LA HABANA, Cuba. – Que la población decrece y la emigración aumenta sostenidamente no es novedad. La incógnita está en quiénes y cómo permanecerán para rehacer Cuba. Destruir es fácil, pero como demuestra la historia reciente de la agroindustria azucarera, restituir los logros productivos del pasado es casi imposible.
Los ancianos y quienes no pudieron o no quisieron abandonar el país tendrán que realizar titánicos esfuerzos, para lo que será indispensable el secular entusiasmo de los cubanos, solo alcanzable mediante la libertad para desplegar sus capacidades y creatividad. Pero Cuba será otra porque muchos habrán desconocido las tradiciones, los valores morales y la educación formal, que resultarán muy difíciles de crear.
Los daños antropológicos son inmensos. Las personas que se queden heredarán la obsolescencia de las industrias, hoy muy evidentes en las agónicas termoeléctricas, que no recibieron los mantenimientos pertinentes sino el corrosivo petróleo nacional. También se quedarán sin agricultura y sin productos para exportar. Tendrán que crear liquidez, al tiempo que intenten revalorizar el peso cubano y los salarios y revertir la inflación, para lo cual tendrían que eliminar todo el andamiaje del sistema económico planificado y ordenado meticulosamente en una macabra telaraña.
Cuba tenía 11 105 814 habitantes en 2021, unos 7 401 menos que en 2020. Hubo 99 096 nacimientos y 167 645 defunciones. El Gobierno promueve elevar la natalidad a 2,1 hijos por mujer, que actualmente es de 1,45. El 21% de los cubanos tiene más de 65 años de edad, con una esperanza de vida de 76,5 años los hombres y 80,45 las mujeres.
El 77,1% de la población es urbana, lo que explica la carencia de fuerza de trabajo para las siembras de caña, café, tabaco y otras, lo cual no mejorará mientras no se libere al campesino, se entreguen más tierras, se permitan las ganancias acordes con el trabajo y se eliminen las largas demoras en el pago de las producciones contratadas por las entidades estatales.
El desmontaje de los centrales azucareros destruyó la fuente de empleo, lo que provocó el éxodo de personal capacitado y obreros, así como aniquiló los bateyes. Las duras condiciones en las montañas y los bajos salarios hicieron bajar a los caficultores. Muchos ejemplos más podrían citarse.
Los cubanos afrontan escasez de medicinas y alimentos y padecen prolongadas colas para adquirir muy limitadas cantidades de productos esenciales, cortes de electricidad de cuatro a 12 horas diarias, salarios muy deprimidos y elevada inflación, sin esperanza de solución a mediano plazo.
La represión se ha incrementado después de las protestas espontáneas el 11 de julio de 2021. Estas circunstancias han exacerbado las ansias de abandonar el país hacia Estados Unidos. En los primeros ocho meses del año fiscal en curso llegaron 140 602 migrantes cubanos a costas estadounidenses, según el Departamento de Aduanas y Protección de Fronteras del país norteño. Se espera que, para septiembre de 2022, el número alcance las 150 000 personas. Esto sería el mayor flujo migratorio de la historia cubana, por encima de los 125 000 balseros del Mariel, en 1980.
El Gobierno cubano favorece ese éxodo con la exención de visado concertada con Nicaragua, para aliviar la presión social y recaudar las remesas que los migrantes envían a sus familiares, aunque culpa solamente a Washington por el embargo y la cancelación de la entrega de las 20 000 visas anuales acordadas con el presidente Clinton.
Los cambios pacíficos son imprescindibles, así como la participación de todos los cubanos de adentro y de afuera.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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