AREQUIPA, Perú.- En el libro El viaje más largo del cubano Leonardo Padura, el autor describe que en una colina de la localidad de Mantilla se inauguró en 1917 una casona de recreo conocida como el Castillo de Averhoff. A lo largo de los años, la suntuosa mansión ha sido objeto de historias y leyendas sobre túneles, habitantes siniestros y más.
La imponente mansión de estilo señorial inglés que se erige majestuosa en la Finca San Carlos es un testimonio de la opulencia y los caprichos del matrimonio que la construyó, uno entre Octavio Averhoff y Celia Sarrá.
Averhoff llegaría a ser rector de la Universidad de La Habana y ministro en el gobierno de Gerardo Machado. Se le conocía por el sobrenombre de Coquito. Celia era hija del farmacéutico Ernesto Sarrá.
En 1912, se inició la construcción de este castillo, una obra que refleja un despliegue arquitectónico excepcional y una meticulosa selección de materiales provenientes de diversas partes del mundo.
Las piedras azules, extraídas de una cantera cercana, dan forma a los cimientos, mientras que las tejas, importadas desde Chicago, añaden un toque distintivo al techo. El mármol y el granito llegaron desde Italia, y la madera utilizada provino de Sudamérica. Este meticuloso proceso de selección y construcción resultó en un edificio de tres plantas, cada una con su función específica.
La planta baja fue diseñada para recibir visitas y albergar grandiosas fiestas, mientras que la segunda planta estaba reservada para el uso exclusivo de los residentes y los huéspedes. La tercera planta, la más discreta, cumplía la función de alojar al personal de servicio.
Averhoff y Sarrá tenían una relación peculiar con su residencia. Más que un hogar permanente, el castillo era un destino para estancias cortas, generalmente acompañadas por numerosos invitados en eventos de gran pompa y esplendor.
Según Padura, mientras se construía el edificio, el capataz de la obra al que apodaban Nino Mano de Piedra, fue apuñalado por una cuestión de faldas en la tercera planta de la casa.
En el año 1933 con la caída de la tiranía de Gerardo Machado, el castillo de Averhoff recibió la ira popular, que su dueño esquivó huyendo al extranjero. Hasta 1939 el edificio fue propiedad estatal, permaneciendo allí la 15 Estación de Caballería. Al ser devuelto a su dueño, su apoderado, el doctor Ricardo Lombart, puso la finca al cuidado de Pablo Cancio.
“Entonces se multiplicaron las leyendas del Castillo y los Cancio sufrieron las consecuencias. El establecimiento temporal de la Estación de caballería fue suficiente para que se buscaran una y otra vez los pasadizos y túneles que debían unir la antigua finca de recreo con el castillo de Atarés —¡al otro extremo de La Habana!— para que se indagara por inexistentes depósitos de armas y pólvora, y se espulgara cada centímetro de la finca en persecución de cualquier misterio subversivo”, escribió Padura.
“Así surgió la orla de leyenda alrededor de los secretos del Castillo, a la que se unió el rumor de la existencia de un orangután capaz de estrangular a ciertos prisioneros, aunque allí nunca hubo prisioneros y solo vivió, hasta su tranquila muerte, una pequeña monita que Pablo Cancio había traído de Nicaragua”.
Con el triunfo de la Revolución castrista se estableció en la casona una Unidad Militar y a partir de 1976 fue la sede del Comité Ejecutivo del Poder Popular de la capital cubana en la antigua división.
Así permaneció hasta que a fines del año 2010 con la división de La Habana en las provincias Mayabeque y Artemisa, dio paso a la Dirección Municipal de Educación de Arroyo Naranjo. A partir de septiembre de 2011, el castillo de Averhoff también alojó el Instituto Preuniversitario Urbano Kim Il-sung.
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