LA HABANA, Cuba. — Hace 170 años, en 1853, llegaron a Cuba tres farmacéuticos catalanes Valentín Catalá Pradell, José Sarrá Catalá y José Sarrá Valldejulí, quienes, asociados al boticario Antonio González López, fundaron en la calle Empedrado 22 (hoy 261), una farmacia a la cual denominaron La Reunión.
Años después, dos de los socios vendieron su parte a los restantes, otro falleció, y quedó como único propietario José Sarrá Valldejulí, quien amplió el negocio y poco a poco compró los locales aledaños hasta adquirir la manzana completa y establecer almacenes, laboratorios y oficinas en todo ese espacio.
Se remodelaron todos los edificios al estilo neoclásico y neogótico, con estanterías de lujo en maderas preciosas, vidrieras, mostradores y cristales ornamentales, propios de la moda francesa de la época, que embellecieron el lugar.
Un logro de Sarrá Valldejulí fue que en su establecimiento se formaran más de 100 nuevos farmacéuticos.
José Sarrá Valldejulí falleció en 1898, durante un viaje a su tierra natal, y el negocio pasó a manos de su viuda, Celia Hernández Buchó. A ella la sucedió Ernesto Sarrá, quien, recién graduado de la especialidad, asumió la dirección.
Con gran talento para el mercado, Ernesto Sarrá amplió las instalaciones, construyó otras nuevas e hizo una promoción general que mejoró la fama de la firma.
El 20 de mayo de 1914 abrió sus puertas, después de la remodelación con una gran fachada Art-Deco, la droguería Sarrá.
Con enorme renombre, la droguería Sarrá llegó a ser la mayor farmacia de Cuba y Latinoamérica, y la segunda más famosa después de la Johnson (norteamericana).
La droguería Sarrá fabricó excelentes remedios a bajos precios, y extendió el surtido a otros productos como colonias y perfumes.
La fortuna de la familia Sarrá, junto a la del magnate Julio Lobo, fue de las mayores de Cuba. Propiedad de la familia también fueron inmuebles valiosos como el Palacio Sarrá —donde actualmente radica la Embajada de España—, las mansiones en El Vedado que ocupan la manzana de las calles 2, 4, 11 y 13 (ahora sede del Ministerio de Cultura), y el emblemático edificio de 23 y 12.
Tras el triunfo de la Revolución, la droguería Sarrá fue intervenida por el Estado. Todas las propiedades de la familia fueron confiscadas, incluidas sus residencias, cuando sus dueños se marcharon de Cuba.
El local original de la droguería Sarrá, declarado patrimonio nacional, es en la actualidad un museo farmacéutico.
El Estado cubano creó BioCubaFarma, un gran complejo industrial de medicamentos de última generación, con instalaciones de novedosa y alta tecnología. Su producción se exporta en su gran mayoría. Otra parte importante se envía como “ayuda internacionalista” a otros países. La mayoría de esos medicamentos son desconocidos por la población en Cuba. Aunque solamente se usan para hospitalizados, muchas veces no los hay en hospitales.
Hoy, los médicos, con frecuencia, piden a los familiares de los enfermos que busquen la medicina por sus medios y que si tienen familiares en el exterior, les pidan que se la envíen. Por supuesto, la culpa de que no haya medicamentos siempre la carga “el bloqueo”.
Nuestras actuales farmacias son una mala caricatura de las de antes de 1959, como la droguería Sarrá.
Las farmacias son surtidas cada 15 días, pero el número y la cantidad de medicamentos que llega es exigua. Las personas hacen colas con listas hasta de tres días para tratar de alcanzar el medicamento que necesitan.
En peor situación están los que tienen padecimientos crónicos (asmáticos, diabéticos, hipertensos), para los que deben tener garantizada su medicina, que se expende mediante certificado médico previo y una tarjeta de control (el llamado tarjetón). Pero los medicamentos no siempre llegan o no alcanzan para aquellos que los precisan.
El precio oficial de las medicinas ha subido notablemente en relación al poder adquisitivo de la población. Algo tan simple como un frasco pequeño de yodo, que antes costaba centavos, ahora cuesta 8.80 pesos cubanos.
En el mercado negro, que es donde únicamente se pueden conseguir ciertos medicamentos, los precios son más altos aún. Un blit de 10 tabletas de Dipirona, Paracetamol o Ibuprofeno vale 250 pesos; cualquier antibiótico, 1.500 o 2.000 pesos; un ámpula de Truabim, 1.000 pesos. Gran parte de la población no puede pagar esos precios.