MIAMI, Estados Unidos. — La diseñadora británica, Mary Quant, quien pasó a la historia por ser la creadora de la minifalda, murió el pasado 13 de abril, a los 93 años.
Quant fue una revolucionaria por la contribución a la liberación de los cuerpos y las mentes de las mujeres del mundo. Hace unos años, en su autobiografía Quant by Quant, la famosa diseñadora explicó que no pretendía provocar, sino “divertirse con la moda”.
“Era el sentimiento de una era. Hacía de alguna forma a las personas un poco más felices”, aseguró.
Allá por 1964, junto a su esposo, en su boutique londinense Bazzar, Mary Quant tomó las tijeras y acortó el largo de las sayas a 10 y 15 centímetros por encima de las rodillas. Consideraba que las faldas largas, además de ser anticuadas, entorpecían la movilidad de las mujeres, especialmente a la hora de correr tras los ómnibus.
La modelo Twiggy fue el prototipo de la muchacha en minifalda del Swinging London de los años sesenta.
Mary Quant creó la línea de ropa Chelsea, que abarcó vestidos de punto, botas altas y los pantalones corte campana (bell bottom).
Inicialmente, la diseñadora tuvo que enfrentar mucho rechazo a sus creaciones. Incluso Coco Chanel calificó la minifalda de “horrenda”, pues consideraba que las rodillas no eran la parte más atractiva del cuerpo femenino.
Pero finalmente, gracias a la tenacidad de Mary Quant, la minifalda se impuso y después de seis décadas aún se mantiene.
En Cuba, en la década de los sesenta, la minifalda, al igual que los pantalones estrechos y las melenas de los hombres, fueron cuestionados por el régimen castrista, que consideró todo aquello como “modas extranjerizantes” y “diversionismo ideológico”. Fidel Castro prefería que los jóvenes, como muestra de su fidelidad al sistema, vistieran ropas de trabajo o uniformes de milicianos.
Hoy parece increíble, pero en aquella época los jóvenes de ambos sexos que se atrevían a salir a la calle vestidos según la moda de Occidente se arriesgaban a ser arrestados y multados por “extravagancia” u “ostentación”. Este tipo de vestuario se asociaba también con la música pop y rock, que tenía gran auge en el mundo, pero que en Cuba, por indicación del Máximo Líder, estaba prohibida, empezando por Los Beatles.
El régimen se solidarizaba con los hippies norteamericanos que se manifestaban en contra de la guerra de Vietnam, pero a los jóvenes cubanos que se dejaban crecer el pelo los consideraba “desviados” y con “problemas ideológicos”.
Muchas jóvenes, por usar la saya corta, fueron consideradas como “mujeres de mal vivir”. Algunas llegaron a sufrir prisión en granjas de reeducación.
En el caso de los varones, por el uso de pantalones estrechos —lo que el propio Fidel Castro llamaba “actitudes elvispreslianas”— el castigo fue mayor: eran enviados como correctivo a las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), verdaderos campos de concentración donde eran internados homosexuales, religiosos, hippies y otros jóvenes con “desviaciones ideológicas”.
En las escuelas hubo directores y profesores que con tijeras zafaban el dobladillo a las muchachas que llevaran la saya corta y a los varones les descosían las costuras laterales del pantalón. Asimismo, los padres de los alumnos eran citados para advertirles sobre “el comportamiento ideológico incorrecto” de sus hijos, lo que era, además, registrado en el expediente escolar.
Con los años, se dio marcha atrás a estas medidas draconianas y Fidel Castro aceptó que las jóvenes cubanas llevaran un uniforme escolar más adecuado a los tiempos. A inicios de los setenta, se diseñó para las alumnas de las escuelas secundarias básicas en el campo la saya-short, consistente en una combinación de ambas prendas.