LA HABANA, Cuba. – Roberto de Jesús Quiñones ya está en la prisión donde pasará la sentencia dictada por jueces que cumplen al pie de la letra las instrucciones, en este caso elaboradas en las oficinas del alto mando del Ministerio del Interior.
No se presentó el día 5 de septiembre, en las puertas del Combinado Provincial de Guantánamo, tal y como se le había comunicado. Prefirió quedarse en su casa y esperar que tres policías vinieran a buscarlo en la tarde del 11 del presente mes. Quiso, hasta última hora, mostrar su desacuerdo con la injusta sanción de un año de trabajo correccional con internamiento por los presuntos delitos de Desobediencia y Resistencia.
De Quiñones guardo en mi memoria la conversación telefónica que sostuve con él el pasado día 4. Pude conocer de primera mano la fortaleza de sus convicciones y el convencimiento de su inocencia ante la medida aplicada por los represores. Si mal no recuerdo apenas nos hemos visto un par veces, a causa de la distancia entre La Habana y Guantánamo, las ciudades donde residimos, no obstante, eso nunca será obstáculo para mantener mi solidaridad durante el siempre angustioso confinamiento, en unas de las prisiones de mayor rigor de la amplia red de centros penitenciarios existentes a lo largo y ancho de la Isla.
Según prescribe la sanción, el conocido periodista, abogado y escritor, estará sujeto a realizar trabajos forzados durante su estancia en una prisión de la cual fui huésped desde abril de 2003 hasta septiembre de 2004.
Pienso en la azarosa convivencia con reos comunes, algunos muy peligrosos, en el agobio de las noches oscuras, en la pésima alimentación, la calamitosa atención médica, el baño con agua mohosa y las perturbadoras nubes de mosquitos.
Nada o casi nada ha cambiado en esa geografía del espanto. He leído reportes, más o menos recientes con las mismas incidencias que tuve que padecer y que ahora tendrá que soportar mi colega.
En esos antros el tiempo usa botas de hierro. Avanza en cámara lenta y algunas veces parece que el movimiento es un espejismo.
El año que Quiñones estará confinado, tendrá el valor de quizás 24 meses, o más, y lo peor es que su salud se quebrante a causa de las duras condiciones. Es un hombre que sobrepasa la barrera de los 60 años de edad y por tanto sujeto a sentir con mayor rigor el impacto de las dificultades.
De vez en vez, repaso en mi memoria aquellas escapadas al otro lado de la celda, montado en la grupa de algunos de los poemas que escribía aprovechando la luz solar que entraba por la ventana de barrotes. En la noche, era casi imposible a no ser mediante enormes esfuerzos visuales bajo el débil resplandor de una bombilla, empotrada en la parte superior de la puerta de hierro semitapiada.
Es casi seguro que Quiñones burlará el cerco del tedio y la mirada hosca de los carceleros, oculto tras uno de esos poemas que escribe con tanto acierto como lo hace en la redacción de un reportaje periodístico, una crónica o un cuento.
Es un artista de la palabra y el fiel acompañante de una causa justa. Una combinación que engrandece su ejemplo ante sus colegas y su familia.
Más allá de los retos que enfrenta en los predios del Combinado Provincial de Guantánamo, Quiñones es un hombre libre. No es una metáfora, se trata de una evidencia palpable.
Salió del redil sin pedirle permiso a los capataces. Se quitó los atavíos del miedo y dijo basta.
Muchísimos intelectuales, escritores y artistas, vinculados a las instituciones oficiales, que están aparentemente en libertad, siguen atados a las cadenas de la doble moral, frente a los espejos de su cobardía.
En fin, muriéndose a plazos en sus celdas de castigo, aunque se esfuercen en demostrar lo contrario.
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