Cuba, agosto (173.203.82.38) – Le pusimos Tinguaro. Luego descubrimos que era gata, y desde entonces se llama Tinguara. La encontró la mayor de mis hijas en el sótano de la casa maullando a todo dar, seguramente por el hambre y por extrañar el calor de la madre. Era tan pequeña que cabía en una mano.
Aunque la madre de mi hija nunca gustó de los animales, quiso complacer a la niña, y no sólo permitió que se quedara el animal sino que asumió el papel de madre sustituta.
Cuando sus fuerzas se lo permitieron, Tinguara comenzó a comer sólidos. Y ¡cómo se alimenta la dichosa gata! Cada mañana Ileana, la madre sustituta, le da la nata de la leche que venden a su nieta por la cuota de la libreta de racionamiento. Cuando, por una de esas casualidades de la cocina de los pobres, hay pescado, el animal se descontrola.
No muerde, pero no deja de maullar, y los cabezazos a quien esté frente a la meseta de la cocina no se pueden ignorar. A pedacitos se come todas las partes no utilizables del pescado y parte de lo que nos toca a los humanos.
Si lo que hay es pollo, no deja ni un pellejo, cartílagos y otras partes. Si todo se redujera a lo descrito hasta ahora, no estaría escribiendo sobre Tinguara.
Lo que nos ha sorprendido es que come papa hervida o frita, boniato salcochado, arroz, aguacate, plátano maduro, tostones, harina, tamal y churros. Sin embargo, el picadillo de soya -como nos pasa a la mayoría de los cubanos- no lo soporta, ni lo come aunque tenga hambre, sólo lo huele y huye como si le hubieran tirado agua.
Parece que a Tinguara el trauma por la separación de la madre y las desventuras que la hicieron aparecer en el sótano de la casa, le descontrolaron la psiquis y se olvidó de lo que normalmente suelen comer los de su especie.
Temiendo que su glotonería estuviera asociada a parásitos, la sometimos a tratamiento y ahora es peor. Se come rápido la nata que le da la madre sustituta y después corre hasta el sillón donde Ileana desayuna mientras ve la televisión para exigir su ración de pan. Si es con mantequilla, mejor, si es con aceite y sal, no importa.
Cuando intento comer la pequeña ración diaria de pan que nos toca por la libreta a los adultos, Tinguara sólo me deja comerme la corteza, pues le gusta la masa, a pesar de lo malo que es ese pan.
Tinguara es una verdadera gata cubana, dispuesta siempre a comer lo que aparezca, excepto el picadillo de soya. Nació con el trauma nacional. Si alguien duda del desorden alimentario de mi gata, como el de tantos animales cubanos, que venga a Cabañas y pase por mi casa para que conozca a Tinguara.