LA HABANA, Cuba. Todo lo que comienza acaba, lo malo es que en algunas ocasiones eso que comienza hace un camino demasiado largo para llegar al final esperado. Y es que hay cosas en esta vida, y sobre todo en este país, que remolonean, y otras que remolinean, antes de llegar al “se acabó”. Acá, en esta isla, se remolonea y se remolinea, y en eso el país y su gobierno merecen un cum laude. Una prueba de esas dilataciones cubanas fueron las últimas sesiones de “trabajo” de la Asamblea Nacional.
Y con esos parónimos; con ese remoloneo y ese remolineo, se puede explicar muy bien lo que aconteció en las múltiples sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Todo fue un volver sobre lo mismo una y mil veces, y algunas veces con voces diferentes. Ya sabemos que nada de lo tratado, nada de lo expuesto, nada de lo “resuelto”, nos beneficia. El remoloneo y el remolineo fue más de lo mismo, una reiteración que ya tiene muchos años de insistencia y sin buenos resultados.
Discursos previamente preparados, intervenciones anticipadamente encargadas, y luego concedidas, aplaudidas. Una muy mala puesta en escena a pesar de los recursos que debieron comprometerse en esa farsa. Todo resultó aburrido; muy “planito” y sin una nota discordante, con una unanimidad de cien por ciento, y todo en comunión. Incluso las tonalidades de las voces, las coloraturas de esas voces, resultaban tremendamente parecidas, de un aburrimiento con tonos de mortuorio. También hubo algunos sermoncillos a los ausentes, a quienes son pueblo y viven fuera de esos cónclaves.
Sin embargo, para mí ocurrió algo interesante, por gracioso y descabellado, y fueron dos de los nuevos ingresos a la nómina de diputados: dos mujeres jóvenes. ¿Y qué tenían de atractivo esos ingresos? Lo atrayente, al menos lo particular, apareció en un detallito de risa, de estentórea carcajada, pero eso lo supe después, cuando alguien me advirtiera de cierta coincidencia que no había yo notado; las dos jóvenes que asumieron sus nuevos asientos de diputadas eran: una la presidenta de la FEU y la otra la primera secretaria de la UJC.
Resulta que esos puestos vacantes en la Asamblea antes estuvieron ocupados, como ahora, por quienes presidieron la Unión de Jóvenes comunistas, UJC, y la Federación Estudiantil Universitaria, FEU. Y esa coincidencia es prueba de que tales asientos no son elegibles, son designados, y más que designados. Quienes los asumen reciben el asientito de “a deo”. Ese taburete solo puede ser ocupado por los sustitutos en el cargo, es decir, el asiento es para el cargo, no para el individuo.
Y así es, lo quieran o no los diputados, pero eso tampoco significa un riesgo porque los diputados conocen muy bien que esas son las reglas, y ninguno se atrevería a negarle el voto y el asiento a quien estuvo designado por la “plana mayor”. Es de esa manera que se consigue la unanimidad, es de esa manera que se logra la ausencia del disenso. Cómo creer en una Asamblea en la que no hay ni un solo desacuerdo, donde las discrepancias brillan por su ausencia.
Y así aceptamos la mentira que es esa “asamblea revolucionaria”, esa mentira que nos carcome la memoria histórica para que no seamos capaces de cuestionar. Con tales procedimientos electivos se garantiza que aunque algunos nos indignemos serán muchos más los que acepten resignados. Es así como el comunismo cubano ha ido deformando nuestro pensamiento, con resignación y silencio. Así aplaudimos la exclusión de la que muchos, la gran mayoría, somos víctimas.
El comunismo cubano, con sus discursos rimbombantes, con su retórica charlatana, hace que muchos aplaudan el compromiso que se les exige a la fuerza, el dogma que se nos impone. Las asambleas esperan reacciones obedientes. Las asambleas precisan aplausos y arrodillamientos, devotas postraciones. El discurso oficial está concebido para que reine la hipocresía. La verdad no importa si aún se puede resolver con la mentira.
La nueva primera secretaria de la UJC y la también recién estrenada presidenta de la FEU supieron desde que le fueron asignados esos puestos que también tendrían, y prontísimo, un asiento en la Asamblea Nacional, porque lo uno viene convoyado con lo otro, porque ambos son “simétricamente coincidentes”, solo que esas coincidencias no son casuales, porque la casualidad es imprevista y sus causas no son tan visibles, ni reconocidas con antelación.
Las casualidades no son predecibles, como sí ocurre con los asientos de la Asamblea Nacional del Poder popular, donde hay nombres, y jefes de organismos políticos que estarán en la nómina sin contrariedad alguna. También hemos asistido, durante más de sesenta años, a algunos “procesos de elección” en los que reconocimos las señales, el mensaje y también a los mensajeros que anunciaban lo que sucedería, lo que se quería que sucediera, aún a riesgo de que se hicieran visibles las torpezas del poderoso mensajero, como ocurrió hace solo unos días, como ocurre desde hace algo más de sesenta años. Así que como dijera alguien, de quien no recuerdo el nombre, “la sorpresa constante no sorprende”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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