MIAMI, Florida. — Como novena economía del mundo, California ha sido por mucho tiempo el barómetro de Estados Unidos. Durante la primera mitad del siglo XX, el estado era puntero en infraestructura, educación, salud y diversos parámetros de desarrollo.
Lamentablemente, California se ha deteriorado en esas y otras áreas por los intereses puntuales de poderosos grupos de presión y la mentalidad cortoplacista de los votantes, que buscan la satisfacción instantánea de sus demandas, aunque ello implique sacrificar el progreso a largo plazo.
No por casualidad en ese estado pionero; pero hoy abatido por la parálisis y el endeudamiento, ha surgido el Long Thinking Committee (Comité de Pensamiento a Largo Plazo) integrado por políticos, empresarios, científicos e intelectuales expertos que buscan enrumbar a California por los prometedores caminos de un desarrollo sostenible, más enfocado en el horizonte que en el presente.
Lo que ocurre en California contrasta con la situación de China (el mayor acreedor de Estados Unidos). A pesar de su antidemocrático sistema político, ese país tiene un producto interno bruto (PIB) que tiende a crecer año tras año (alrededor del 10%). China invierte previsoramente a largo plazo al igual que, medio siglo atrás, lo hacían California y Norteamérica.
El gigante asiático apuesta decididamente al futuro con tecnologías de punta y energías renovables, como la solar o la eólica. Construye modernas mega urbes con impresionantes sistemas soterrados de metro, que junto a grandes autopistas y súper veloces trenes bala, incrementan su movilidad y comercio.
¿Significa esto que el régimen autoritario chino es superior al sistema democrático de Estados Unidos? No. Significa que los políticos del país asiático parecen ser capaces de priorizar los objetivos estratégicos de desarrollo, mientras que los norteamericanos (léase también democracias occidentales) lucen enredados en solucionar problemas más inmediatos y coyunturales (piénsese en el tema migratorio, por ejemplo).
Independientemente de las graves deficiencias (en derechos humanos, libertades políticas, problemas ambientales…) que tiene China, es evidente que los dirigentes de ese país se rigen más por una racionalidad científico-técnica (planificación estratégica) que por la irracionalidad política (politización estéril de los problemas públicos) a la hora de tomar las decisiones vitales para el futuro de la nación.
Política vs “politiquería”
Nadie cuestiona las ventajas de la democracia al involucrar a numerosos actores y conciliar sus puntos de vista para lograr importantes objetivos económicos o sociales. Lo que está en duda actualmente es su capacidad de generar políticas oportunas y sabias que permitan a los países hacer frente con éxito a los grandes retos de gobernabilidad (desempleo, contaminación, inequidad…) que impone la globalización.
No es lo mismo la Política (con P mayúscula), capaz de resolver eficazmente los problemas de una sociedad, que la politiquería que los multiplica o agrava. La primera hace que el ciudadano tenga confianza en su gobierno y esté dispuesto a seguirlo. La segunda genera recelos e insubordinación. Se está viendo con movilizaciones como Occupy Wall Street en Estados Unidos o Los Indignados en España.
América Latina ha sido tradicionalmente un territorio muy propenso a la politiquería, sinónimo de subdesarrollo político. De ahí que históricamente, salvo algunas excepciones, hayamos vivido alternando entre democracias débiles y dictaduras fuertes.
En nuestros países es común observar fenómenos tan negativos como el despotismo (abuso de poder), nepotismo (reparto del poder entre familiares y allegados) y el clientelismo político (electorado cautivo del poder).
Con semejante panorama es normal que las políticas públicas estén a merced de los intereses de las élites gobernantes (político-empresariales) y no en función de resolver los urgentes problemas (salud, vivienda, educación…) de la ciudadanía.
Tampoco es racional que opiniones de actores poderosos o influyentes (empresarios, políticos, líderes…); pero poco expertos, terminen decidiendo en políticas públicas que involucran, sobre todo, objetivos trascendentales de una sociedad (generacionales, ecológicos, energéticos…).
Hay que ir hacia un modelo de gobernanza inteligente donde la meritocracia se imponga a la partidocracia. Donde los objetivos de contenido (solucionar el problema) superen a los de proceso (relaciones de poder) en las políticas públicas.
Ello no quiere decir que se desechen los criterios de los interesados en resolver un problema público. Un gobierno democrático debe estar dispuesto a escuchar a los distintos actores; pero éstos también deben demostrar que comprenden el tema en cuestión, si pretenden ser escuchados y aspiran a ser tomados en cuenta a la hora de decidirse la solución más adecuada o viable.
Necesitamos despolitizar más las políticas públicas. Los políticos están demasiado condicionados por la búsqueda de consenso o por el deseo de agradar al mayor porcentaje posible del electorado. Los burócratas están demasiado atados a lo que dice la ley o demasiado ávidos de dinero.
Es tiempo de escuchar más a quienes dominan mejor los asuntos públicos que se debaten. Especialmente, si los gobiernos aspiran a recuperar la confianza de los ciudadanos y si queremos evitar la implosión de la democracia por la improvisación y la mediocridad de quienes, sin tener los méritos o conocimientos suficientes, lamentablemente suelen decidir cómo solucionar los acuciantes problemas de la sociedad.
Una breve reflexión sobre el caso cubano
Los amantes de la libertad y la democracia queremos que acabe ya la cincuentenaria y aplastante dictadura cubana. Se considera prioritario que la familia Castro y sus allegados salgan del poder para emprender las reformas que la sociedad demanda para dejar atrás el oscuro pasado y avanzar hacia el futuro.
Por insostenible en el actual contexto globalizado, tarde o temprano, ocurrirá un inevitable cambio de régimen. Entonces sobrevendrán antiguos, nuevos y complicados problemas (políticos, económicos y sociales…) que habrá que enfrentar con atino y serenidad, si aspiramos a reconstruir el país de forma estable, segura y definitiva.
Ante ese complejo escenario donde también habrá que convencer a una ciudadanía dividida, desencantada y apática, la reflexión es: ¿están listos los opositores cubanos para hacer Política seria y dirigir “meritocráticamente” al país o volveremos a la vieja politiquería de la partidocracia tradicional?
Ahí se las dejo…