LA HABANA, Cuba. – Fabián le ha pagado a su jefe por no trabajar. Es contradictorio pero funciona así en algunas empresas estatales, más en los meses de verano o durante las festividades por fin de año en que el sector estatal pareciera ahondar más en ese letargo improductivo que lo caracteriza. Pero Fabián, aunque pudiera parecerlo, no está pagando por ser un vago sino por aprovechar mejor su tiempo. Al menos eso es lo que dice.
No existe un monto específico para ese tipo de soborno pero, en más de una ocasión, he escuchado hablar de personas que han llegado a pagar el equivalente a 100 dólares o más para que el jefe de Recursos Humanos arregle la documentación y reporte como vacaciones o licencia por cuestiones médicas, períodos de ausencia de un mes, incluso a perpetuidad.
Pero Fabián apenas ha pagado unos 10 dólares para que el jefe inmediato le “cubra las espaldas” mientras desaparece durante esa semana en que viajará a Viñales para visitar a la familia y de paso ver si “se le pega alguna pincha”.
Su jefe de brigada, en una empresa constructora, firmará por él en el registro laboral e intentará que todo transcurra sin mayores consecuencias, algo nada difícil de lograr pues, como afirma el propio Fabián, con quien conversé casualmente en la calle, en los meses de verano “no se dispara ni un chícharo”, es decir, no se hace absolutamente nada, pero te obligan a ir a la empresa desde las 7 y 30 de la mañana hasta las 5 de la tarde solo para justificar el pago de salarios pero, como él mismo sospecha, quizás sea parte de una estratagema del propio jefe para que los otros obreros tomen ejemplo y “aflojen” el dinero.
Casi todos son albañiles, electricistas y plomeros de los que se sabe obtienen la mayor parte de sus ingresos no del trabajo legal sino de pequeñas contrataciones en casas y negocios particulares que ejecutan durante ese extenso “tiempo libre” del empleo estatal, cuya mayor utilidad, además de esa y el salario fijo mensual, es la obtención (también sustracción) de materiales de construcción y herramientas sin ningún tipo de costo o, al menos, pagando por esos insumos que están ausentes en los comercios del Estado.
Así, pagar 10 dólares por dejar de trabajar una semana pudiera ser visto como una “inversión”, más si en ese período lograra algún “trabajito” de albañilería.
Sería también el caso del joven Yunior, graduado de informática en 2018 y que aún estuviera en ese proceso de “adiestramiento laboral” al que está obligado por la ley, durante dos años, de no ser porque logró saltárselo olímpicamente, gracias a un acuerdo similar al de Fabián.
Yunior dice haber pagado unos 600 dólares por librarse del llamado “servicio social”, por el que apenas cobraría el equivalente en moneda nacional a unos 14 dólares mensuales, de modo que él estaría desembolsando mucho más de lo que lograría reunir como trabajador.
“No tuve que hacer nada. El mismo jefe de personal me dijo que él podía hacerlo (…) ese mismo día que me presenté con la boleta que me dieron en la facultad”, afirma quien no le dio demasiadas vueltas a la propuesta pues, vendiendo y arreglando celulares y laptops en un negocio privado, desde mucho antes de graduarse, suele ganar de manera limpia entre 800 y 1000 dólares al mes, algo que continuará haciendo pero ya con licencia de trabajo y, sobre todo, con el certificado de que cumplió con el servicio social.
“A no ser en un lugar o en una plaza donde sería muy visible, creo que en todas las empresas (estatales) está pasando lo mismo”, afirma Sergio Martí Figueras quien, antes de jubilarse en 2016, trabajara como especialista en la dirección de Recursos Humanos de varias empresas estatales.
“En cuanto se gradúan ves a los padres o a los mismos muchachos buscando el dinero para no pasar el servicio social o también para comprar una buena ubicación (laboral) (…), algunos llegaban y te lo soltaban así, como si fuese muy normal, es normal, y era una situación difícil por el fraude pero además porque les estabas haciendo un daño (…), primero porque los tenías dos y tres años perdiendo el tiempo (…), a veces no había el tal periodo de adiestramiento, era ponerlos a perder el tiempo solo porque están ahí unas cuantas plazas para adiestrados pero en realidad no hacen falta; por otra parte, la mayoría eran jóvenes que ya tenían o una beca (en el extranjero) o querían irse y el servicio social era un obstáculo (…), era un crimen verlos perder dos años haciendo nada útil, esa era una de las cosas que no me gustaba de mi trabajo, decirles que no y quedar como un malvado”, afirma Sergio con verdadero pesar.
Algo similar está sucediendo con los jóvenes cubanos que son llamados al Servicio Militar o con aquellos que desean acceder a un buen empleo, sobre todo en el turismo, pero para ello deben mostrar constancia de estar desmovilizados o de ser considerados “no aptos” para el ejército.
Aunque no estarían pagando por “no trabajar”, sí lo hacen por sacarse de encima otro de los tantos escollos que les afectan en los planes de realización personal. Proyectos que, para los jóvenes, muy pocas veces se encuentran ligados a las escasas opciones de empleo que ofrece el sector estatal, con regímenes laborales opresivos, ambientes demasiado politizados y salarios extremadamente bajos.
“Se está pagando por no pasar el servicio militar”, reconoce un funcionario de uno de los llamados “Comité Militar” de una localidad en Arroyo Naranjo, municipio de la capital cubana.
“Cada año es más difícil lograr que un muchacho entre al servicio porque muchos llegan con certificados médicos o te dicen a la cara que son maricones, que les gustan los hombres y eso los elimina al momento (…) y están los padres que pagan por que el hijo no sea llamado al servicio, porque les extravíen los papeles (…), hay todo un negocio con eso”, asegura el funcionario que, a pesar de aceptar la existencia de casos de corrupción, dice no conocer de hechos concretos ni haber recibido propuestas similares.
No obstante, el joven Elvis, del mismo municipio que el funcionario, sería uno de esos adolescentes cuyos padres, al cumplir los 16 años, le “regalaron” la baja militar por problemas médicos, al pagar un soborno de unos 500 dólares por un falso chequeo clínico, aún cuando el chico está totalmente sano.
“Y cuando termine la universidad voy a ver cómo le consigo lo del servicio social, así me lo puedo llevar en cuanto se gradúe”, comenta con evidente malestar el padre de Elvis quien ya hiciera lo mismo con el mayor de sus hijos.
“Es absurdo pagar para que los hijos no trabajen pero es que uno sabe que (un trabajo estatal) no les va a resolver la vida, que es otra realidad y uno no puede estar ciego (…). No es criar vagos, todo lo contrario, es tratar de que no te lo conviertan en un inútil. ¿Para qué hacerles perder el tiempo como nos lo hicieron perder a nosotros? ¿Cuál es el fin?”, me pregunta este señor y, sin poder ofrecerle una respuesta que calme su enojo, solo atino a encogerme de hombros.
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