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El Mariel, la historia no contada

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Sanyustiz Cuba Mariel 40 años
Cubanos llegan a Estados Unidos en el éxodo del Mariel (Foto: History Channel)

MIAMI, Estados Unidos. – Entre las innumerables conmemoraciones y eventos, bien descarrilados o forzados a la posposición por causa de la pandemia del virus de Wuhan, cuyos estragos enfrentamos, ha debido aplazarse la celebración de numerosos programas relacionados con la conmemoración del cuarenta aniversario del “fenómeno” Mariel.

Entre las actividades previstas podríamos citar el lanzamiento del Dossier Carlos Victoria, a cargo de las Ediciones La gota de agua, que será presentado en fecha aún no determinada durante “Los viernes de tertulia” que conduce el escritor, poeta y periodista Luis de la Paz en la sede del ballet de Miami; la puesta en escena de la obra “¡Sin quejas ni lamentaciones!” de Rolando Morelli, autor de estas líneas, en el “American Museum of the Cuban Diaspora”, también en Miami, y varias lecturas de poemas y relatos en el mismo escenario miamense.

Es natural que todas estas celebraciones coincidan en un mismo ámbito, puesto que en él residen el mayor número de cubanos del exilio, entre ellos, muchos de los llamados “marielitos” de ayer. Por iguales o parecidas causas, me parece, cuando se habla de los sucesos del Mariel en su origen, las referencias a lo ocurrido se constriñen a la capital de Cuba, donde concurren como en un embudo todos los puntos de la geografía nacional. Afirmar esto es reconocer un hecho no demasiado nuevo, pero “ignorado” en su significación.

Ya en mi temprana juventud decíamos sin reparar mientes en la implicación del fenómeno: “todo lo que no es La Habana es césped” a lo que algunos agregaban “sin recortar”. Posiblemente hubiera otras variantes de esta declaración. En fin, que nuestra capital terminaría por “no aguantar más” y reventar por las costuras. En realidad, mucho antes de que Juan Formell se hiciera eco del fenómeno, ya la ciudad de La Habana había llegado a un tope de superpoblación en el que mucha gente no tenía donde vivir, y se las arreglaba peor que otros a quienes la categoría de estar mal les quedaba corta. Los orientales no eran todavía “los palestinos” que llegarían a ser menos de  una década después, pero eran ya los pre-apestados “invasores” que “se querían coger la Habana para ellos solos”, expresión ésta que circulaba entonces, como se afianzó decir después y ha sido moneda de cambio de las autoridades para justificar el decreto por el cual a los no nacidos en La Habana, salvo excepciones conocidas y otras toleradas por los mismos, no se les permite residir en la capital.

Observo que, en mi condición de “provinciano”, nunca conseguí establecerme en La Habana por más gestiones que hice, y debí conformarme con verdaderas escapadas de fines de semana y durante períodos vacacionales en los que, generalmente, me hospedaba con parientes, amigos cercanos nacidos y residentes en la capital, o en hoteluchos de mala muerte, como el desaparecido San Carlos, que no estaban en capacidad de alojar viajeros internacionales. Aun así, era preciso disponer de alguna “justificación” que se estimara legítima para ocupar una habitación de esta categoría ínfima, y las visitas a las casas de parientes o amigos, eran fiscalizadas abierta o encubiertamente por los Comités de Defensa de la Revolución”.

¿Quiénes éramos? ¿Qué buscábamos o hacíamos en la capital? ¿Qué relación nos unía a nuestros anfitriones? Las interrogantes lo mismo se dirigían a quienes nos alojaban como a nosotros mismos. Vivíamos la asfixia, pero creíamos respirar. Algunos de estos procedimientos se nos antojaban incluso algo “normal”. ¡La Habana era después de todo La Habana! El interior del país era aún peor. La camisa de fuerza menos disimulada. Sí, Cuba era dos repúblicas o muchas a la vez. Y no es lo mismo la capital que el interior. En esencia esto no ha cambiado.

Es mucho más fácil represaliar y oprimir con absoluta impunidad a la población que no cuenta con la atención de posibles ojos y oídos de cuerpos diplomáticos e incluso de algún visitante extranjero. La capital es la cabeza del país (algo más parecido a una cabeza olmeca que a una cabeza de tamaño natural) sostenida sobre un cuerpecito de alfeñique al que se le propinan toda suerte de palizas. Un cuerpo lleno de mataduras, al que se azota para que no se eche al suelo.

Muchos de quienes salieron por el Mariel, procedían del interior del país, bien porque se hubiesen asentado antes del Decreto-Ley que vino después, bien porque se arriesgaron a hacer antes que la del Mariel-Cayo Hueso, la travesía terrible que en muchos casos fue llegar de sus respectivas provincias a La Habana. Poco se ha hablado, creo, de esos desplazamientos y de la suerte corrida en muchos casos por quienes se jugaron todo al albur de la suerte para llegar, antes a La Habana, y después, al exilio.

