LA HABANA, Cuba. — Un rico hacendado, Julián de Zulueta y Amondo, Marqués de Alava, inició a fines del siglo XIX, en una parcela de 100 metros cuadrados en La Habana Vieja, la construcción de un gran edificio encima de los cimientos de una parte de las derribadas murallas que habían rodeado la ciudad.
Los trabajos quedaron inconclusos por varios años, hasta que un opulento hombre de negocios, Andrés Gómez Mena, miembro de una de las familias más poderosas de Cuba, compró el lugar y terminó la primera planta.
Entre 1916 y 1918 se añadieron cuatro pisos más, con entradas por las calles Obispo, Zulueta, Monserrate y Neptuno, y amplios pasillos en diagonal que facilitaban la entrada y salida y ocho elevadores.
Al céntrico lugar se le conoció desde entonces como La Manzana de Gómez.
Su propietario, Julián de Zulueta y Amondo, no vio terminarse la edificación, pues murió en un atentado en 1917 cuando ingresaba al inmueble.
Algo similar ocurriría 34 años después, en 1951, cuando su descendiente y heredero, José Gómez Mena, sufrió un intento de homicidio en este sitio en 1951, pero solo sufrió heridas en el rostro y las piernas.
En la planta baja, de amplios portales y con sus galerías interiores, se crearon negocios de renombre como las peleterías La Exposición, El Lazo de Oro y El Escándalo, que fue la primera tienda por departamentos. Había, además, otros negocios como cafeterías que ofertaban variedad de productos, todos a precios accesibles.
Los habaneros disfrutaban caminar y comprar en la Manzana de Gómez, que puede ser considerada como el primer mall que hubo en Cuba.
Una de las sastrerías más populares del país por entonces fue “El Sol”. Allí tenían un patrón de medidas corporales de cada uno de sus clientes. Cuando alguna de estas personas deseaba realizarse una prenda de vestir, solamente tenía que llamar y encargarla, y después se la enviaban a su domicilio.
Los pisos superiores de la Manzana de Gómez se dedicaron a oficinas, academias comerciales, bufetes de abogados, consulados y legaciones. La Institución Iberoamericana de Cultura, que dirigía Fernando Ortiz, estuvo en uno de sus numerosos cubículos.
Después de 1959, los pisos altos se destinaron a una escuela de idiomas y una secundaria básica. El sólido edificio comenzó a deteriorarse, como la mayoría de las edificaciones confiscadas por el régimen revolucionario.
A fines de la década de 1990, en la planta baja abrieron varias tiendas en divisa.
Una remodelación capital se inició a principios de la década pasada para convertir el edificio en un lujoso hotel. Poco después de empezada la obra, trajeron un personal calificado de la India, porque, según la explicación oficial, los trabajadores cubanos no poseían la eficiencia necesaria y se robaban los materiales de construcción, lo que produjo un gran disgusto entre los constructores nacionales.
Se añadió otra planta, para totalizar seis pisos, tres destinados a habitaciones, para un total de 246, de ellas 172 estándar, 74 suites de 40 metros y una presidencial de 150 metros.
Los precios del alquiler de las habitaciones del hotel oscilan entre 440 y 2.500 dólares diarios.
Cuenta además el hotel, categoría cinco estrellas, con una piscina en la azotea, jacuzzi y varios restaurantes que incluyen mesa sueca, además de otros servicios y comodidades.
Las boutiques del hotel venden artículos exclusivos a precios exorbitantes: relojes y joyas de 10.000 dólares, cosméticos de la marca L’Occitane en Provence, bolsos y aretes Gucci, cámaras fotográficas Nikon, etc.
El capital de la inversión fue ciento por ciento aportado por la firma Almest de Cuba, subsidiaria de la Corporación Gaviota, la cual, a su vez, pertenece al Grupo de Administración Empresarial (GAESA) de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. La administración quedó en manos de la cadena hotelera suiza Kempinski Hotels.
La Manzana de Gómez, nombrada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, está rodeada por sitios de atracción turística como el Parque Central, los hoteles Inglaterra, Telégrafo y Plaza, el Capitolio Nacional (actual sede de la Asamblea Nacional), el Museo Universal de Bellas Artes (antiguo Centro Asturiano) y el Gran Teatro Alicia Alonso.
El hotel Manzana Kempinski se inscribe en la apuesta de la cúpula dirigente por una economía basada en el turismo, algo que rechazó Fidel Castro en las primeras décadas de su régimen. Los beneficios exclusivos de ese turismo son para la casta gobernante y la elite militar.