NICOLÁS MADURO tuvo que convertirse en un imitador de Hugo Chávez para llegar a la presidencia de su país. Ahora, después de copiar a uno de sus jefes, tiene que tratar de reproducir el régimen de sus otros mentores, los hermanos Castro, para resistir un tiempo en el palacio de Miraflores.
La realidad de ese país sudamericano muestra la acción de un político falso, sin personalidad, improvisado, que liquida los últimos espacios de la verdadera democracia para tratar de instalar el modelo de la dictadura que arruinó a Cuba y ha convertido la libertad en un sueño de más de 50 años.
Hay un entramado que sigue un guión escrito en La Habana para que Maduro pueda gobernar sin oposición. Se prepara un proceso contra Henrique Capriles, acusado de promover la violencia en las protestas contra el pucherazo del 14 de abril. En los medios oficiales los altos dirigentes lo llaman abiertamente asesino y fascista. La señora ministra de los centros penitenciarios anunció que le prepara una celda especial.
En ese mismo camino, el presidente de la Asamblea Nacional, el teniente retirado Diosdado Cabello, dijo que los diputados que no reconozcan la presidencia de Nicolás Maduro no tendrán derecho a hablar en el parlamento.
Los expertos coinciden en que la única forma de salir de la crisis general que padece la nación es mediante la unidad de todas las fuerzas y de los diversos sectores de la sociedad más dividida hoy que nunca en dos mitades perfectamente identificables después de los resultados de las elecciones. Pero Maduro mantiene el tono que aprendió de Chávez y de sus jefes cubanos que es el de manejarse con sus adversarios como una pandilla en un bar del puerto.
No se aprecia la búsqueda de salidas coherentes y negociadas. Lo que se puede ver es una cadena de denuncias de golpes y contragolpes, militarización de sectores de la economía, represión, amenazas y esta cifra productora de insomnios y miedos: 3.400 asesinatos en los primeros tres meses de 2013.
En Venezuela empezó la caída del socialismo del XXI. Y en este tiempo es imposible montar otra vez el estalinismo tropical de la Cuba de 1959. Maduro tiene que reinventar el limbo.