MIAMI, Florida- La noción moderna de sociedad civil surge en los trabajos del liberalismo de los siglos XVII y XVIII y, muy particularmente, gracias a autores como Hobbes (por lo que le toca de liberal y no de absolutista) Locke y Ferguson.
Más adelante, filósofos como Kant y Fichte harían sus aportes en este punto, pero fue Hegel quien desarrollo el concepto. Dada la peculiar complejidad del pensamiento hegeliano parece una insensatez desarrollar su concepción aquí, en lo que no es más que una nota urgente con fines prácticos.
Baste señalar que este filósofo considera a la sociedad civil un momento del desarrollo del concepto de Estado. Así, la familia sería lo universal abstracto (tesis), la sociedad civil lo particular (antítesis) y el Estado lo universal concreto (síntesis). Este momento de lo particular ─la sociedad civil─ tiene a su vez sus tres instancias a través de las cuales realiza su propia dialéctica: 1. la esfera de las necesidades (el mercado); 2. la administración de la justicia (el cuerpo jurídico); 3. la policía y las corporaciones, refiriéndose estas últimas a asociaciones voluntarias. Lo que vale la pena destacar aquí es que todo el conocimiento anterior acerca del concepto de sociedad civil Hegel lo sintetiza en los tres momentos antes enumerados, de donde se sigue que el concepto encuentra también una justificación en la historia. ¿Es válida esta relación de dependencia entre sociedad civil y Estado? Desafortunadamente sí. Ya Hobbes, Kant y Fichte la habían fertilizado y Hegel no podía ignorarla.
Los marxistas, como es usual, no aportaron nada significativo. Marx identificó nebulosamente la sociedad civil con las relaciones de producción, lo que en cierta medida significaba una reducción del concepto a la primera esfera (sistema de las necesidades) que le asignó Hegel. Gramsci, por su parte, prefirió reconocer en esa amalgama reduccionista al Estado. Para el marxista italiano el Estado absorbe a la sociedad civil, cosa que no ocurre en Hegel, pero sí en la concepción totalitaria de Mussolini que posteriormente copiara Fidel Castro: “Dentro del Estado todo; nada fuera del Estado, nada contra el Estado”. No hay que olvidar que, para Hegel, la sociedad civil es el momento de la diferencia y del antagonismo presente en la dialéctica del concepto de Estado. Luego, la aniquilación de la sociedad civil por parte del Estado es una tesis totalitaria que no encuentra justificación en la concepción hegeliana. Quien no entiende la dinámica de lo que Hegel llama “el movimiento lógico del concepto” no puede entender lo que este filósofo propone en sus textos.
¿Qué es, en definitiva, la sociedad civil?
Así las cosas, la sociedad civil tendrá que definirse por oposición al Estado. Y esto fue justo lo que ocurrió tras las aportaciones hegelianas:
La sociedad civil será poco a poco, frente al Estado, ese momento de libertad, entendida como independencia de los individuos con respecto al Estado y con respecto a los demás individuos, que se manifiesta en la libertad de conciencia, de culto, de expresión, de asociación, de reunión, de desplazamiento, de propiedad. La espontaneidad va a ser la marca de la sociedad civil hasta nuestros días, frente a la coacción que ejerce el Estado; una espontaneidad que tendrá como resultante ─entre otras cosas─ el pluralismo, ya que en cuanto las personas puedan tomar sus opciones espontáneamente y no desde centros que planifiquen sus acciones, el pluralismo es inevitable.[i]
Y conste que he citado a una autoridad en el tema. En esencia, podemos decir que la sociedad civil es ese sector de la sociedad no sometido a la coerción del Estado y, por lo tanto, un verdadero espacio de libertad en que la esfera política y la esfera civil quedan plenamente delimitadas. La abrumadora mayoría de los investigadores del tema, según atestigua la Dra. Cortina, contrapone la sociedad civil al Estado y pudiéramos considerar como satisfactoria la definición de la citada autora, en lo que al contenido del concepto se refiere, toda vez que respeta la tradición y el conocimiento acumulado hasta nuestros días sobre el particular: “A mi juicio ─nos dice─ el contenido de la sociedad civil vendría constituido por las organizaciones e instituciones del mundo económico, por las asociaciones voluntarias (comunidades adscriptivas y voluntarias, asociaciones cívicas) y por la esfera de la opinión pública”.[ii]
Sociedad civil revolucionaria
Buena parte de la confusión reinante en filosofía política acerca del concepto de sociedad civil quedaría aclarada si se tuviera en cuenta que el origen de la sociedad civil es moderno y liberal. Nada hay que hacer, pues, hurgando en los trabajos de Aristóteles en los que el concepto de lo político y lo civil no están diferenciados todavía, como corresponde a una forma de organización social típicamente griega antigua (polis). Para Aristóteles la sociedad civil (el espacio social civil) no es diferenciable de la sociedad política (Koinonia politike).