Durante una visita que hice a mis padres, dieciséis años después de haber salido (cuando me lo permitió el estado cubano apremiado por la necesidad de divisas) se me acercó una señora a quien conocía, a preguntarme ansiosamente por el destino de su hijo —dando por sentado que yo podría saberlo— que había sido detenido en mayo de 1980 antes de llegar a La Habana por las autoridades castristas, devuelto a su residencia donde lo esperaban ya hordas de supuestos vecinos y otros indignados pobladores para propinarle un acto de repudio, el cual había desaparecido finalmente sin dejar rastro, luego de un segundo intento de “deserción” de su parte. El “delito” cometido por esta persona, que había merecido el primer acto de repudio sufrido por él y su familia, se resumía en haberse “marchado subrepticiamente” en dirección a la capital para escapar de Cuba, cuando ninguno lo esperaría de él “un muerto de hambre” según decían, que “debería estarle agradecido a la Revolución y a Fidel por haberlo hecho persona”. Luego del primer “acto de repudio”, (siempre orquestados por el estado cubano) otros le sucedieron contra la residencia del individuo que vivía con su familia, de manera que una madrugada éste se arriesgó a salir a escondidas e intentar nuevamente llegar a La Habana, donde con mejor suerte se presentaría en uno de los lugares conocidos de “recogida de la escoria”. Lo que ocurrió durante este segundo intento, nadie lo sabe, o tal vez lo sepan algunos que no lo han declarado nunca a la señora, que vivía aún hace unos años, y aún procuraba saberlo.

Esta anécdota es sólo una muestra de lo que ocurría al interior de Cuba por esos días del año 1980.

Algún que otro recuento del Mariel corresponde a personas al interior de Cuba, como el que procede de Guillermo Hernández, en su libro Memorias de un joven que nació en enero (Editorial Persona, ed. Yara González Montes y Matías Montes Huidobro, 1991). Guillermo era natural de Santa Clara. Entre los años 1975 y 1979 cursó estudios en la “Escuela de Letras” de la Universidad de La Habana, y al tiempo que enseñaba literatura en una escuela secundaria de la propia ciudad, matriculó la carrera de derecho. Algo en él se iba manifestando cada vez más pronunciada y abiertamente contra la opresión reinante, realización ésta que lo que lo había llevado en primer lugar a matricular derecho, en un acto “de ingenuidad jurídica”, según afirmación que le oí alguna vez.

Según su testimonio gráfico no logró concluir la carrera de abogado que se había propuesto terminar, pues fue expulsado de la Universidad de La Habana, la noche del 24 de febrero de 1980 en medio de una reunión convocada aparentemente con otro propósito, en realidad con la intención de expulsarlos a él y a un número de otros estudiantes integrados a las “Facultades de Letras y Leyes” respectivamente, acusados del crimen de “diversionismo ideológico”.

En testimonio personal a este autor, Guillermo resaltaba la nocturnidad y alevosía de la encerrona. Expulsados él y sus compañeros de infortunio ante una asamblea vociferante y amenazadora, les fue informado que las autoridades “competentes” ya habían sido notificadas de la separación académica, a fin de que se tomaran otras medidas pertinentes.

Por la misma causa, Guillermo quedó cesante en su empleo como profesor de enseñanza secundaria. Sin otras avenidas por delante de él, regresó a la casa de sus padres en Villa Clara, donde estos lo aguardaban ansiosamente. Temeroso de que le fuera aplicada de un momento a otro la imprevisible “Ley contra la peligrosidad” (suerte de espada de Damocles pendiente sobre la cabeza de cualquiera), o la llamada “ley contra la vagancia” por hallarse desempleado, se mantuvo en su casa, vigilado de cerca por la Seguridad del Estado e incapacitado para continuar una vida más o menos normal. Naturalmente, cuando en los primeros días de abril de ese mismo año llegaron hasta él, en un oscuro rincón de provincias, las noticias de lo ocurrido en la Embajada del Perú y el consiguiente éxodo del Mariel, contempló de inmediato y manifestó eventualmente su intención de acogerse a esa válvula liberadora.

El procedimiento para acceder a esta espita milagrosa, sin embargo, no era simple cuestión de trámite. Después de informar, según se requería, al Comité de Defensa de la Revolución de su intención de sumarse al éxodo, aguardó a que le fuera autorizado emprender la tramitación correspondiente. A la espera de una respuesta se hallaba al interior de su casa, cuando la noche del nueve de mayo se presentó una turba de individuos armados con varillas de acero (cabillas), machetes y toda clase de instrumentos persuasivos, queriendo derribar puertas y ventanas del inmueble. Caídos en la cuenta de lo que aquello significaba, los ocupantes se precipitaron a reforzar desde dentro las posibles entradas, con tablas, muebles y cuanto obstáculo fuera concebible anteponerles. Guillermo contó alguna vez, con extremo de detalles, lo que sufrieron él y sus padres y hermano durante el tiempo que se prolongó el encierro ante la indiferencia de la policía local, a la que acudieron en algún momento propicio, en busca de protección. “Ellos nada podían hacer ni querían hacer para protegerlos de nada”, fue la respuesta. “La indignación del pueblo revolucionario contra los traidores y apátridas como ellos” no iba a ser contenida por las fuerzas del orden revolucionario.

El testimonio de lo sucedido con posterioridad, en el que no abundaré aquí, da cuenta de una paliza sufrida por el propio Guillermo, su padre y su hermano, forzados a procurar “una baja de empleo” como prerrequisito para emprender el trámite formal de salida del país, y la retención posterior de tres largos años sufrida por ambos padres con posterioridad a la salida del propio Guillermo y su hermano por el puerto del Mariel.

