LA HABANA, Cuba. – Y esta vez no se hizo un desfile frente a esa plaza a la que los comunistas bautizaron con el nombre de “Plaza de la Revolución”, aunque ya tuviera un nombre, aunque ya tuviera un gran nombre. Esta vez no hubo desfile en esa plaza que alguna vez se llamó “Plaza Cívica” porque pretendía ser, al menos con su nombre, una plaza civil, una plaza patriótica, una plaza política; pero los comunistas desecharon su nombre en cuanto se adueñaron de ella. Y entonces la llamaron “Plaza de la Revolución”, que sin dudas fue una manera de negar la civilidad de esa plaza.
Los comunistas la llamaron Plaza de la Revolución, como si ser cívico fuera un pecado. Los comunistas le cambiaron el nombre por capricho, porque Fidel Castro, el caprichoso, sintió el antojo de cambiarle el nombre a esa plaza a la que también llaman “la plaza de los grandes acontecimientos”. Y quizá no fue más que un antojo, un caprichito, llamarla de ese modo. ¿Algo es mejor que lo cívico? ¿Acaso nos advertían desde entonces que esa “Revolución” no sería cívica?
Y fue así que la convirtieron en una plaza para grandes concentraciones. Y quizá por eso me viene a la cabeza la imagen de Freddie Mercury desplazándose majestuoso sobre grandes escenarios mientras canta, sujetando el bastón del micrófono, Killer Queen, Bohemian Rhapsody, Crazy little thing called love, We are the champions.
Siempre pienso en Freddie cuando miro una multitud, porque me encanta Freddie, pero también para no pensar mucho en las esencias de las tristes concentraciones cubanas. Si pienso en Freddie es porque sus fieles son fieles de verdad, y también para alejar de mi cabeza las concentraciones peores, para no pensar en los campos de concentración de Hitler, para no pensar en los campos de concentración de los soviéticos, aquellos gulags de triste recordación. Si pienso en grandes concentraciones busco a Freddie y pienso en un Freddie, a quien desde la plaza lo podrían haber encerrado en las UMAP. Si pienso en grandes concentraciones pienso también en los Rolling Stones haciendo sonar Satisfaction.
Si recuerdo a Freddie es para alejar de mí los malos recuerdos, las peores vivencias, para no pensar en esas concentraciones, ¿reconcentraciones?, que propiciara Fidel Castro. Recuerdo a Freddie porque no me gusta recordar esas reuniones en aquella plaza que alguna vez fue “cívica” y luego “revolucionaria”, y porque no quiero mirarla en un Primero de Mayo. Confieso que no me gusta esa plaza, y tampoco las reuniones que en ella convoca un poder caprichoso y dictatorial.
No me gusta ver la plaza porque siempre que la miro recuerdo los dilatados discursos de Fidel, sus peroratas y diatribas. No me gustan esos desfiles, no me gustan esas concentraciones que llevan a pensar en la reconcentración de Valeriano Weyler. No me gustan esos desfiles que únicamente responden al caprichoso llamado de la dictadura, y jamás a las verdaderas añoranzas del pueblo.
No me gustan esas concentraciones que el poder convoca para cantarse a sí mismo, pero sin la gracia de aquel viejo Walt Whitman que cantara a la democracia. El poder cubano se canta a sí mismo porque ya no tiene quien le cante. Ese viejo poder, “de difuntos y flores”, lo que quiere es que lo miren, pero no se ve precioso, ni despierta deseos buenos, sino que luce nervioso, y muy asustado.
Y el nerviosismo lo vuelve más intolerante, tan intolerante que no va a permitir que alguien lo mire atravesao. El poder está nervioso, nerviosísimo, y por eso decide un cambio de escenario de “un día pa’ otro” arguyendo cualquier tontería. Los comunistas están muy nerviosos, y no hace falta que lo reconozcan. Los comunistas están asustados, tan neurasténicos que renuncian a sus más viejas estrategias, a sus “tradiciones”.
El poder renunció a sus amadas concentraciones, a los desfiles grandes, y pone como pretexto la escasez de petróleo, que es cierta, y la imposibilidad de movilizar a los habaneros hasta la “Plaza Cívica”, esa a la que ellos llaman “Plaza de la Revolución”. El poder tiene miedo, y supongo que esa sea la razón que les hizo liquidar, de un libretazo, las concentraciones de siempre, las de las banderitas y el “Patria o Muerte”, las de los vivas a Fidel y a Raúl.
Esta vez renunciaron a la tribuna de la masa y de la maza, a la alzada tribuna repleta de sombreros de yarey, guayaberas de hilo y barrigas pronunciadas, de barrigas exultantes, insultantes. Y esta vez el despertador no avisó, en la alta noche, de la cercanía de la hora de tomar el ómnibus para ir a la plaza y esperar horas para concretar el desfile.
Esta vez no hubo imprevistos. Nadie enarboló la bandera estadounidense, nadie terminó en un hospital psiquiátrico por correr entre el tumulto con la bandera estadounidense. Esta vez el aparato militar estuvo muy atento; pero aun así no hubo ómnibus para la transportación de los desfiladores al desfiladero, porque no había petróleo para echar a andar a los ómnibus. El desfile del Primero de Mayo no fue esta vez una gran concentración.
Esta vez Martí no fue testigo del paripé, al menos en la capital de los cubanos. El Martí de la plaza no fue escoltado por los poderosos de abdómenes abultados y cubiertos por el hilo de sus guayaberas. Raúl Castro pudo dormir un poco más y no se vio obligado a pasar horas saludando, con el brazo en alto, a miles de habaneros. Ese viejo cuerpo del jerarca pudo tomar su leche en tazas de porcelana fina, quizá de Rosenthal, quizá de…
Esta vez no se corrió riesgo alguno. Esta vez los amigos llegados desde cualquier confín difícilmente vieron una gran celebración por el Primero de Mayo, porque ya pasó un 27N que los dejó muy atentos y alterados, porque ya pasó el 11J que los sacó de quicio y los hizo cometer muchos errores. Esta vez no se corrieron riesgos. Y es por eso que decidieron el “descentralizar, descentralizar, descentralizar, venceremos”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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