LA HABANA, Cuba.- Jon Bon Jovi salió de Cuba hace unos días con la idea del regreso, guitarra en mano, y acompañado de la banda que fundó y dirige desde 1983.
No dijo cuándo sería el debut en la Isla, pero a juzgar por el tono de las expresiones, va a venir tan pronto como le sea posible.
El rockero estadounidense, nacido en la ciudad de New Jersey en 1962, se lamentó de no haber tocado primero que The Rolling Stones en una Habana que le hace falta más cemento, arena y pintura que conciertos de estrellas de la música internacional.
Aunque se disfruta en esos espectáculos, no es menos cierto que después de la “gozadera”, viene la multiplicación de las angustias y el deseo de ir a corear las letras de clásicos como Always y I’ll be there for you, bien lejos de las vallas que siguen advirtiendo que el partido es inmortal y que el socialismo esta en reparación para mantenerse por otros 50 años.
Aunque Bon Jovi ni los que ya han pasado por Cuba son payasos, ellos sin saberlo son las piezas del circo que les conviene a los autócratas criollos para entretener a una parte de la plebe. Con buena música y algo para comer, los cubanos amantes del rock y los que van allí a ver solo algo diferente dejan de pensar, por un lapso de tiempo, en los problemas cotidianos que los agobian semana tras semanas.
Desmayarse literalmente de hambre en medio de gritos y violentas sacudidas de cabeza al son de los acordes del hard rock interpretado por cualquiera de los más celebres intérpretes del género, es una bendición en un país donde se criminalizó ese tipo de música.
Muchos coterráneos fueron a dar a la cárcel por escuchar canciones de The Beatles y Led Zeppelin por solo mencionar a dos de las agrupaciones emblemáticas, cuyas melodías llegaron a calificarse como material subversivo.
En sentido general, la presencia de Bon Jovi y los que preparan maletas y huacales para desembarcar en la capital de la mayor de las Antillas con la idea de poner a bailar y llorar a cubanos de todas las generaciones, llega como una terapia que en principio se agradece, pero que tiene su reverso maligno.
El breve acceso a la euforia y el desahogo queda como un espejismo frente a los habituales condicionamientos de la miseria y la falta de derechos.
De todas maneras, ningún cubano de pie y mucho menos la melómanos que se erizan de pies a cabeza al escuchar las grabaciones de sus ídolos, va a denostar el arribo de figuras que jamás pensaron ver paseándose por las calles mugrientas de la capital y menos sobre un escenario ofreciendo un concierto arrollador.
Aunque las actuaciones sirvan para reforzar la cortina de humo tras la cual el régimen esconde sus excesos represivos e incompetencias no queda más remedio que disfrutar de una dosis adicional de circo a falta de pan.
Criticar a Bon Jovi y los que vengan es válido, pero políticamente desacertado. Mejor es callarse o decidirse a ir a verlo cantar con la guitarra en ristre.
Como el desfile de estrellas no hay quien lo detenga, hay que adaptarse a los nuevos tiempos sin dejar a un lado los esfuerzos o simplemente la esperanza de que algún día en vez de reconocidas celebridades llegará a Cuba la democracia.