En un par de ocasiones intercambiamos notas Guillermo y yo sobre nuestros respectivos avatares que nos condujeron de las provincias respectivas en las que por entonces residíamos, a la capital, y de allí a Cayo Hueso. No me extenderé aquí en el relato de mis propias experiencias, sin embargo, mencionaré de pasada otro testimonio “de provincias” que recoge, con el trazo escueto característico de su escritura, la ferocidad de los “actos de repudio” durante los días “del Mariel”. Se trata del testimonio que corresponde a mi coterráneo y colega, el escritor Carlos Victoria, por entonces residente en la ciudad de Camagüey, que se recoge en el número conmemorativo del éxodo, de que hablé al comienzo. He aquí un brevísimo resumen de ese testimonio:

“(…) Ver a Cuba metida en esa fiebre donde se desataron los instintos más bajos (…); ver por primera vez la posibilidad real de una fuga, de iniciar una vida que se pareciera a lo que yo vagamente entendía que debía serlo, me despertó un instinto que tenía por muerto. El instinto del cambio. Tal vez el más riesgoso y el más preciado de todos los instintos. (…) Hoy recuerdo solamente detalles de aquellos días enloquecidos. Hay cosas que uno olvida, también por instinto. Y han transcurrido (muchos) años.

Recuerdo, como en una neblina, los actos de repudio, con sus golpizas y sus escupitajos (mi madre recibió uno en la mejilla), sus huevos y sus piedras lanzados con furor. (…) La violencia mezclada con la farsa.”

El verdadero perfil de esos días de abril a junio de 1980, no se concibe de manera integral si no se incorporan al registro existente incontables testimonios que corresponden a lo ocurrido en ciudades capitales de provincia y ciudades, pueblos y villorios del interior del país, esa Cuba profunda que si desemboca en nuestra capital es sólo por un cuentagotas cuyo contenido se vierte en la boca de un embudo. Si nuestra querida Habana es un horror sin cuento, el interior de Cuba ha sido desde hace mucho tiempo “el horror mismo” de un sistema que busca lavarse el rostro de cara a la galería internacional, siempre “sin salir del asfalto”.

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Mariel 40 años después: antecedentes

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Sanyustiz Mariel 40 años
Cubanos llegan a Estados Unidos en el éxodo del Mariel (Foto: History Channel)

Para Sanyustiz, con gratitud

La historia es la vida que después se convierte en memoria. Es muy probable que Héctor Damián Sanyustiz, aquel 1 de abril de 1980, día que escogió para lanzar un ómnibus de la ruta 79 contra la cerca de la Embajada del Perú en La Habana, sólo pensaba en la libertad, en sobrevivir y poder recibir asilo en la misión peruana. Pero Sanyustiz sin proponérselo se convirtió en el eje central de un incidente que permitió que en apenas 48 horas, 10 800 personas entraran a la Embajada. Su valiente acción, a todas luces desesperada, fue el detonante del posterior éxodo del Mariel, que propició que 125 000 cubanos lograran salir de Cuba desde el 15 abril de 1980 hasta finales de octubre de ese año.

Cuatro décadas después lo que se conoce como “El Mariel, revive su vigencia al conmemorarse el 40 aniversario de esos hechos, que pasaron de ser un acontecimiento circunstancial, a un conflicto político internacional, para luego resultar en un éxodo masivo y abrirle las puertas al régimen castrista para deshacerse de una parte de la población descontenta y a su vez incrementar la represión interna, al institucionalizar de manera abierta los llamados “actos de repudio”. Lo insospechado en aquel entonces fue que el éxodo del Mariel devino también en un fenómeno cultural único en su género, que mientras desarticulaba parte de la vida en la Isla, transformaba el rostro de los cubanos en el exilio.

En general, el comportamiento del régimen castrista es de un gran secretismo (todavía sigue siendo un secreto de estado la enfermedad padecida por el dictador Fidel Castro), pero por otro lado, en ocasiones, es muy previsible pues responde con desesperación ante las necesidades económicas. Cuando el régimen abrió las puertas de la Isla para que regresaran los que hasta ese momento eran exiliados, buscaba atraer capital fresco y permitir que las maletas repletas de regalos vistieran al harapiento cubano de entonces (yo tenía un solo pantalón y estaba zurcido), como sucedió en poco tiempo. Pero el contacto con los familiares que se habían marchado y que el régimen trató bajo amenazas y chantaje de impedir, se rompió (lo rompieron ellos por necesidades económicas) propiciando no solo un acercamiento de las familias, sino una relación tangible, en primera persona, con lo que ocurría fuera de la Isla y cómo se vivía.

