que eso aquí está prohibido”, cuenta.
A la tienda Dominó casi no le entra mercancía. “Imagínate, no sabemos si entramos en el nuevo plan, estamos tirando con lo viejo que teníamos” comenta una de las tenderas mientras ríe del nombre que tendrá el nuevo mercado. “Pinocho, saca tus propias conclusiones”. El impreso del proyecto anuncia que habrá estantes repletos de comida, como si Cuba no estuviese en plena crisis económica.
Inauguraron un joven club solo para juegos en línea. La arcada y la farmacia cambiaron la imagen para ofertar lo mismo. Habrá también una inmobiliaria llamada Insamble. En el MAI Guamá hay una mezcla de cafetería, cuentapropistas y Estado vendiendo productos de limpieza, comida y ropa, todo en el mismo lugar. Al costado del Gran Teatro de La Habana, la única cuadra que parece haberse terminado conserva una de las pocas tiendas Caracol que quedan; tiene el centro cultural BuleBar66, la barbería, Salón Rojo, la heladería La Calesa y un hueco enorme en la esquina de la calle Consulado.
“El boulevard es la historia de la chapucería en Cuba”, se burla Alejandro, un joven que vende gafas y tenis de forma ilegal. “No sé qué va a pasar, pero lo único, lo más auténtico, lo que trajo el barco, somos nosotros y ellos”, dice el hombre mientras señala a los policías que ocupan cada una de las equinas del lugar. Alejandro también se menciona a sí mismo entre los vendedores más exitosos de zapatos, ropa, discos, tabaco y de cualquier otra cosa que se ande buscando.