LA HABANA, Cuba.- El escritor Rafael Alcides, quien murió en La Habana este 19 de junio a los 85 años, tenía un almacén de novelas y poemas inéditos en su casa. Llevaba más de tres décadas sin que se publicara un libro suyo en su patria. Primero fue porque los comisarios, al no poder someterlo, no querían publicarle. Luego, fue Alcides quien no quiso que le publicaran. Lo dejó claro: dijo que no lo aceptaría hasta el día en que sus libros pudieran estar en las librerías cubanas junto a los de todos los autores cubanos prohibidos por el régimen.
Resistió firme, impávido, sin desanimarse. Y laborioso y testarudo como era, sin dejar de escribir ni un solo día.
El autor de “Agradecido como un perro” tenía la terca paciencia de los poetas, que no se apuran porque se saben dueños absolutos del tiempo y las palabras.
Nacido en 1933 en Barrancas, un remoto caserío del oriente de Cuba, Rafael Alcides fue uno de los principales poetas coloquialistas de la llamada generación del 50.
Una vez creyó en la revolución. Pero los poetas, si son de verdad, no saben cantar a coro. Se aburren de las loas. Son reacios a órdenes y mandatos, no se acomodan ni caben en el bataclán de los sumisos. Y por eso rompió con la domeñadora cultura oficialista y se hizo a un lado del camino, a presenciar el desfile triste de mediocres, serviles y corifeos. Se quedó escuchando “el rumor de lo que fue la vida antes que llegara el porvenir”, advirtiendo que “nada es como suponíamos”.
Su tiempo de ilusiones vanas pasó, se convirtió en cenizas, sin humo ni rencores. El poeta no se llamaba a engaños. Vivió entre el pasado y el porvenir, advertido –lo dejó dicho en versos- de que: “Todo lo que tuvimos lo perdimos y era más de lo que se podía tener”.
Pasó sus últimos años rodeado del cariño de los suyos, en paz con sus demonios, sin temor, digno, inclaudicable.
Tuve el privilegio de gozar de la amistad de Rafael Alcides. Solía visitarlo en el pequeño apartamento en Nuevo Vedado que compartía con su esposa, la bloguera Regina Coyula y su hijo. Su conversación, siempre lúcida e interesante, nunca dejaba de infundir ánimo. Ni siquiera cuando el cáncer estaba a punto de ganarle la partida.
En paz descanse Rafael Alcides, si es que las almas de los poetas alguna vez pueden resignarse al descanso y a dejar de soñar.