Durante años la dictadura obstruía los vínculos familiares, incluidas las llamadas telefónicas, la correspondencia y el recibir envíos del extranjero, so pena de medidas laborales o dificultades para estudiar en la universidad. Todo eso se rompió cuando el régimen convocó en 1976 a un “diálogocon los cubanos en el exterior para “zanjar diferencias”. Como siempre ocurre, algunos se entusiasmaron y percibieron aquella invitación como un primer paso para la democratización de Cuba. El resultado: se permitió la salida de ex presos políticos y sus familiares (válvula de escape) y por primera vez el regreso de los cubanos que se habían marchado de la Isla (fuente de ingresos). A partir de ese momento nada fue igual. Los que regresaban, al hablar de su cotidianidad, estaban describiendo una vida de éxitos y asombrosamente confortable. Los que escuchaban se llenaron de preguntas. Incluso los más incautos se daban cuenta de que habían sido engañados, que vivían bajo la muy efectiva propaganda de los medios de comunicación de la dictadura, que se enfocaba en calificar de “decadente” la vida en los Estados Unidos y trataban de hacer creer que los cubanos que se habían marchado se sentían arrepentidos de su decisión. La verdad se abría paso.

La libertad es la madre de todos los desafíos, por eso las visitas fueron encendiendo los deseos de muchos, que comprendieron que la única manera de vivir con dignidad y tener un porvenir era fuera de Cuba. Poco a poco se incrementaron las salidas por mar en balsas y hubo intentos de asilo en embajadas. El descontento fue creciendo en la medida que aumentaba la llegada de cubanos de afuera a reencontrarse con sus familiares. Los vecinos de una calle veían cómo tras una visita, en esa casa se comenzaba a vivir mejor en comparación con las fechas anteriores. Se vestían más elegantes, de los fogones brotaba olores casi olvidados de alimentos, incluso llegaban a tener hasta un ventilador para mitigar el calor (un aire acondicionado era un sueño demasiado alto en aquel entonces), mientras que el resto seguía sumido en las necesidades más apremiantes. A la par, crecía la envidia, el recelo, el malestar de quienes lo habían apostado todo a la Revolución y que se sentían cobardemente traicionados por el propio Partido Comunista de Cuba, que les pedía a sus militantes que recibieran con “respeto y entusiasmo a los visitantes”. Hasta a los CDR (Comité de Defensa de la Revolución), establecidos para la delación, se le “orientaba” tolerancia con los miembros de “Comunidad Cubana en el Exterior”.

La realidad de la segunda mitad de los años 70 fue sentando las bases para que muchos desearan largarse de Cuba. Así, entre intentos, casi todos fallidos, un día Héctor Damián Sanyustiz y sus acompañantes se llenaron de valor y precipitaron la Leyland de la ruta 79 contra la reja de la embajada. En el fuego cruzado de los custodios de la legación peruana, uno de los guardias mata a su compañero (también Sanyustiz fue herido) y a partir de ahí, comenzó a escribirse otro capítulo de la historia de la lucha de los cubanos por alcanzar su libertad, sino era posible todavía la de la nación, al menos la individual.

Hoy la memoria evoca aquella historia.

Luis de la Paz, escritor y periodista cubano.

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Hugo Landa: “CubaNet es un resultado directo del Mariel”

cuba hugo landa cubanet mariel crisis migratoria maite lunaMIAMI, Estados Unidos. – Hugo Landa, director de CubaNet Noticias, fue uno de los primeros cubanos que saltó la verja de la Embajada del Perú el 5 de abril de 1980, después que Fidel Castro retirara la guardia de la legación diplomática del país andino.

La entrada a la fuerza a la Embajada del Perú del primer grupo de solicitantes de asilo, cuatro días antes, iba a ser el antecedente del mayor éxodo masivo de ciudadanos cubanos hacia Estados Unidos: alrededor de 125 000 personas de todas las edades salieron por el puerto del Mariel rumbo a Cayo Hueso, entre el 15 de abril y el 31 de octubre de 1980.

Incluso antes de los sucesos de la Embajada de Perú, ya Hugo Landa, un joven traductor e intérprete de 26 años, había decidido dejar el país, por cualquier vía posible. Pero “básicamente no había oportunidades”, recuerda.

“Era una utopía, un sueño, escaparse de Cuba. La única forma posible era irse en una balsa. Cuando me enteré que estaba pasando lo de la Embajada de Perú, no lo pensé dos veces (y salté la verja)”.

A 40 años de los sucesos, Landa describe las primeras horas dentro de la legación diplomática un shock. “Realmente yo me di cuenta de la magnitud de lo que había hecho y del terrible desenlace que aquello podría haber tenido una vez que salté la cerca (…) y caí del otro lado”, rememora en Miami.

El director de CubaNet no llegó a tener “comprensión total” de sus actos hasta que los funcionarios de la embajada le pidieron su carnet de identidad para incluirlo en la lista de personas que recibirían un salvoconducto y podrían, finalmente, abandonar Cuba. “Cuando les di mi carnet con toda la información (…) me di cuenta que ya no había marcha atrás”, asegura. “Fui uno de los últimos en salir (de la embajada) precisamente por desconfianza”.

Hugo Landa arribó a Cayo Hueso, en el sur de la Florida, el 23 de abril de 1980. Recuerda que inicialmente “hubo mucho rechazo dentro de la comunidad cubana a los ‘marielitos’. La manipulación del Gobierno de Cuba fue efectiva. La gente creía que eran delincuentes, lo peor, y de hecho, sí, había delincuentes pero eran una minoría”.

Landa cree que, si no hubiera ocurrido el éxodo del Mariel no se habría fundado CubaNet en 1994, justo cuando surgía internet. “Yo siempre digo que CubaNet es un resultado directo del Mariel”, acota.

