LA HABANA, Cuba.- A finales del siglo XIX fueron los altos líderes políticos estadounidenses quienes no quisieron que Cuba se anexara al gigante del norte. Sobradas razones tenían, razones que jamás quisieron reconocer Fidel Castro, ni los historiadores de hoy, fieles a sus kilométricos discursos contra Estados Unidos.
En las páginas de Granma, René González Barrios, presidente del Instituto de Historia de Cuba, al referirse a los jefes militares yanquis que lucharon por Cuba, los acusa de chovinistas y racistas, e incluso menciona una carta de Shafter, dirigida a su madre, donde le dice: “Todos los que hemos conocido aquí son negros sucios detestables, que se comen nuestras raciones y rehúsan trabajar¨. Además señala cómo oficiales y corresponsales de guerra norteamericanos tacharon a los cubanos de cobardes e irresolutos, de indisciplinados y hasta de poco caballerosos.”
Mucho más que eso dijo Raúl Castro en su discurso del 7 de julio de 2013, ante la Asamblea Nacional, cuando declaró por primera vez que “los cubanos son los únicos en el mundo que no trabajan.” También mencionó “el ambiente de indisciplina que se ha arraigado en nuestra sociedad, sus malas costumbres, la falta de valores morales y cívicos, la inercia de los dirigentes y cómo una parte de la sociedad ve el robo al Estado como algo normal, obstáculos para el progreso de la nación y algo que podría destruir a la Revolución”.
La verdad sobre Leonard Wood
No hay duda de que Leonard Wood, médico y militar estadounidense (1860-1927) es una figura cimera en la historiografía cubana. Como hombre envidiable por su audacia, e incomprendido, este segundo procónsul y gobernador militar en Cuba logró resolver la grave situación imperante en la isla, hecha ceniza y con 300 mil cubanos muertos por la guerra y el hambre.
La misión de Wood en aquellos momentos no fue nada fácil. A pesar de eso, en cierta ocasión, dijo: “Entre los jefes que dominan la política de la isla, no hay ningún sentimiento de gratitud hacia lo que ha hecho mi país por Cuba. Es el pueblo el que se siente agradecido. Nunca ha dejado de estar presente una inclinación extraordinariamente fuerte a favor de la anexión a Estados Unidos.”
En cartas enviadas a su esposa le contó “las terribles condiciones de la isla, el hospital civil abarrotado, los pueblos inhabilitados, las epidemias, los niños pequeños intentando despertar a sus madres muertas o moribundas.”
Pese a todo, Wood se propuso construir una República entre 1898 y 190l, escogió a cincuenta cubanos honrados y eficientes como funcionarios públicos, nombró jueces, fiscales, un tribunal, mandó recoger la basura, limpiar de cadáveres las calles, elevó los ingresos de Santiago, redujo sueldos inmerecidos, construyó carreteras, prohibió el juego y las corridas de toros, procesó a los comerciantes corruptos, contrató a ingenieros para obtener un mejor sistema de aguas, abolió las raciones gratuitas de comida, excepto para los inválidos y luchó sin parar por higienizar a Cuba.
Desunión y mal trabajo
Pero la desunión reinante en la alta jefatura cubana hizo grandes estragos. Ante ese panorama, era lógico que en diciembre de ese año, el Congreso de Estados Unidos pensara que los cubanos no iban a ser capaces de auto gobernarse.
Hoy, ni siquiera son capaces los historiadores castristas de mencionar la valentía de los jefes militares norteamericanos, cuando se enfrentaron por primera vez a una verdadera guerra. Rufus Shafter, por ejemplo, enfermo de malaria y gota no abandonó la manigua.
Sólo dicen, por mezquindad e ingratitud, que “el gobierno de Estados Unidos intervino en la guerra cuando Cuba estaba a punto de derrotar a los españoles”. Algo realmente falso.
No se menciona para nada que en tierras cubanas murieron 223 miembros del Ejército norteamericano, 1243 heridos, 79 desaparecidos y cientos de enfermos.
Ignoran aquellas palabras de Roosevelt cuando dijo: “Hemos ganado a un coste muy alto… Estamos a no mucha distancia de un terrible desastre militar, si bien los españoles hubieran contraatacado, habrían logrado una victoria sustancial.”
La seriedad de una democracia
El 11 de marzo de 1899, el Senado de Estados Unidos analizó la ocupación militar en Cuba y se llegó al acuerdo, según la enmienda del senador Foraker, aprobada por mayoría, de no permitir que se otorgara ninguna concesión comercial con Cuba o ultimar contratos, que impidieran que la intervención no se retirara en el plazo fijado.
La seriedad de Estados Unidos y su ya sólida democracia hizo que se cumpliera con lo acordado. Cuba quedó libre y conocedora de cómo redactar una Constitución y regular, para beneficio de ambos países, las relaciones de amistad.
Por último, el famoso Tratado de Reciprocidad Comercial con Cuba, firmado el 11 de diciembre de 1902, meses después de retirarse Estados Unidos, no sólo sirvió para demostrar que Washington no quería anexión con la isla, sino además, como apunta el historiador Julio Le Riverend, “fue un fuerte estimulante para el desarrollo económico de Cuba”.