LA HABANA, Cuba. – Recientemente, en el programa televisivo Con dos que se quieran, que ya va por su tercera temporada y donde cada semana entrevista a un invitado —generalmente amigos suyos o personas a las que admira—, Amaury Pérez, que últimamente suele mostrarse abierto y liberal siempre que no se vea afectada su devoción por Fidel Castro, mostró una faceta hasta ahora inédita de su controvertida personalidad: la de censor cinematográfico.
Al entrevistar a Lola Calviño, la vicedirectora de la Cinemateca de Cuba y viuda del director Julio García Espinosa, Amaury Pérez juzgó severamente a las películas cubanas de las dos últimas décadas por el panorama que reflejan de marginalidad y pobreza en todos los sentidos.
Amaury Pérez indicó que lo agotan, lo disgustan, lo deprimen esas películas. ¿Qué memoria dejarán de este tiempo?, ¿qué imagen de Cuba dan esas películas?, se preguntó el inefable Amaury Pérez, y él y su invitada arribaron a una respuesta obvia: la imagen de un país en destrucción.
¿Y acaso no es exactamente así? No para Amaury Pérez, que parece creerse el cuento de que nos encaminamos a todo trapo, entre aplausos atronadores, entusiasmados y felices, hacia un socialismo próspero e inclusivo.
Amaury Pérez, ante el panorama del cine cubano actual, que le resulta desolador, agobiante, echa de menos las comedias de los años 80, como Se permuta, Plaff y Los pájaros tirándole a la escopeta. ¿Preferirá esas comedias a Suite Habana de Fernando Pérez, Vestido de novia de Marilyn Solaya y Conducta y Los dioses rotos, de Darana?
De mala gana tuvo que asimilar Amaury Pérez la explicación de Lola Calviño de que las películas de los últimos 30 años reflejan otras circunstancias, otro tiempo y otro país bien distintos.
Lola Calviño, que conoce bien los entresijos del ICAIC (muchos opinan que mereciera ser la directora de la Cinemateca), se mostró tolerante y comprensiva con el cine independiente, y Amaury Pérez le dijo, casi en tono de reproche que era “demasiado generosa por concederle el beneficio de la duda” al realizador (que no nombraron) al que hace unos meses le censuraron una película por insultar a José Martí. “A Martí que no me lo toquen”, exclamó patrióticamente indignado el habitualmente dulce Amaury.
¿Querrá Amaury Pérez, además de componer, cantar y conducir un programa televisivo, blandir la lupa y la tijera de censor de películas?
Amaury Pérez añora el ICAIC de los años 60 y 70 que regía marxistamente Alfredo Guevara, en concordancia con el Departamento de Orientación Revolucionaria. Aquel ICAIC que con sus películas epopéyicas y apologéticas y los documentales y noticieros de Santiago Álvarez, recordaban la cinematografía de la UFA, hecha a la medida del Departamento de Cine, una de las nueve divisiones del Ministerio de Propaganda nazi que dirigía Goebbels. Solo que en cuanto a calidad, Santiago Álvarez distaba mucho de Leni Riefenstahl.
Resulta preocupante la insistencia de Amaury Pérez en hacer público, en la TV, su escepticismo y desdén respecto al cine independiente, que mostró no solo en la entrevista a Lola Calviño, sino también en un programa anterior donde entrevistó al fotógrafo Rafael Solís.
El director Enrique Álvarez, en una carta abierta a los cineastas cubanos que publicó en su cuenta de Facebook, alertó de las críticas de Amaury Pérez contra la Escuela Internacional de Cine y Televisión y el nuevo sistema que implementa el ICAIC. Suspicaz, se preguntaba: “¿Qué fuerzas oscuras se ocultan detrás de la línea editorial de un programa que reitera los prejuicios de su conductor hacia las películas cubanas de los últimos años?… ¿A qué casualidad o causalidad responde que estos programas sean emitidos en el mismo momento en que el ICAIC y el ICRT realizan encuentros con los cineastas para naturalizar todo este proceso?”
Amaury Pérez no se aventuraría jamás a contradecir los designios oficiales con una opinión suya, y sí se prestaría para cualquier artimaña, basta que se lo pidan. Pudiera estar sirviendo de mensajero de los comisarios retranqueros que con el decreto 349 a mano, quieren poner traspiés y maniatar a los realizadores cinematográficos independientes, justo ahora, cuando pujan por romper las ataduras y ser independientes de verdad (o hasta donde se puede).
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