Ahora, después de 12 años al frente del diario digital su objetivo sigue siendo el mismo: “que acabe esa dictadura”. “No es algo que vayamos a lograr directamente por un artículo que se publique en CubaNet, pero sí contribuimos a que ese pueblo despierte, a que ese pueblo se informe, a crear un estado de opinión favorable, a que en Cuba regrese la democracia”, defiende Landa.

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“Me resultaba indiferente llegar a Estados Unidos o a Las Malvinas”

Cuba, Cubanos, Mariel

Filiberto Hebra (Foto: Collage)

MIAMI, Estados Unidos. – El 1 de abril de 1980, Filiberto Hebra, un antiguo estudiante de Filología en la Universidad de La Habana expulsado por “ostentación de la homosexualidad”, recibió la llamada de un amigo que lo invitaba a entrar a la Embajada de Perú y pedir asilo político.

Aún el régimen cubano no había divulgado los hechos, pero La Habana ya empezaba a caer sacudida por la noticia: un grupo de civiles había estrellado un ómnibus contra la cerca perimetral de la Embajada de Perú, en Miramar. Habían entrado. Habían pedido asilo político.

“No fui”, recuerda Hebra en su apartamento, en Miami, a 40 años de su llegada a Estados Unidos. “En aquellos momentos nunca pensé que la crisis diplomática acabaría bien, sino que todos los que entraron a la embajada irían a las cárceles”.

Tras la muerte de un suboficial que custodiaba la sede de la embajada, víctima del fuego cruzado entre sus compañeros, el propio Fidel Castro exigió a Perú la entrega de los “asaltantes” y amenazó con quitarle la protección al edificio. El “comandante” no esperaba que más de 10 000 cubanos entraran a la embajada, que pidieran asilo y quemaran las naves del comunismo.

La osadía desató la cólera de Fidel: pocos días después de los sucesos de la Embajada de Perú el “líder de la Revolución” abrió el puerto del Mariel para que pudiesen salir de la Isla los cubanos que lo desearan. De paso, les llamó “escoria” a los solicitantes de asilo y permitió que otras personas que su régimen consideraba “lacras sociales” se unieran al mayor éxodo masivo de la historia de Cuba.

“Con el paso de los días la maldad intrínseca del castrismo también halló una brecha para limpiar la islita de “indeseables”. Afortunadamente yo era uno de ellos”, recuerda Hebra, a sus 71 años.

―¿Por qué te habías convertido tú en un “indeseable” para la “Revolución”?

―No me convertí en “indeseable”, me convirtió la “involución” castrista por su desprecio hacia los valores humanos, la decencia, la honestidad y otros sustantivos que no están ni nunca estuvieron en su vocabulario ni en sus actos.

―Si tú nunca llegaste a la Embajada del Perú, ¿cómo te permitieron salir por el Mariel?

―Cuando todo pasó, me presenté como homosexual en la estación de la Policía más cercana, una decisión que, fuera de ese contexto, hubiera sido un acto suicida. Allí, entre humillaciones verbales, me entregaron un salvoconducto que se desmentía por sí solo, porque yo nunca fui a la Embajada del Perú. Lo fecharon 14 de abril de 1980 para que coincidiera con la etapa en que se desarrolló la ocupación de la embajada, sin embargo me lo entregaron y lo firmé el 11 de mayo.

En la embajada entraron aproximadamente 10 000 personas y el número de folio del salvoconducto es 031687, o sea, yo era el refugiado número 31 687 de los 10 000 en la embajada peruana. La intención era confundir a las autoridades estadounidenses de inmigración y de paso confirmarles que los que ocuparon la embajada eran “escoria social”, mayoritariamente homosexuales, locos de Mazorra y delincuentes comunes que sacaron de las cárceles bajo la amenaza de doblarles la condena si se negaban a irse.

Salvoconducto entregado a Filiberto Hebra para salir del país (Foto: Cortesía)

Nos inventaban un documento de antecedentes penales que teníamos que firmar obligatoriamente. El mío incluía: Ostentación de homosexualismo en la vía pública, Tráfico de drogas y Perversión de menores. ¿Qué hubiera sucedido si al final no nos podíamos ir por cualquier sinrazón que ellos decidieran y nos quedábamos en Cuba con un historial tan “brillante”?

―¿Saliste del clóset para que te admitieran como “escoria”?

―Nunca estuve en “el clóset”, pues en mi entorno familiar siempre habían sido muy liberales y, de paso, yo era muy contestatario. En el ámbito político/social sí tuve muchos problemas por ser homosexual: desde encarcelamientos múltiples hasta la expulsión de la Facultad de Filología.

―Muchos de los exiliados que te acompañaron han dicho que soñaban con escapar de la Isla. Pero Fidel Castro también aprovechó el éxodo masivo para expulsarlos del país. Para ti, ¿el Mariel fue la oportunidad de escapar o fue la expulsión de tu país?

―Para mí fue el conjunto de esas dos cosas.

―Antes de salir definitivamente la mayoría de los cubanos que partirían por el puerto del Mariel tuvieron que pernoctar en El Mosquito. ¿Cómo los trataron las autoridades allí?

