LA HABANA, Cuba – El capitalismo vergonzante que, “lineamientos” mediante, se construye ahora en Cuba, confronta –entre otros muchos– un serio problema: las dificultades que las grandes marcas internacionales enfrentan para poder insertarse en el nuevo contexto antillano y hacerlo con siquiera un mínimo de seriedad, manteniendo el prestigio ganado a escala planetaria.
Recuerdo, por ejemplo, haber consumido hace algún tiempo un supuesto helado de almendras de la conocida marca Nestlé. Tenía un sospechoso sabor a semilla de mamey. Me sentí estafado. Era evidente que se había producido un escamoteo; pero en medio del desastre en que está sumida la economía del país, uno no atinaba a fijar las responsabilidades.
¿Correspondería la culpa a un administrador corrupto dispuesto a medrar con su puesto? ¿O los malhechores serían trabajadores simples deseosos de completar sus ridículos salarios –menos de un dólar diario, al cambio oficial– con ingresos adicionales mediante la venta de la codiciada nuez? En el ínterin, el que sufría –aparte de los usuarios, claro– era el buen nombre de la prestigiosa marca de origen suizo.
El quid del asunto es que, conforme a las normas que rigen la inversión extranjera, las compañías foráneas deseosas de establecerse en Cuba, deben hacerlo en sociedad con el Estado. Es por esa vía que todos los vicios inherentes al ineficaz sistema imperante se transmiten a las sucursales de esas entidades en nuestro país y a las empresas mixtas.
Algo parecido ha sucedido ahora con el acreditado servicio de mensajería DHL. En su sitio-web, esta marca proclama tener una “cobertura mundial” y realizar sus “entregas en tiempo”. ¿Pero es eso cierto también en Cuba? A juzgar por la situación confrontada por al menos uno de sus usuarios, no parece ser ése el caso.
Se trata de un miembro prestigioso de la verdadera sociedad civil de la Isla: el reverendo Mario Félix Lleonart Barroso, pastor bautista de Taguayabón, en el villaclareño municipio de Camajuaní. En su caso, la referida compañía tardó más de la cuenta en hacerle entrega de un paquete enviado a él desde Buenos Aires el pasado 9 de octubre.
Para beneficio de los desconfiados, aclaro ante todo que no pretendo que ese servicio de mensajería –u otro cualquiera– esté por encima de las leyes que rigen en un país determinado. Por supuesto que si un envío fuera utilizado para –digamos– trasladar drogas, es natural que las autoridades correspondientes lo intercepten, retengan y decomisen.
Pero –obviamente– no es ése el caso que nos ocupa. Lo remitido a Mario Félix fueron unos documentos que, en estos tiempos de correo electrónico, la cautelosa legislación argentina exige que sean presentados originales para que un consulado de esa nación expida una visa. Ése es el trámite que él necesitaba realizar para poder cumplimentar una invitación recibida del país austral.
Y aquí surge de modo natural la pregunta: ¿Qué ilegalidad puede existir en esa papelería! En el ínterin, el clásico “peloteo” –una de las creaciones más auténticas de la burocracia comunista– se entronizó también en la versión cubana de la internacional DHL.
A primera hora del 27 –fecha fijada para la entrevista en el Consulado Argentino–, en la sede habanera de la compañía, le informaron al pastor Lleonart que constaba la recepción de su envío en Cuba desde el 14 (¡casi una quincena antes!), “pero por alguna razón todavía no se había despachado”. En definitiva, el paquete fue entregado sólo el 30 de octubre.
En resumen: pese a los anuncios triunfalistas colgados en Internet, pasaron ¡tres semanas! desde que el remitente pagó a precio de divisas el servicio en Buenos Aires hasta que lo enviado llegó a manos de su destinatario. Y en el ínterin: ¿En qué quedó la “entrega en tiempo” de la que alardea la propaganda? ¡Y qué decir del prestigio de la compañía involucrada!
El mencionado servicio de mensajería ha sufrido el mismo sino de las restantes empresas extranjeras que desean alcanzar el dudoso privilegio de actuar en Cuba. Para poder hacerlo, tienen que involucrarse en el lamentable tinglado de ineficiencias y complicidades que son consustanciales al desastroso sistema económico que impera en el país.
Y mientras tanto, el reverendo Mario Félix se complace con que, aunque con una injustificable demora, recibió la papelería enviada desde Sudamérica y, después de perder una primera cita en el Consulado Argentino por falta de documentos, pudo en definitiva gestionar la visa.