AREQUIPA, Perú. – La Navidad de 1991 marcó un hito significativo en la historia mundial debido al colapso de la URSS y el fin de la Guerra Fría. Este período crucial no solo trajo consigo transformaciones políticas, económicas y sociales, sino que también impactó las tradiciones culturales arraigadas, incluyendo la celebración de la Navidad en los países del antiguo bloque socialista, especialmente en Rusia.
Fue el 25 de diciembre de 1991 que Mijaíl Gorbachov leyó en televisión su famoso mensaje de dimisión como líder de la Unión Soviética. Era una sorpresa de Navidad (aunque esperada no menos sorprendente).
En las siete décadas previas, bajo el régimen soviético, la Navidad había sido relegada a un segundo plano, eclipsada por las celebraciones del Año Nuevo, muy similar a lo que ocurre hoy en Cuba. Y es que la ideología comunista promueve un enfoque secular de las festividades, y la religión, incluida la celebración cristiana de la Navidad, era y es vista con desconfianza.
Sin embargo, la llegada de la Glasnost (apertura) y la Perestroika (reestructuración) fueron los cambios que llevaron al colapso de la Unión Soviética, desembocando en una apertura cultural y religiosa sin precedentes. El final de la censura y la represión permitió un resurgimiento de las prácticas religiosas y, por ende, la redescubierta celebración de la Navidad.
Las iglesias ortodoxas rusas, que hasta entonces habían enfrentado decenas de años de restricciones, volvieron a abrir sus puertas a una población ávida de reconectar con su espiritualidad. La Navidad, antes una festividad en gran medida suprimida, recuperó su prominencia en la vida de la sociedad rusa.
La transición hacia una economía de mercado también influyó en la forma en que se celebraban los días navideños. Durante los años del socialismo, los bienes de consumo eran escasos y las festividades se centraban en valores colectivos y la propaganda ideológica, más que en el consumo y las frivolidades individuales.
Con la llegada de una economía más abierta, los escaparates se llenaron de adornos navideños, regalos y luces festivas. La gente pudo disfrutar de una mayor variedad de productos y experimentar con libertad unas celebraciones más alineadas a las tradiciones occidentales.
La Navidad en la Rusia postsoviética de 1991 representó mucho más que una festividad religiosa. Fue un símbolo de los profundos cambios que experimentaba la sociedad eslava y se reflejó en las luces centelleantes de la Nochebuena.
En Cuba, no obstante, desde 1959 cuando Fidel Castro tomó el poder, el panorama navideño ha sido heredero de las ordenanzas soviéticas.
Diciembre, lejos de ser un mes que evoque la apertura y cierre de ciclos en temas sentimentales, laborales o familiares, supone una oportunidad para que la dictadura cubana intensifique sus mensajes políticos y triunfalistas.
El 1 de enero, los medios de comunicación de la Isla, todos controlados por el régimen y el Partido Comunista, conmemoran un nuevo aniversario del “Triunfo de la Revolución”. El año nuevo es casi ignorado y el espíritu de la navidad queda en el olvido.
Ha sucedido por más de 60 años. Forma parte de la publicidad del autoritarismo que da cuenta, como un augurio, de otros 12 meses de desidia, violaciones de derechos y falta de libertades para el pueblo de Cuba.
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