―Lo primero que nos hacían al bajar en fila de las guaguas en El Mosquito era quitarnos relojes, dinero y lo que algunos llevaban de comer, desde un pedazo de pan a una compota rusa. Muchos llevábamos pedazos de papel escritos con números de teléfonos de familiares o amistades en Estados Unidos. Esos los rompían frente a uno mismo. Alrededor de las 2:00 de la tarde nos daban el único alimento del día, un revoltillo de huevos muy especial que incluía las cáscaras. Había una sola pila de agua para 3 000 personas; bajo aquel sol y calor, cuando lograbas tomar unas pocas gotas ya tenías que ponerte al final de la fila de nuevo porque la próxima oportunidad de tomar agua sería dentro de tres o cuatro horas.

Como “dormíamos” sobre arrecifes, las “almohadas” eran nuestras camisas enrolladas para atenuar el diente perro. Durante la madrugada los militares soltaban al menos una decena de pastores alemanes entrenados para morder, algo que aprendieron muy bien y hacían obedientemente. Ante cualquier conducta que estimaran impropia la amenaza siempre era “vas a perder la salida”.

Nos llamaban por el nombre y el primer apellido, la persona tenía que responder con el segundo apellido, de lo contrario te quedabas para la próxima vuelta. La lista de torturas psicológicas y físicas constantes sería muy larga y dolorosa para enumerarlas. El éxodo duró hasta octubre; desconozco si las condiciones mejoraron, hablo solamente de mi experiencia entre el 11 y 15 de mayo de 1980.

―¿Cómo fue el viaje desde el Mariel hasta Estados Unidos?

―El viaje en barco fue espeluznante, la embarcación en que vine era un barco pequeño de turismo con un cartel que decía claramente “maximum capacity 35 persons”. Ahí nos hacinaron a 110 personas, sin agua potable ni alimentos; en la embarcación apenas venían grupos de familias, casi todos éramos homosexuales, locos de Mazorra y delincuentes comunes que obligaban a salir del país so pena de doblarles la sentencia si se negaban.

Lógicamente, el motor del barco se rompió pero entonces ya estábamos en aguas internacionales y dos guardacostas estadounidenses nos remolcaron hasta Cayo Hueso. El viaje no fue lo peor sino El Mosquito, del que no se ha escrito ni se sabe lo suficiente.

―Llegaste a Cayo Hueso. ¿Cuál iba a ser la vida que te esperaba en Estados Unidos?

―De Cayo Hueso fuimos a una antigua unidad militar donde nos “procesaban”, en Fort Chaffee, Arkansas. Ahí estuve un mes junto a otros 25 000 refugiados cubanos del Mariel. Cuando salí fui directo a Nueva York, donde viví 20 años; en el 2000 fue que me mudé a Miami.

Debo aclarar que no me preocupaba mi futuro en Estados Unidos, lo importante para mí era salir del infierno en que vivía; me resultaba indiferente si llegábamos a este país o a las Islas Malvinas. Hoy ya estoy jubilado y muy complacido con mi trayectoria de vida en EE. UU. Lo que he logrado ha sido por mi propio esfuerzo y ahora me considero ciudadano del mundo, sin fidelidades patrioteras a ningún lugar determinado.

―¿Pensaste regresar a Cuba otra vez?

―De hecho, regresé de visita en cuatro ocasiones en la década de los 90. Además de ver a la poca familia que dejé atrás, creo que fui para hacer catarsis, ese efecto liberador que causa enfrentar la tragedia para suscitar la compasión o la pena. Toda mi corta familia está ya del lado de acá y no tengo entre mis planes regresar. Los 71 años que ya cargo encima me han enseñado que regresar ―o recordar― no es volver a vivir.

 

Filiberto Hebra Troya (La Habana, 1948)

En Cuba, Filiberto Hebra estudió Filología en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana hasta que fue expulsado, en cuarto año, por su orientación sexual.

“Después de la expulsión de la universidad y ser amenazado con aplicarme la ‘ley de la vagancia’, solamente encontré un trabajo en Santiago de las Vegas como “diseñador” de horrorosas piezas de artesanía que el Gobierno regalaba a cuanto visitante oficial de ‘los países hermanos’ llegaba a la Isla”, contó a CubaNet.

A su llegada a Nueva York, Hebra tuvo que lavar platos y limpiar pisos. Más adelante ―rememora― encontró trabajo en una cadena de boutiques. En poco menos de un año lo nombraron Director de Arte de todas las tiendas.

En el año 2000 se convirtió en consultor del director de cine estadounidense Julian Schnabel para la película “Antes que anochezca”, basada en la vida y obra del escritor y poeta cubano Reinaldo Arenas. También apareció brevemente en el filme interpretándose a sí mismo y trabajó como asesor de Javier Bardem, el actor español ganador del Oscar que interpretó a Arenas.

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El Mariel y la jugada sucia de Fidel Castro

Fidel crisis del Mariel Cuba

Fidel crisis del Mariel Cuba
La crisis del Mariel, impulsada por Fidel Castro. Foto tomada de Internet

LA HABANA, Cuba.- Este 15 de abril se cumplen 40 años del inicio, en 1980, del éxodo del Mariel, luego de que Fidel Castro autorizara que cubanos radicados en los Estados Unidos pudieran venir en embarcaciones a ese puerto, al oeste de La Habana, a recoger a sus familiares y amigos que quisieran irse de Cuba.