Sin embargo, en el contexto cubano la confusión gira en torno a los conceptos de sociedad civil revolucionaria y sociedad civil independiente, entendiendo por esta última la conformada por la oposición interna y, por la primera, la controlada por el Estado. ¿Cuál de estas dos concepciones podríamos considerar legítima? Para que haya sociedad civil se necesitan ciudadanos autónomos y que puedan vivir en un ambiente libre y plural. ¿Garantiza esto el gobierno cubano?
Como he venido destacando en textos y presentaciones anteriores el gobierno cubano está enfrascado en una campaña cuyo objetivo es el secuestro de la sociedad civil por parte de las organizaciones revolucionarias de masas y por las llamadas organizaciones no gubernamentales. Tal movida es teóricamente respaldada, por parte de los ideólogos del castrismo, con una noción marxista de sociedad civil que hunde sus raíces en A. Gramsci y que, como hemos visto, carece de legitimación lógica e histórica. El argumento más reciente, proveniente del asesor del General-presidente, Abel Prieto, va dirigido a negar el control del Estado cubano en la sociedad civil. Pero si por sociedad civil entienden Castro y sus aliados e ideólogos la suma de la las organizaciones revolucionarias de masas con el agrego de las llamadas ONGs, es difícil estar de acuerdo con semejante criterio.
El sistema cubano, de matriz estalinista, derivó de una tradición totalitaria en la que el Partido somete al Estado y al gobierno. No hay una sola organización de masas en Cuba que no rinda cuentas al Partido; no hay una sola ONG que no esté controlada de una manera u otra por el gobierno-Partido. Ninguna de las organizaciones antes mencionadas es resultado de una asociación voluntaria y, hasta hoy, todas carecen de autonomía, como también los individuos que las integran. Prueba de ello es que estas organizaciones (que no asociaciones) no se pueden crear y deshacer a voluntad de sus miembros. Quizá, lo que le falta por entender a Abel Prieto es que ciertamente no es el Estado el que controla todo en Cuba, pero si el Partido.
De cualquier manera, lo que necesitamos saber concretamente aquí es si el Estado-Partido controla o no a la sociedad civil y de eso no cabe la menor duda: más que controlarla cabría decir, incluso, que la fabrica. En estos días 300 miembros de 170 organizaciones revolucionarias ─que por decreto conformarían la sociedad civil─ están recibiendo gratuitamente entrenamiento teórico-ideológico de la mano del Estado-gobierno con el propósito expreso de viajar a la Cumbre de Panamá a apoyar las medidas y objetivos estratégicos del propio Estado-Partido-Gobierno. Todo ello queda evidenciado por la naturaleza de las propuestas que esta delegación, gubernamentalmente patrocinada, está obligada a presentar en ese Foro de la sociedad civil de la VII Cumbre de las Américas.
Sociedad civil independiente
En condiciones de democracia, hablar de sociedad civil independiente resulta una tautología, habida cuenta que la sociedad civil, por definición, es ese espacio independiente del Estado. Sin embargo, en condiciones de totalitarismo la sociedad civil, también por definición, no existe. Un sistema totalitario, ante todo, es aquel que invade el espacio de la sociedad civil, lo conquista y destruye sus estructuras. De ciudadanos (cives), los individuos son rebajados a la condición de súbditos, mientras la libertad ─en tanto valor supremo de la comunidad cívica─ es remplazada por la lealtad (a la Revolución, en nuestro caso). A nivel simbólico el proceso en Cuba fue muy elocuente: de Plaza Cívica a Plaza de la Revolución.
Semejante proceso de despojo se extiende también a la familia y a las conciencias de los individuos, sobre todo en el período de afianzamiento totalitario, cuando ninguna institución cívica queda en pie y hasta la propia religión contempla impotente el saqueo del mercado de las almas por el Partido único. En una situación semejante, la sociedad civil solo puede renacer con el impulso contestatario y disidente. Si esta semilla se malogra el futuro de la democracia se compromete.
En suma, la sociedad civil independiente no es un espacio político, ya sea por el solo hecho que en Cuba la oposición política no está legalizada y la disidencia no está estructurada en partidos políticos. Sin embargo, el adjetivo independiente indica que esta insipiente sociedad civil se define por diferencia y oposición al Estado revolucionario. De manera que es ella la que tiene legitimidad en esta puja con las organizaciones de masas revolucionarias ─que violan, todas, los principios de la autonomía, libertad, voluntariedad, espontaneidad e independencia─ por el concepto de sociedad civil.
Lo que no puede olvidar un disidente es que no es solo la disidencia la que conforma la sociedad civil, sino también ─y más bien─ el entramado de proyectos independientes de todo tipo que se va expandiendo cada día por el territorio nacional y que se ubica en ese espacio que queda entre el Estado y sus caricaturescas organizaciones de masas, las mal llamadas ONGs y la propia actividad de la igualmente mal llamada oposición interna.
[i] Adela Cortina: “Sociedad Civil”, en: 10 palabras clave en filosofía política, Ed. Verbo Divino, Navarra, 1988, p.p. 359-360
[ii] Ibídem, p. 379.