LA HABANA, Cuba. – La economía cubana, a partir de 1959, ha carecido de una estrategia definida para su desenvolvimiento. El país ha transitado de un bandazo a otro en medio de una trama de “rectificación de errores”. Lo que hoy es conveniente, mañana no lo es; y lo que una vez se descartó, después se puede retomar. La formación de precios no ha estado exenta de tamañas irregularidades.
El mecanismo generalmente empleado por los jerarcas de la economía castrista para la formación de los precios centralizados ha sido el método de costos. Consiste en la elaboración de una ficha de costos, en la que el productor o prestador de un servicio incorpora todos los costos en que ha incurrido (materias primas, salarios pagados, gastos indirectos, etc.) para conseguir una unidad de producto terminado o servicio prestado. A ese costo de producción se le agrega un margen de ganancia, y ya está listo el precio de empresa.
Sin embargo, una vez que la maquinaria del poder se percató de la necesidad de producir con eficiencia, más o menos al sobrevenir el fin de la famosa “tubería soviética” en los años 90, comenzó a hablarse de lo inconveniente que resultaba el método de costos para tal propósito.
Porque ese método de formación de precios acomodaba a las empresas, y no las instaba a ser eficientes. Las entidades podían gastar más materia prima que lo planificado, pagar salarios indebidos, excederse en los gastos de electricidad y combustibles; y todo eso era respaldado por las fichas de costo que ellas mismas habían elaborado.
La economía, por su parte, recibía productos más caros, casi siempre de escasa calidad, y por supuesto muy poco competitivos más allá de las fronteras nacionales.
Fue entonces cuando se empezó a experimentar con otros métodos de formación de precios, uno de los cuales resultó ser el de acudir a productos similares. Es decir, se tomaba el precio de un producto foráneo que presentara un valor de uso similar o parecido al nacional, y a este último se le fijaba un precio que guardara cierta correspondencia con el producto extranjero.
Ese sistema obligaba a la empresa nacional a ser eficiente y reducir sus costos de producción con tal de obtener algún margen de ganancia en su gestión productiva.
Mas, llegó la Tarea Ordenamiento, y con ella una inflación que desbordó las previsiones del señor Marino Murillo y su equipo de trabajo. A partir de ese momento, ninguna de las terapias aplicadas por el castrismo ha sido capaz de frenar la escalada de los precios.
Es en ese contexto en que han aparecido algunos intentos por retomar las fichas de costo como remedio milagroso contra la inflación. El pasado 21 de abril, el periódico Granma se refirió a una estrategia adoptada en la provincia de Las Tunas, que consiste en la aplicación de fichas de costo que impidan el establecimiento de lo que llaman “precios especulativos”.
Después de reconocer que las medidas aplicadas hasta ahora, como el tope de precios, no han surtido el efecto esperado, el articulista recurre a una expresión del primer ministro Manuel Marrero: “Se impone hacer las cosas de un modo diferente”.
Volver a las fichas de costo para la formación de precios es, entre otras cosas, una muy probable incursión en los errores del pasado. Tal vez pueda desestimular a alguien a fijar precios excesivos, pero se estaría perdiendo la batalla en pos de la eficiencia empresarial. Como decimos en buen cubano: saldríamos de Guatemala para entrar en Guatapeor.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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