La condición que les impuso el régimen a los que acudieron al Mariel fue que tenían que llevarse también en sus embarcaciones, además de a las personas que traían relacionadas en sus listas, a “antisociales”.

Estos “antisociales” serían no solo los asilados en la embajada de Perú en La Habana, que gradualmente iban regresando a sus casas con salvoconductos, sino también presos comunes, muchos de ellos peligrosos y con problemas mentales.

Fue el modo que halló Fidel Castro de salir del atolladero que le significaban, desde hacía once días, las casi 11 000 personas que habían irrumpido en la embajada de Perú en busca de asilo político tras su decisión, motivada por la soberbia, de retirar la custodia de la sede diplomática.

Y no solo eso. Castro, en una jugada maquiavélicamente sucia, trataba de hacer control de daños y reparar el golpe que supuso para la imagen del régimen, que supuestamente contaba con el apoyo de la mayoría de la población, los miles de cubanos desesperados por irse, muchos de los cuales, hasta ese momento, simulaban fidelidad y acatamiento.

Entonces, vaciando las cárceles de delincuentes y enviándolos a Miami, donde calculaba que crearían problemas, trató de convencer al mundo de que los que se oponían al régimen e intentaban escapar del paraíso revolucionario eran malhechores, rufianes, gente de baja catadura moral y pésima conducta social…La escoria, como los bautizó. “No los queremos, no los necesitamos, que se vayan”, bramaba.

También permitió que fueran embarcados por el Mariel expresidiarios con cartas de libertad y personas que estuvieran dispuestas a aceptar la humillación de presentarse a la policía y declarar que eran putas, chulos, maleantes u homosexuales (que, en aquella época, para los mandamases, era casi lo mismo).

Como si fuese poca la humillación y degradación Fidel Castro, al llamar al “pueblo revolucionario” a tomar las calles y mostrar su indignación en los llamados “mítines de repudio”, desató un carnaval de infamia y vileza contra los que se iban.

Bajo protección policial, las turbas, alentadas por el régimen, sitiaban en sus casas, insultaban, golpeaban, apedreaban y lanzaban huevos a las personas que esperaban la salida del país.

Por si no bastara con los mítines de repudio, en Mosquito, el sitio alambrado cercano al Mariel, donde esperaban para abordar las embarcaciones que los conducirían a la Florida, tenían que soportar los vejámenes de los guardias y los tormentos del hambre y la sed.

Curiosamente, la “indignación de las masas revolucionarias” se aplacó de repente, tal y como había empezado, por indicación de Fidel Castro, luego de que se produjeran varias muertes (al menos tres) durante estos pogroms de inspiración nazi-maoísta.

El puerto del Mariel fue cerrado a las embarcaciones provenientes de Estados Unidos a finales de septiembre de 1980, luego de negociaciones entre el régimen castrista y la administración Carter. Según cifras del Departamento de Inmigración y Extranjería del Ministerio del Interior, en los cinco meses que duró el puente marítimo, de abril a septiembre de 1980, más de 125 000 cubanos salieron hacia la Florida, superando varias veces la cantidad de 30 000 personas que salieron quince años antes, en 1965, durante el éxodo masivo de Camarioca.

Precedidos por la fama de indeseables que les dio el régimen castrista, reforzada por los maleantes sacados de las cárceles cubanas, y que volvieron a delinquir, los primeros tiempos de “los marielitos” (como se les denominó) en los Estados Unidos fueron difíciles. Pero, venciendo prejuicios e incomprensiones, trabajando duro, la mayoría logró abrirse paso. En solo unos años muchos de ellos, aprovechando las oportunidades que les fueron negadas en su patria, donde los consideraban lacras sociales, lograron convertirse en profesionales, artistas, pintores y escritores, como los de la llamada Generación del Mariel, de los cuales el más conocido es Reinaldo Arenas.

Aquellos que se fueron denigrados, apedreados y escupidos por las turbas castristas tendrían su desquite. Desde hace años y cada vez más el régimen, que proclamó despectivamente que no los necesitaba, depende desesperadamente de los viajes, las remesas y las recargas telefónicas que envían los exiliados a sus familiares en Cuba. Una demostración de que ellos triunfaron y de que el castrismo se hunde. Esa, no por noble y generosa, deja de ser una venganza.

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Mariel: el ocaso del ilusionista

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Cubanos a punto de zarpar rumbo a EE.UU. durante el éxodo del Mariel (Foto: Internet)

MIAMI, Estados Unidos. – En mi opinión, la Revolución Cubana —en tanto hecho sociopolítico— cerró su ciclo histórico en 1961, mientras que su posterior proceso de sovietización, en tanto expectativa de futuro, colapsó a partir de los viajes de lo que dieron en llamar “La comunidad Cubana en el Exterior” o, simplemente, “La Comunidad”. Es este el momento preciso en que los antiguos gusanos fueron, por obra y gracia del dictador insular, transformados en mariposas. Los 80 ya son, pues, los tiempos del postcomunismo y del descrédito irreversible de la figura de Fidel Castro.

Yo llegué a la Antigua URSS como estudiante universitario justo en 1978, año en que el gobernante cubano estableció legalmente los viajes de la Comunidad que pondrían al descubierto ante muchos cubanos la falsedad tanto del mito antimperialista como del mito revolucionario. Los viajes de la Comunidad fueron una suerte de pre Perestroika. A Fidel Castro —en su ánimo y hábito de ser mantenido— no le quedaba más remedio que aceptar estos reencuentros que, pensaba él, le abrían una puerta para incidir en la política norteamericana relacionada, particularmente, con el tema del embargo. Pero el costo político para el capital simbólico de la Revolución que acarrearía aquella jugada era inevitable. De igual modo, la Perestroika iniciada por Gorbachov en la URSS era la única vía posible de salvar el socialismo, solo que a un costo realmente elevadísimo para el PCUS. La sorpresa que yo experimenté cuando llegué y me establecí en San Petersburgo es inenarrable. Los rusos no querían comunismo, lo expresaban de una forma explícita y, en adición, la juventud —y no tan jóvenes— parecían mayormente pro norteamericanos. Pero ahí no acaba la cosa, La opinión que tenían de sus líderes era desastrosa, incluyendo a los miembros del Politburó y sus sucesivos Secretarios Generales. En Cuba, el pueblo ignoraba todo esto pero, a su manera, comenzaba a despertar y hasta a aborrecer al máximo líder tropical.

Si bien los viajes de la Comunidad iniciaron ese proceso de desencantamiento general que el éxodo del Mariel haría ya patente y gráfico, no se debe concluir de aquí que el diálogo es la solución del tema cubano. En aquellos años anteriores a los 80 Cuba estaba internamente bloqueada y aislada del resto del mundo en todos los sentidos. Era necesario abrir una brecha en ese blindaje. Pero, no se confundan las cosas: cuando Obama intentó hacer valer su política anti aislamiento ya Cuba no estaba aislada ni siquiera internamente: el dólar no era ilícito, los viajes al extranjero estaban permitidos, la conexión a internet era un hecho, el comercio internacional tenía —y tiene— lugar sin límites, incluyendo a los Estados Unidos, uno de sus principales socios. Lo que no había en Cuba era liquidez, a causa de la corrupción de las élites y de las restricciones que estas imponen a la actividad privada. Obama solo pretendía financiar el castrismo a cambio de un legado que pudiera dar peso histórico a su desabrido paso por la Casa Blanca.

Ahora quiero regresar a esos años del Mariel para recordar cómo estaban ya las relaciones entre el vitoreado Comandante en Jefe y su pueblo.

En un libro de Alberto Moral, titulado Fidel Castro y el 11-S: El genio perverso (2011), se aborda el tema del éxodo del Mariel desde una interesante perspectiva que revela la manera macabra en que Castro manejó aquella crisis. La tesis de Moral es que Castro recurrió a un peculiar método de lucha, ya utilizado por él anteriormente, que resultó de la combinación del populismo y el terrorismo con los crímenes de bandera falsa. Cabe destacar que el caso del éxodo del Mariel es considerado por el autor como ejemplo de lo que llama “Movimientos populares contrarrevolucionarios” que, según muestra en su libro, ya existían anteriormente. Esto indica que en el 80 el fenómeno solo se extendió de manera imprevisible. Pero la pregunta que se impone es: ¿fue el éxodo del Mariel provocado por Castro? Moral piensa que sí. Y aunque no brinda alguna prueba concreta es cierto que en el contexto general de la emigración hacia los Estados Unidos se pueden identificar hasta ahora tres grandes éxodos cada 15 años, aproximadamente. Visto así, no parece ser algo casual. Sin embargo, ¿qué interés podría tener Castro en el caso del Mariel? Lo que podemos constatar es una cadena de sucesos: Fidel pretendió ejercer su autoridad con los seis primeros refugiados en la embajada y Lima lo desafió. Quiso entonces castigar a los peruanos retirando la protección de la embajada y en día y medio el número de refugiados dentro del inmueble creció de 6 hasta algo más de 10 000. La solución de este caos creyó encontrarla en la apertura del puerto de Mariel y pronto advirtió que la cifra de los que aguardaban para enlistarse como emigrantes a lo largo de todo el territorio nacional, al decir de algunos, superaba el millón. Es en este punto donde Castro —según sostiene Moral— recurre, por una parte, al terrorismo y al populismo implementando los archiconocidos actos de repudio y, por otra, al crimen de bandera falsa, ordenando el incendio del círculo infantil más grande del país. ¿Cómo entender todo este entuerto del Mariel? ¿Acaso, Fidel creía realmente que tenía el apoyo del pueblo y se la jugó? No. Fidel creía que aún tenía engañado al pueblo y se la jugó, para terminar descubriendo, paradójicamente, que el engañado por la propia propaganda revolucionaria y por la complacencia de sus más cercanos colaboradores había sido él mismo. El año 1980 cambió la perspectiva de la realidad de todos los cubanos. A partir de los sucesos del Mariel, una especie de pacto entre gobernados y gobernadores regiría la vida pública, si bien no la privada: para los primeros, la doble moral; para los segundos, la aceptación de la apariencia en lugar de la realidad. La moraleja de todo esto es que Fidel Castro murió sabiendo, sin rastro de duda, que el proyecto socialista no funcionaba, que los dirigentes no eran ni serían  confiables en absoluto y, sobre todo, que el pueblo cubano —para usar sus propias palabras— no lo quería y no lo necesitaba.

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